martes, junio 30, 2015

Guardia de literatura: “Amsterdam Solitaire” de Fernando Lalana

No soy de los que gusta poner la mano en el fuego por nada ni por nadie. Por eso no afirmaré que es la primera vez que me encuentro con una obra de Fernando Lalana, veterano escritor zaragozano, especializado en literatura infantil y juvenil (más de ochenta obras a sus espaldas), pues en mis tiempos de Barco de Vapor es posible que acabara devorando alguna de sus obras.

De este libro —que cuando lo cogí de la estantería no reparé para nada en la franja de edad inicial para es que está realizado—, mi primer (y puede que último) encuentro con el detective privado Fermín Escartín, lo que me atrajo fue la sinopsis de contraportada bastante concisa y atrayente. Un gran trabajo en ese aspecto y que se extiende a los resúmenes de otras obras relacionadas en las solapas. Degusté esa especie de conjura inicial de cuatro empresarios decididos a fabricar algo extraordinario y la inclusión de los términos venganza y robo en el texto. Quizá lo que quería era volver al campo del misterio y la intriga policíaca con algo ligero; también sumergirme en los mares que crea este autor, otro individuo que ha conseguido dejar atrás el gris mundo de la báscula y la espada y se ha dedicado a crear literatura.

Sin embargo, la toma de razón de este libro, quizá no muy dirigido a un público de mi edad (a partir de 12 años), me ha dejado bastante descolocado. Apenas 201 páginas a letra bien grande que se leen en un pis-pás, divididas de forma estrafalaria en capítulos cortísimos, cercenados en otros subcapítulos cuyos títulos, en ocasiones, parecen ser de mayor longitud que el propio texto que encierran. Sin saber si es su estilo habitual o que lo veo como el carcamal que ya soy, ahí lo dejo.

Un error bastante particular que atenaza la propia narración es que se entrecruza la narración en omnisciente y en primera persona. No es la primera vez que me encuentro con esta particular forma de presentación, que no es errónea en sí, sino que lo que no cuadra es que haya dos personajes, el protagonista y uno que pasa a ser muy secundario, que narran sus respectivas partes en primera persona. Que Fermín Escartín lo haga tiene su lógica, pero no Carlos Martínez, cuya participación (y narración propia) es casi anecdótica.

Respecto a la trama en sí, el interés que provoca el anhelo de crear algo único y la perspectiva de resolver un robo que se presenta como imposible, mantiene al lector en su sitio, pero es una auténtica lástima que Escartín, un tipo con una muy pobre opinión de sus capacidades detectivescas, resuelva el asunto en cara y media tras una ducha. Demasiado simple y una investigación nula que empobrece la experiencia de la lectura.

Año: 2011
Editorial: Bambú (Grupo Ed. Casals)
Resumen: Pese a las impresionantes medidas de seguridad que la rodean, alguien consigue robar la "Amsterdam Solitaire", la estilográfica más cara del mundo, la misma noche de su presentación mundial en Zaragoza.
ISBN: 978-84-8343-128-3
Edad: Desde 12 años
Ilustrador: Sin ilustración
Género: Intriga
Colección: Exit DETECTIVE FERMÍN ESCARTÍN

Lectura de 30 de Junio de 2015 a las 1200 horas



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30 de Junio de 2015





lunes, junio 29, 2015

Un general Concha de mimbre



El pasado miércoles se publicó en la web Historia Rei Militaris, en su sección Blog, un pequeño artículo nacido de una curiosidad encontrada de casualidad. Todos hemos admirado o pasado de largo delante de estatuas de bronce, mármol y otros materiales, pero, ¿qué sucedería si nos cruzásemos con una estatua de mimbre del general Concha? Pues con algo semejante se maravillaron no pocos madrileños en 1852.

Lectura de 29 de Junio de 2015 a las 1200 horas



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29 de Junio de 2015




jueves, junio 25, 2015

"Mucho Mejor (Hace Calor)"



Los Rodríguez

Lectura de 25 de Junio de 2015 a las 1200 horas



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25 de Junio de 2015






miércoles, junio 24, 2015

El bulo del SS Cotopaxi


El SS Cotopaxi en sus días de felicidad
Las mentiras son capaces de hundir sus raíces tan hondo en la fértil tierra de la Historia que, una vez asentadas, son imposibles de arrancar. Lo malo es que tienen el poder suficiente como para ponzoñar todo lo que tocan e, incluso, atacan con ferocidad inaudita cualquier verdad que trate de germinar a escasa distancia de ellas.

La llegada de Internet, las mentiras, abonadas con el rico compost de nuestras lenguas e ignorancia supina, ha provocado que crezcan vigorosas como especie invasora y que cualquier ejemplar, por minúsculo que sea, dé pábulo suficiente a corrillos de ociosos y no tanto. Incluso ahora se han colocado a la palestra portales en los que se difunden noticias totalmente falsas sin ninguna vergüenza. Aunque lo vergonzoso es que haya tanto crédulo repartido por la superficie de nuestra canica azul que ayuden a su perpetuación.

Hace tan solo unas semanas comenzó a correr por este mundillo nuestro de Internet, en concreto por los callejones del Misterio, una noticia bastante novelesca, muy de Clive Cussler, y que tan solo se queda en eso, porque hay que ser muy ingenuo para darla por cierta; sobre todo porque el artículo original fue publicado en World News Daily Report, web de sobra conocida por sus bulos. Dicha noticia hace referencia a la reaparición de un buque mercante perdido en el área del Triángulo de las Bermudas el 1 de Diciembre 1925: el SS Cotopaxi*1. Dicho navío forma parte de nuestro imaginario colectivo porque es el protagonista de una de las escenas más brillantes y espectaculares de la mítica “Encuentros en la Tercera Fase”, en pleno desierto del Gobi (aunque del Cotopaxi tan solo tenía el nombre).

Pero esta reaparición en 2015, noventa años después de su pérdida, dista mucho de ser un gesto criptográfico de unos simpáticos Grises. La noticia hace mención a que el pasado 18 de Mayo de 2015, los Guardacostas cubanos se toparon en sus aguas territoriales con un navío a la deriva que no respondía a sus llamadas de advertencia. Dicho buque aparentaba estar abandonado por su estado de decrepitud y fue identificado al día siguiente como el Cotopaxi, en navegación errática hacia el Oeste de La Habana, entrando en un área militar restringida. Debido a la inexistencia de contactos con la nave, se trató de interceptarlo por medio de tres lanchas, siendo abordada por un trozo de abordaje, que la halló sin tripulación y que, ahí es nada, recuperó el diario del capitán.

A los dos días, como si tal cosa, el Cotopaxi se esfumó delante de los guardacostas cubanos por lo que parece un efecto de ceguera colectiva. 

Bulo ingenioso y novelesco y punto.

El Cotopaxi en "Encuentros en la Tercera Fase"
Lo único cierto es que la nave, propiedad de la Clinchfield Navigation Co, zarpó el 29 de Noviembre de 1925 del puerto de Charleston (Carolina del Sur) con destino a La Habana, con un cargamento de 2.340 toneladas de carbón, tripulado por treinta y dos hombres a las órdenes del capitán W. J. Meyer; y que el 1 de Diciembre lanzó al éter una llamada de auxilio informando de que hacia agua, siendo dado por hundido y perdido con toda su tripulación el 31 de Diciembre al no reportarse su presencia en ningún puerto ni habiéndose comunicado a las capitanías el auxilio a ningún buque de tales características.

El juego al que se ha prestado involuntariamente el humilde Cotopaxi es al de alimentar más la desaforada mítica del Triángulo de las Bermudas, ahora disfrazado a la fuerza de Holandés Errante; algo que no le hace ningún favor al mundo del Misterio. Pero, sabiendo que la noticia es falsa, ¿podríamos encontrarnos con algo semejante en el plano real?

Las noticias sobre barcos abandonados y dejados a la deriva no son nada fuera de lo corriente. Muchos se deben a situaciones de fuerza mayor, como la de aquel pesquero nipón que el tsunami que asoló Japón en 2011 dejó sin gobierno ni tripulación, tan solo con un pasaje compuesto por cientos de ratas, que se iba acercando inexorablemente, siguiendo las corrientes, a las costas estadounidenses. Pero, repetimos, ¿podría un buque como el Cotopaxi surcar los mares durante años y aparecer de repente? La respuesta breve es NO. La larga (con el lastre de nuestro propio desconocimiento científico), viene a continuación.

Cualquiera que se haya paseado por un puerto de mar conoce de las desagradables consecuencias de la oxidación acelerada que tal medio produce en los metales. Tomando como propias las palabras de mi padre, antes los automóviles comenzaban a sufrir dichos efectos a los dos años y nadie, absolutamente, nadie, quería comprar un coche de segunda mano que hubiera estado cerca del salitre porque no sería otra cosa que un queso Gruyére con ruedas. 

Respecto a los barcos en sí, son de sobra también su debilidad ante la oxidación. Sus cascos metálicos se van enrojeciendo, siendo los primeros síntomas el feo “orín”, cuya naturaleza no le parecía constar al periodista que escribió con sorna, y desde su total falta de letras y luces, que las recién entregadas fragatas F-100 se estaban oxidando y pudriendo. Nada se puede hacer contra la Naturaleza, salvo luchar. Pero del orín, que proviene del contacto de dos metales diferentes, pasamos a capas irregulares y grumosas que se van desprendiendo hasta crear agujeros por los que, si es el caso, permite la entrada de agua y condena al buque para siempre.

En un mundo en el que casi todos los elementos tienden a alcanzar cierta estabilidad, el óxido de hierro es el fruto del intento que realiza el propio hierro por estabilizarse al combinarse con el oxígeno ambiental. Dicho proceso se acelera si añadimos a la ecuación la sal disuelta en el agua de mar y la propia fricción del barco en movimiento, produciéndose un vertiginoso efecto electroquímico.

El agua salada actúa sobre los metales como un electrolito. Me explico: como un líquido en el que flotan diversas cargas eléctricas y que hace circular a los electrones libres. Siendo que los metales poseen una tendencia, según el tipo, a ganar o perder electrones (“potencial electroquímico”), el agua de mar se presta como la perfecta fiesta sin fin para los electrones.

La estabilización del hierro y otros metales en combinación con el oxígeno disuelto en el agua y en el aire, como ya adelantamos antes, supone la creación de una capa de óxido, la cual protege, en primera instancia, el interior mismo de las láminas o planchas del buque, deteniendo la acción electroquímica, pero dicha capa de óxido es tan quebradiza que terminará por caerse poniendo al descubierto más material que quiere estabilizarse, y de ahí a tener unos agujeros por los que entrarán nuestros puños solo hay un paso.

Volviendo a la pregunta, ¿el Cotopaxi, con noventa y tantos años a sus espaldas, sin ningún mantenimiento, podría seguir estando a flote y a la deriva? Creer que la respuesta es sí, es colgarse alegremente el cartel de ingenuo, ya que el navío, si hubiera sido abandonado por la razón que fuera y estuviera en condiciones de mantener la flotabilidad hace noventa años, tarde o temprano terminaría sucumbiendo a la propia acción de la oxidación y se habría hundido. ¿Acaso tenemos que remitir a alguien a la sección del Coleccionista de pecios?

Está muy bien tener la mente abierta y querer maravillarse, pero no hay que pasarse, señores, no hay que pasarse de la rosca y mucho menos enlazando noticias para estúpidos.

Lectura de 24 de Junio de 2015 a las 1200 horas



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24 de Junio de 2015








martes, junio 23, 2015

Guardia de cine: reseña a “Rambo III”

Título original: "First Blood, part III". 1988. 102 min. USA. Color. Dirección a cargo de Peter MacDonald. Guión a cargo de David Morrell, Sylvester Stallone y Sheldon Lettich. Elenco: Sylvester Stallone, Richar Crenna, Marc de Jonge, Kurtwood Smith.

Dejad de reavivar vuestro recuerdo con respecto a lo visionado en las dos primeras entregas, pues lo que ahora está arrullado entre nuestra manos ahuecadas poco o nada tiene de relación con el discurso original de “Rambo. Cambiamos radicalmente de escenario. Nos trasladamos a los agrestes y polvorientos valles de Afganistán y quien necesita ayuda es el coronel Trautman, que ha sido capturado por fuerzas soviéticas.

En ningún recodo hayamos vestigio alguno de Vietnam salvo en una ocasión y de pasada, pues la cinta es un poco disimulado elogio para el pueblo afgano en pie de guerra contra el invasor ruso (no obstante, el filme está dedicado al valiente pueblo de Afganistán). Pretende provocar cierta empatía en el espectador para que admite y apoye sin ambages ni condiciones a los mujahideen que, con armas del Pasado, se enfrentan a un oso mecanizado y letal; despertar de su letargo al consumidor occidental para que deje de ver esa guerra como algo lejano, carente de importancia, un apunte más en el noticiario del día. Incluso el propio Rambo es identificado con esa sociedad durmiente cuando el pobre hombre ha encontrado al fin un remanso de paz junto a unos monjes budistas en Tailandia y ha enterrado toda intención de regresar al campo de batalla. Las duras instantáneas que le entregan para convencerle no le descompasan los latidos del corazón (obvio, pues de cosas así ya se hartó de ver en Vietnam). Pero cuando es el coronel Trautman quien acaba con sus huesos en un insalubre celda de un fuerte soviético, Rambo se encamina de nuevo hacia el infierno, vía Peshawar, momento en el que da comienzo una lección a marchas forzadas sobre historia, cultura y tradiciones de un pueblo que ha frenado en seco el avance de varios imperios a lo largo de los siglos, a la par que se nos muestra, con sutil brutalidad y buscando un impacto visual en lo más recóndito del subconsciente, los efectos de una guerra sobre la población civil. A este respecto destaca la escena en la que Rambo se encuentra con su contacto en la propia Peshawar, en una tienda de prótesis ortopédicas: “Se venden muy bien en Afganistán”.

Siendo elogiable el esfuerzo por mostrar el dolor y valor del pueblo afgano en una guerra que sería conocida por el sobrenombre de “Vietnam soviético”, en la que los rusos dejaron idéntica o peor impronta que los americanos en el sudeste asiático, en ocasiones el filme adolece de cierta estructura de folleto meramente propagandístico al uso para ensalzar a los luchadores por la libertad, a los mujahideen; algunos de los cuales, expulsado el oso invasor, abrazaron la causa talibán y el radicalismo islámico ayudados por agentes externos como el saudí Osama bin Laden; siendo que, veinticinco años después, el territorio sigue desfalleciendo por exsanguinación y por las minas terrestres soviéticas, en un clima insoportable de guerra civil entre soldados de la Yihad.

Otras carencias que se aprecian en el metraje es la reiteración de elementos en la estructura narrativa que ya fueron vistas en “Rambo II, con huida, caza de enemigos y enfrentamiento final, por ese orden, no aportándose ni una sola pizca de originalidad por debajo de la espectacularidad propia de las escenas de acción; a lo que hay que sumar, una vez más, la prodigiosa capacidad del protagonista principal de salir medio ileso de choques que habrían hecho papilla a cualquier humano. Por último, no termina de convencer la inclusión de un persona infantil-juvenil que, aunque así se da cuenta de la existencia de niños-mujahideen cuyo sacrificio es horrendo, su participación en el argumento, tal y como se plasma, tan solo aporta a la acción de un tinte ñoño prescindible.

Película en ocasiones lineal, momentos en los que invita al bostezo, hasta que nos despabila de un golpe. Un notable descenso de calidad respecto las anteriores a pesar de todo lo bueno que tiene y del despliegue que se lleva a cabo.

Lectura de 23 de Junio de 2015 a las 1200 horas



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23 de Junio de 2015



miércoles, junio 17, 2015

La relación de “Los Simpsons” con el desastre del Challenger de 1986


Homer haciendo de las suyas con sus patatas fritas, escamoteadas a bordo
La serie de televisión “Los Simpsons”, especialmente en sus primeras diez temporadas, se concibe como una generosa cornucopia cargada de referencias culturales norteamericanas que no se limita a ciertos acontecimientos históricos o musicales. El amplio dédalo de episodios forma un inigualable fresco social que hasta permite que hallemos, entre sus divertidos argumentos, material para El Navegante del Mar de Papel.

Si tuviéramos que hacer un ránking personal en el que figuraran nuestros capítulos favoritos, creo que nunca faltaría “Homer en el espacio exterior*1, en el que seremos testigos de cómo Homer es reclutado por la NASA para relanzar la popularidad del programa espacial sirviéndose de civiles normales y corrientes. Aunque resulte difícil de creer, la premisa de esta tronchante trama que lleva al singular springfieldiano al espacio exterior se basa en hechos reales acontecidos durante la Administración Reagan.

La llegada del Apollo 11 a la luna en 1969, solo unos meses antes de que los soviéticos estuvieran listos para enviar su propia misión, supuso para la ciudadanía y las administraciones de ambos bloques enfrentados una pérdida de interés por el espacio. Había problemas más acuciantes y bien es cierto que este anhelo por cumplir el sueño más profundo del hombre desde que se atreviera a contemplar el cielo, alcanzar las estrellas, había dejado las arcas públicas bien agotadas.

Fotografía oficial de la astronauta-maestra Christa McAuliffe
Cuando Ronald Reagan se hace con la presidencia de los EEUU en 1981, el exactor se propone un ambicioso plan para ahogar económicamente a la URSS, embarcada en titánicos proyectos militares y civiles que siempre finalizaban con la coletilla “más grande del mundo” (véase, por ejemplo, nuestra entrada dedicada al SSV-33 Ural). Reagan sabía que la economía de la superpotencia antagonista se encontraba rayana a la bancarrota y que la única forma de arrojarla por el precipicio era hacerla despilfarrar cantidades ingentes de dinero en un vano intento de colocarse en igualdad de condiciones a su enemigo capitalista. De ahí devienen proyectos como “Star Wars”, el escudo antimisiles en Europa y otros tantos de carácter militar que llevaron a que el ciudadano medio norteamericano (dos de cada tres) que se paseaba por las avenidas de Nueva York, Palm Springs o Cleveland en 1983 estuviera más que convencido de que la guerra termonuclear estallaría en menos de un año. Curiosamente, por dicha razón, la economía doméstica estadounidense pasó de ser la más saneada del mundo a una de las más endeudadas, pues la gente quería vivir a tope. Así nació un consumismo feroz que dejó huella en la década de 1980 con un derroche a todos los niveles y cuyas consecuencias las estamos viviendo en la actualidad con la tan cacareada crisis económica mundial. Y es que el hongo nuclear podría rasgar el horizonte en cualquier instante y no había porqué pensar en el mañana.

La premisa, o premonición, de Reagan era simple: la amenaza de un enemigo superior obligaría a la URSS a empeñar más de lo que nunca tuvo hasta que se colapsase. Todos sabemos desde hace veinticinco años que llevaba razón.

Pero no todo iba a ser una carrera armamentística nuclear que provocara ese holocausto irremediable que las cintas de ciencia-ficción anunciaban desde hacía más de dos décadas. También había un lado amable y de prosperidad. Reagan quería relanzar el programa espacial de la NASA, acercarlo de nuevo al ciudadano, cansado ya de esa línea propia de los sesenta y de tanto achuche fiscal en busca de un futuro con coches que volaban que ya no vendría. Y la Casa Blanca lo tuvo fácil: colocar en órbita gente corriente y moliente, sin preparación militar previa y que no formaban parte del grueso del NASA Astronaut Corps*2, para unirse a las tripulaciones de los transbordadores Columbia y Challenger. La intención era que esos afortunados, tras vivir la experiencia, la difundieran en sus comunidades para alentar el espíritu y necesidad de que la bandera de las barras y estrellas siguiera ondeando en el espacio y, también, de un mayor desarrollo tecnológico en beneficio de la Humanidad (no obstante, se reconoce a Reagan el mérito de ser uno de los precursores de la Estación Espacial Internacional (ISS)).

Y de entre los diferentes sectores civiles había uno que podía dar mayor impulso a los deseos de Washington: el profesorado. Estos tripulantes civiles podrían difundir su inigualable experiencia entre sus alumnos y se produciría un efecto en cadena que alcanzaría a toda una generación. Las charlas de fornidos astronautas en los salones de actos de los colegios estaba bien, pero eran personas que estaban “por encima” de todos los demás. Los asistentes se sentían abrumados ante semejantes Perseos; hacía falta alguien más de carne y hueso.

Así es como nació el Teacher In Space Project, siendo la primera astronauta civil en superar las pruebas la maestra de Concord (New Hampshire) Christa McAuliffe, escogida el 18 de julio de 1985 entre más de once mil aspirantes*3 y quien formaría parte de la tripulación del vuelo STS-51-L*4 del transbordador Challenger que tenía programado su lanzamiento el fatídico 28 de Enero de 1986.

Una imagen imposible de olvidar
Creo aquí que todo el que tuviera los ojos puestos en la televisión durante aquellos días y contara con suficiente memoria, recordará como a los 73 segundos de vuelo, a 48.000 pies de altura, el Challenger estalló formando esas dos terribles columnas de humo.

Una de las mayores, sino la que más, desgracias del programa espacial.

Aunque se mantuvo el proyecto Teacher In Space en vigor hasta 1990*5 y el deseo de que la segunda finalista, Barbara R. Morgan, fuera puesta en órbita, lo cierto es que esta mujer no conseguiría viajar al espacio hasta el 8 de agosto de 2007, veintidós años después de ser seleccionada.

Los Simpsons”, en un capítulo en el que se encuentran multitud de guiños a “2001: una odisea del espacio”, “Alien”, “Star Trek: espacio profundo nueve” (en el título) o “El planeta de los simios”, también pretende homenajear, con su particular sentido del humor, un proyecto digno de mérito, que no tuvo peor y más trágico comienzo, aunque con el buen tino de conseguir que sus tripulantes regresen sanos y salvos a casa.

Lectura de 17 de Junio de 2015 a las 1200 horas



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martes, junio 16, 2015

Presentación de “Historias de la Marina Mercante española. Vol II” en Madrid



El día de mañana, 17 de Junio del corriente, es el escogido para la que el segundo volumen de “Historias de la Marina Mercante española” sea presentado en la sede de la Real Liga Naval Española, sita en c/ Mayor, nº 16 de Madrid.

El acto dará comienzo a las 1900 horas y será presidido por D. Juan Díaz Cano e intervendrán los padres de la criatura, entre los que está nuestro inestimable Roberto Hernández, el Ilustrador de Barcos.

Desde aquí no solo hacernos eco de esta interesante presentación, sino darles nuestro apoyo y desearles suerte para mañana.

Lectura de 16 de Junio de 2015 a las 1200 horas



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jueves, junio 11, 2015

"Thank You"



Hoy dejamos que Dido nos acaricie los oídos con su voz

Lectura de 11 de Junio de 2015 a las 1200 horas



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11 de Junio de 2015








miércoles, junio 10, 2015

Isabel Barreto, la reina de Saba pontevedresa

Hoy, en nuestros Apuntes, os invitamos a abrir la Sagrada Biblia, en concreto, por el capítulo décimo del Primer Libro de los Reyes, que dice así:

1 Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles.
2 Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y oro en gran abundancia, y piedras preciosas; y cuando vino a Salomón, le expuso todo lo que en su corazón tenía.
3 Y Salomón le contestó todas sus preguntas, y nada hubo que el rey no le contestase.
4 Y cuando la reina de Sabá vio toda la sabiduría de Salomón, y la casa que había edificado,
5 asimismo la comida de su mesa, las habitaciones de sus oficiales, el estado y los vestidos de los que le servían, sus maestresalas, y sus holocaustos que ofrecía en la casa de Jehová, se quedó asombrada.
6 Y dijo al rey: Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría;
7 pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu sabiduría y bien, que la fama que yo había oído.
8 Bienaventurados tus hombres, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti, y oyen tu sabiduría.
9 Jehová tu Dios sea bendito, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel; porque Jehová ha amado siempre a Israel, te ha puesto por rey, para que hagas derecho y justicia.
10 Y dio ella al rey ciento veinte talentos de oro, y mucha especiería, y piedras preciosas; nunca vino tan gran cantidad de especias, como la reina de Sabá dio al rey Salomón.
11 La flota de Hiram que había traído el oro de Ofir, traía también de Ofir mucha madera de sándalo, y piedras preciosas.
12 Y de la madera de sándalo hizo el rey balaustres para la casa de Jehová y para las casas reales, arpas también y salterios para los cantores; nunca vino semejante madera de sándalo, ni se ha visto hasta hoy.
13 Y el rey Salomón dio a la reina de Sabá todo lo que ella quiso, y todo lo que pidió, además de lo que Salomón le dio. Y ella se volvió, y se fue a su tierra con sus criados.
14 El peso del oro que Salomón tenía de renta cada año, era seiscientos sesenta y seis talentos de oro;
15 sin lo de los mercaderes, y lo de la contratación de especias, y lo de todos los reyes de Arabia, y de los principales de la tierra.
16 Hizo también el rey Salomón doscientos escudos grandes de oro batido; seiscientos siclos de oro gastó en cada escudo.
17 Asimismo hizo trescientos escudos de oro batido, en cada uno de los cuales gastó tres libras de oro; y el rey los puso en la casa del bosque del Líbano.
18 Hizo también el rey un gran trono de marfil, el cual cubrió de oro purísimo.
19 Seis gradas tenía el trono, y la parte alta era redonda por el respaldo; y a uno y otro lado tenía brazos cerca del asiento, junto a los cuales estaban colocados dos leones.
20 Estaban también doce leones puestos allí sobre las seis gradas, de un lado y de otro; en ningún otro reino se había hecho trono semejante.
21 Y todos los vasos de beber del rey Salomón eran de oro, y asimismo toda la vajilla de la casa del bosque del Líbano era de oro fino; nada de plata, porque en tiempo de Salomón no era apreciada.
22 Porque el rey tenía en el mar una flota de naves de Tarsis, con la flota de Hiram. Una vez cada tres años venía la flota de Tarsis, y traía oro, plata, marfil, monos y pavos reales.
23 Así excedía el rey Salomón a todos los reyes de la tierra en riquezas y en sabiduría.
24 Toda la tierra procuraba ver la cara de Salomón, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón.
25 Y todos le llevaban cada año sus presentes: alhajas de oro y de plata, vestidos, armas, especias aromáticas, caballos y mulos.
26 Y juntó Salomón carros y gente de a caballo; y tenía mil cuatrocientos carros, y doce mil jinetes, los cuales puso en las ciudades de los carros, y con el rey en Jerusalén.
27 E hizo el rey que en Jerusalén la plata llegara a ser como piedras, y los cedros como cabrahigos de la Sefela en abundancia.
28 Y traían de Egipto caballos y lienzos a Salomón; porque la compañía de los mercaderes del rey compraba caballos y lienzos.
29 Y venía y salía de Egipto, el carro por seiscientas piezas de plata, y el caballo por ciento cincuenta; y así los adquirían por mano de ellos todos los reyes de los heteos, y de Siria.

Gracias a nuestra cultura judeocristiana, y a las películas de la edad de Oro de Hollywood (no le restemos sus méritos), hay no pocos y variopintos pasajes del Antiguo Testamento que nos son bastante conocidos: el malentendido ante el Árbol del Conocimiento en el jardín del Edén, el Diluvio que anegó la Tierra tras la última glaciación, el éxodo del pueblo judío desde Egipto liderado por Moisés o la batalla desigual entre David y Goliat; mas aquel que más cabezas pensantes ha cautivado es el encuentro entre Bilkis o Makeda, reina de Saba y mujer tan importante que hasta está referenciada en el Corán*1, y el más poderoso e influyente rey de Israel, Salomón. La pequeña crónica de dicho encuentro internacional, acontecido hace más de 2.500 años, nos presenta a dos soberanos que se sienten mutuamente atraídos por sus capacidades de gobierno y riquezas.

Ahora bien, en el texto bíblico con el que he dado comienzo a este artículo destaca la flota del Hiram, rey de Tiro y arquitecto y constructor del templo donde se custodiarían el Arca de la Alianza, la Menorah y la mesa de Salomón. Dicha flota trajo una cantidad ingente de oro de una región denominada Ofir u Ophir, lugar donde se supuso que se hallaría una de las famosas y esquivas minas del rey israelita y que tanto han alimentado la imaginación de aventureros y cazatesoros a lo largo de los siglos, siendo que nosotros realizaremos la pertinente escala en el s. XVI y ante las costas del Nuevo Mundo.

Nuestra historia en particular, y que da título al presente artículo, arranca en el año de Gracia de 1567, momento en el que el conocimiento científico-cartográfico distaba aún mucho de abarcar todo el orbe y las potencias navales guardaban sus secretos de navegación de todo ojo indiscreto y enemigo. En la carrera de Castilla y Portugal hacia Occidente y Oriente se anhelaba descubrir tierras completamente desconocidas y, por supuesto, aquellas otras sobre las que se cernían cientos de rumores más o menos fabulosos. A este respecto, los españoles de entonces, dueños y señores del Nuevo Mundo, supimos poner oídos a los mal llamados indios*2 acerca de unas tierras aisladas en el Mar del Zur, ricas en metales preciosos; eso sí, de cómo los conquistadores pudieron llegar a la conclusión de que aquellas islas perdidas en medio del Pacífico debían ser forzosamente las de Ofir se hurta a nuestro conocimiento y raciocinio.

Álvaro de Mendaña de Neira
El navegante leonés Álvaro de Mendaña de Neira (1542-1595) —atraído por las riquezas que podría lograr para beneficio de la Corona de Castilla y gracias al apoyo financiero*3 del virrey de Perú, quien, a la sazón, era su tío—, organizó una misión compuesta por dos navíos —Los Reyes y Todos los Santos de doscientos y ciento cuarenta toneladas de arqueo respectivamente—, con el objeto de hallar las islas de donde procedían, sin duda, las riquezas del todopoderoso rey de Israel y, de paso, la también misteriosa Terra Australis incognita.

El puerto de El Callao de Lima despediría a Mendaña y los suyos un 20 de noviembre de 1567, en demanda de la aventura y la gloria de Castilla, plantando el pendón de la Corona el 7 de Febrero del año siguiente en la primera de las islas que conforman las Salomón*4, bautizada con el nombre de Santa Isabel.

El leonés se maravilló ante las costas que iba descubriendo, pero en ninguna de ellas encontró vestigio alguno de esa generosa riqueza que lo lanzó a los brazos de la mar con tanta alegría; tan solo hordas de indios abiertamente hostiles y cuyas artes culinarias incluían el canibalismo. Tras remontar e inspeccionar de forma más o menos exhaustiva varios de los ríos del dédalo de islas que Mendaña*5 fue cartografiando, escasos de gente de armas para pacificar los territorios recién descubiertos en nombre del rey Felipe II, se ordenó virar en redondo, logrando poner de nuevo pie en los muelles del puerto de El Callao el 22 de junio de 1569.

Álvaro Mendaña regresó dichoso, bien es cierto, pero exhausto y arruinado. Le faltó tiempo para dirigirse a Palacio a dar cuenta de sus descubrimientos, pero lo que le contaba al nuevo virrey del Perú distaba mucho de entusiasmar a éste: tan solo le daba la noticia de la existencia de unos cuantos pedruscos baldíos en mitad de la nada. Con gesto indolente, el virrey se desentendió del aventurero y de sus ruegos, por lo que al intrépido leonés no le quedó otra que correr tras la Fortuna y tratar de cobijarse bajo sus alas a marchas forzadas viajando a España, solicitando audiencia al mismo monarca. Tras muchos tiras y aflojas en Madrid, el rey Felipe II firmó unas capitulaciones que permitirían a Mendaña, ya nombrado gobernador de las nuevas tierras de las islas de Poniente y Adelantado en las Salomón, reclamar la soberanía en nombre de la Corona de Castilla e iniciar la Evangelización de las mismas. Sin embargo, y en este punto no había negociación alguna, la Real Hacienda no empeñaría un solo escudo en la empresa.

Isabel Barreto
Tras tres años buscando financiación, bajeles y gentes de mar y guerra, Álvaro de Mendaña arriba a ciudad de Panamá en 1577. Allí, el insistente navegante, aún con el título de privado del virrey, tropezará con el gobernador del territorio, quien, con tan mala sangre, no tuvo reparo alguno en hacerlo preso y pasar cuatro días y sus respectivas noches en el calabozo. Quedaba claro que allí no encontraría apoyo alguno, por lo que se convenció de que tenía que jugar a otro nivel y una hermosa y arrojada mujer se le presentaría como su apoyo más importante: la pontevedresa Isabel Barreto (1567?-1610-12?).

Resulta harto complicado averiguar la cuna de la bella Isabel, pues su biografía es oscura si tratamos de ahondar en los años anteriores a su llegada al Perú, de niña. Ciertas fuentes bibliográficas apuntan en la dirección de que era hija del marino luso Francisco Barreto, decimoctavo gobernador de la India portuguesa; mientras que otras dan por cierto que sus padres fueron los lisboetas Nuño Rodríguez Barreto, conquistador del Perú, y Mariana de Castro. Pero todas coinciden en que Isabel era una apasionada de la mar y que resultaba lógico que se sintiera fuertemente atraída, intelectual y sexualmente, hacia un hombre vetusto cuya piel era puro salitre: Álvaro de Mendaña. La joven flor, de diecinueve años, contraería nupcias en el mes de mayo de 1586 con el marino, más de veinte años mayor. 



Pedro Fernández de Quirós
La vida en la tórrida Ciudad de los Reyes se hizo insoportable para Mendaña e Isabel. El primero ansiaba regresar a las islas que descubriera antes de que su esposa siquiera naciera; la segunda seguirle a donde fuera, pues su energía y temperamento no podían quedar encerrados en ricos salones; así que ambos esposos no tuvieron embarazo alguno en compartir este nuevo proyecto, cosa que disgustaba mucho al piloto al que Mendaña acudió: el luso Pedro Fernández de Quirós, quien mostró desde el primer instante su desentendimiento y enemistad con la Barreto, antipatías que fueron agravándose en cuando la expedición se hizo a la mar*6. 

Por si fuera poco, Mendaña escogió al peor hombre posible para comandar a su gente de guerra: el maese de campo Pedro Marino Manrique, un tipo desaforado que haría de las suyas para que los contactos con los indios de las islas a descubrir fueran de todo menos pacíficos, siempre rubricados con una brutal y mortal firma; por no decir que éste también se llevaría a matar con Quirós.

El pobre y esforzado Mendaña se vio en medio de una violenta tormenta de tensiones entre su mujer y Quirós, y entre éste y Marino Manrique, a lo que hay que sumar que tendría que formar camarilla con los tres hermanos de Isabel, quienes se apuntaron a la empresa de regresar a las islas de Salomón. Aún así, solo le faltaba señalar la fecha de partida pues logró las suficientes simpatías y alistar cuatro navíos, a saber: 
  • Galeón San Gerónimo, nao capitana, de 300 toneladas de arqueo. Embarcaron en el mismo: Mendaña, Isabel Barreto y sus hermanos, Quirós y Marino Manrique, por lo que el ambiente a bordo fue de todo menos apacible.
  • Galeón Santa Isabel, nao almiranta, de 300 toneladas de arqueo. Comandada por Lope de Vega, casado con Mariana, hermana de Isabel.
  • Galeota San Felipe, de 40 toneladas.
  • Fragata Santa Catalina, de 40 toneladas.

Con los hados frunciendo el ceño, los cuatro navíos zarparon de El Callo de Lima el 29 de Abril de 1595, haciendo aguada y bastimentos en Paita, donde también se completó la tripulación y pasaje, sumando 368 almas a bordo, entre las que se encontraban varias mujeres y niños, lo cual da muestra del cariz colonizador de la misión.

Debido a los años entre los que nos movemos, Mendaña, como los demás navegantes, no tenía un método para determinar su posición exacta en la carta náutica. Ya se daba gracias al Cielo por contar con métodos e instrumentos con poder calcular la latitud, pero no había nada para la longitud; así que, cuando avistaron tierra, no es inaudito que creyeran haber llegado ya a destino, a las islas Salomón, cuando aún les quedaba medio camino por recorrer. Mendaña no tardó mucho en percatarse de su error por lo que, acompañado del pendón de Castilla, tomó posesión de un archipiélago al que bautizaría como Marquesas, siendo La Magdalena*7 el nombre de la primera de las islas.

Los encuentros con los nativos de las nuevas tierras se desarrollaron con agradable cordialidad en un principio, pero las manos largas de estos, que se iban tras todo objeto de metal, obligó a marcar distancias, algo a lo que ayudó el maese de campo Marino*8. 

Deseoso de reconocer de nuevo las costas que le llevaban quitando el sueño desde hacía dos décadas, Mendaña puso proa a Occidente, cometiendo el error de desviarse unos grados al Sur, pero dándose perfecta cuenta del malestar creciente entre las tripulaciones y los pasajeros, faltos de provisiones y de puertos seguros en los que asentarse; y hartos de las desavenencias entre los oficiales y los indios. Sin embargo, las dichosas islas de Salomón, con sus riquezas sin límite, no aparecían, la Santa Isabel desapareció sin dejar rastro*9 y el primer terruño que encontraron al dejar las Marquesas poseía un volcán activo en su seno, lo cual fue interpretado como una señal de muy mal fario.

Tras vérselas y deseárselas, las tres naves restantes alcanzaron una isla que sería bautizada como Santa Cruz (perteneciente a zona norte de la actual Vanuatu, a no más de trescientas millas de las Salomón), y donde se proyectó la construcción de un asentamiento; pero la gente no tenía el horno para bollos: nadie vive mucho tiempo solo de ilusiones y paradisíacos paisajes, y varias voces se alzaban expresando su deseo de regresar al continente. Entre los descontentos, sacando varios cuerpos de ventaja, estaba el maese de campo Marino, quien orquestó un motín entre los soldados, seguramente envalentonado al ser sabedor que Mendaña comenzaba a quejarse de unas dolencias que se identificaban con la malaria.

Cada vez más enfermo y débil, Mendaña quiso que la presencia española en Santa Cruz fuera pacífica y lo consiguió durante algún tiempo, haciendo buenas migas con un cacique local, de nombre Malope, pero Marino Manrique consiguió el apoyo que creía necesario y se rebeló, conato que fue abortado por el propio Adelantado, quien mandó ejecutar a muerte a Marino de ocho apuñaladas, a Tomás de Ampuero de la misma suerte y degollar al alférez Juan de Buitrago, condonando la pena capital a otros dos conspiradores.

Así las cosas, la situación de la joven población colonial de bahía Graciosa se complicó cuando un soldado asesinó a Malope de un arcabuzazo. El que aquel estúpido fuese condenado a muerte y degollado no calmaron los ánimos de los nativos.

Falto de fuerzas y viendo cercana su muerte, Álvaro Mendaña dictó testamento, nombrando a Isabel Barreto “[…] gobernadora y heredera universal y señora del título de Marquesado que del Rey Nuestro Señor tengo” y se dice que, al día siguiente de testar, el 8 de Octubre, el navegante y aventurero feneció*10, por lo que Isabel se convirtió de facto y de iure en general y gobernadora de la expedición y Lorenzo, su hermano, almirante de la misma; aunque éste, días más tarde, compartiría el destino de su cuñado, por lo que la Barreto asumiría también, por sucesión, el título de almirante y Adelantada de las islas Salomón, siendo así la primera mujer en la historia de España en ostentar tal cargo oficial.


Derrota de la expedición según la antropóloga Eloisa Gómez-Lucena

Isabel, consciente de la precaria situación de los españoles en Santa Cruz, ordenó a Quirós seguir rumbo hacia las Salomón y poner fin a sus desgracias. Las tres naves supervivientes se echaron a la mar el 18 de noviembre de 1595, pero las ricas islas de Ofir se ocultaban a los ojos de los vigías y se tomó la acertada decisión de poner rumbo a las Filipinas y dar por terminada aquella calamidad cuanto antes*11. Mas si creyeron alguna vez que la tarea iba a ser liviana, estaban muy equivocados: al reguero de muertos que se arrojaba a diario por las bordas, habría que sumar las ejecuciones sumarias por insubordinación a la Almiranta y la pérdida de la galeota*12 y la fragata, ésta última muy sentida por llevar en sus entrañas de madera los restos del Adelantado. Por si fuera poco, las tensiones entre los mandos se hicieron más tirantes, siendo que Quirós tacharía a Barreto de déspota, ligera y egoísta, a la que poco le importaba que su gente desfalleciera por falta de agua, cuando ella la derrochaba.

Al momento en el que la única nave superviviente enfiló el puerto de Manila, ya corrían  en tierra habladurías fantásticas acerca de que a bordo de la misma viajaba una hermosa y arrogante mujer, la cual, sabiéndose que la nao formaba parte de la expedición de Mendaña a las Salomón, no podía ser otra que la reina de Saba.

La empresa a las Salomón fue un rotundo fracaso al no haber sido capaz de reencontrar el archipiélago descubierto dos décadas atrás, pero Isabel Barreto y Fernando de Castro, con quién la pontevedresa contrajo nupcias tras el año de viudedad, solicitaron ayuda real para organizar un nuevo intento. Por su parte, Quirós quiso hacer lo propio por su cuenta, pero no fue hasta 1603 cuando consiguió cédula real por la que se ordena al virrey del Perú aprestar dos navíos*13, siendo los gastos de la expedición soportados por la Real Hacienda.

Isabel y Fernando trataron de formar parte de la empresa de Quirós, pero no hubo entendimiento con el navegante portugués, muy requemado de su anterior experiencia con la orgullosa Adelantada, quién ahora ostentaba tal cargo a título honorífico.

Lectura de 10 de Junio de 2015 a las 1200 horas



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10 de Junio de 2015





martes, junio 09, 2015

Guardia de literatura: reseña a “Desde la tierra más allá del boques (Los archivos perdidos de Sherlock Holmes)”, de Rodolfo Martínez

Hace unas semanas tomé la irrevocable decisión de volver a hacer uso del ereader pues, por mucha pereza y agobio que dé, he de justificar de alguna manera mi meditada e irresponsable (sí) decisión con la que adelgacé, feliz y voluntariamente, el bolsillo en más de 400 € adquiriendo un Kindle Graphite hace ya unos cuantos años. El tenerlo apolillado en una de las esquinas del mueble del salón, tan solo consumiendo batería para mostrar una pantalla blanca y sin que nadie se digne en pulsarle un solo botón, es un gasto inasumible, sobre todo cuando tan solo lo cogía para comprobar su estado y enchufarlo a la corriente, algo alarmado, al encontrarme con ese mensaje, ya de sobra conocido, de “Batería en estado crítico”.

Resucitarlo los fines de semana mientras arranca el ordenador parece la mejor opción para desperezarlo y convencerme de que no tiré el dinero que nunca me ha sobrado. Y en una de estas variables esperas es cuando me topé con la obra que os voy a reseñar en el día de hoy.

Como sucede en un dispositivo de este tipo, con el que te dejas llevar por la simple acumulación, (re)encontré un montón de carpetas, organizadas por autores, que yo mismo había ido creando con paciencia a medida que, en plena posesión, iba descargando cientos y cientos de libros (pues el aparato vino blanco como un papel esperando que lo tome el escritor por la fuerza de las letras). Tras ese orden primario, se presentaron otros cuantos archivos que se habían quedado atrás, a la espera de que yo les dignara el tiempo preciso para organizarlos como está mandado. Obras, obras y obras, tantas que abruma la sola idea de, en un futuro, ser capaz reunir arrestos y energías suficientes para leerlas todas, por la simple razón de que suman varias decenas de miles de páginas. Y en esas, acobardado ante tan magna montaña de hojas en formato electrónico, en medio de ese “cajón de sastre”, sin que hubiera ducho carpintero que se prestara a auxiliarme, me topé con un sugerente título: “Desde la tierra más allá del bosques (Los archivos perdidos de Sherlock Holmes)”, de Rodolfo Martínez. Ni entonces ni ahora conozco la razón de que semejante libro forme parte del marasmo de mi colección, pero me tentó la mención, casi soterrada, a Sherlock Holmes y me lancé a ello sin tomar la precaución previa de abrir con delicadeza la puerta y, sin descorrer la cadenilla, ver qué se esconde tras ella, pues las lecturas de las sinopsis de cuartilla de contraportada no siempre tienen porqué dar cuenta leal del contenido del libro.

A primera instancia, se aprecia el conocimiento del autor sobre el medio en el que se presentan las historias que Arthur Conan Doyle escribió hace más de un siglo, pero no resulta, ni por asomo, suficiente como para engañar a nadie que haya tenido, aún muy por encima, un contacto con los relatos del Dr. Watson. A la legua se ve que no es de Conan Doyle. Se aprecia una falta de forma y volumen que se antoja como desesperante en ciertos pasajes, sobre todo cuando ya hemos pasado las páginas iniciales de una historia tan falta de originalidad como de desarrollo. El mayor error que Rodolfo Martínez ha tenido a la hora de escribirla es la de mezclar los relatos de Watson y uno de los personajes de la obra cumbre de Bram Stoker, el Dr. John Seward; recurso pobre que ya anuncia lo que nos vamos a encontrar, que no es más que un plato de complicada digestión: un libreto de serie B bastante pueril y escandalosamente desnudo de interés, siendo que la rapidez a la hora de leerlo no es más que consecuencia de la corta vida del mismo.

Aunque el autor posee un bagaje literario envidiable y reconocido, el producto que ha creado no puede, siquiera, considerarse un homenaje al relato holmesiano, por no decir que asemeja más a una grotesca burla del Drácula de Stoker; no digamos ya cuando ambos narradores (Watson y Seward) tratan, de manera risible, hacer creer que son personajes reales cuyas aventuras han sido plasmadas en publicaciones para divertimento del respetable.

Se podría destacar que la portada corre a cargo del gran Paco Roca, faro que, quizá, a más de uno atraiga hasta esta obra que, ciertamente, es mejorable en todos sus aspectos.

Formato: Versión Kindle
Tamaño del archivo: 1459 KB
Longitud de impresión: 71
Editor: Sportula Ediciones (1 de abril de 2015)
Vendido por: Amazon Media EU S.à r.l.
Idioma: Español
ASIN: B00W1GBO7O
Word Wise: No activado

Lectura de 9 de Junio de 2015 a las 1200 horas



  • Barómetro: 755,5 (Variable). Estratocúmulos
  • Termómetro: 23,5
  • Higrómetro: 42%

9 de Junio de 2015