jueves, abril 28, 2016

«Purple Rain», Prince



Aunque con una semana de retraso, hacemos nuestro propio homenaje a Prince.

I never meant to cause you any sorrow
I never meant to cause you any pain
I only wanted one time to see you laughing
I only want to see you laughing in the purple rain

Purple rain Purple rain
Purple rain Purple rain
Purple rain Purple rain

I only want to see you bathing in the purple rain

I never wanted to be your weekend lover
I only wanted to be some kind of friend
Baby I could never steal you from another
It's such a shame our friendship had to end

Purple rain Purple rain
Purple rain Purple rain
Purple rain Purple rain

I only want to see you underneath the purple rain

Honey I know, I know, I know times are changing
It's time we all reach out for something new
That means you too
You say you want a leader
But you can't seem to make up your mind
I think you better close it
And let me guide you to the purple rain

Purple rain Purple rain
Purple rain Purple rain

If you know what I'm singing about up here
C'mon raise your hand

Purple rain Purple rain

I only want to see you, only want to see you
In the purple rain

Lectura de 28 de Abril de 2016 a las 1200 horas



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martes, abril 26, 2016

Guardia de Literatura: reseña a «El marciano», de Andy Weir

Autor Weir, Andy; traducción de Guerrero, Javier.
Series Nova (Ediciones B):
Editor: Barcelona : Ediciones B, 2014
Descripción: 407 p. ; 23 cm.
ISBN: 978-84-666-5505-7.
¿Qué formula magistral debemos conocer para extraer de nuestra mente de escritores lo que se viene llamando comúnmente un best-seller? ¿Qué notas de la partitura debemos aprender para lograrlo? ¿Qué detalles sirven a los agentes literarios y a las editoriales para saber que lo que tienen entre manos es oro puro? Al igual que con aquellos elementos nacidos de la llegada de la Red de Redes a todos los hogares y que se hacen llamar virales (un término un tanto confuso), nadie sabe qué sustancia ha de rezumar un texto para que se convierta en un éxito de ventas. Por muchas cábalas que hagamos, nos encontramos frente a una pizarra negra sobre la que alguien ha escrito una incógnita imposible de desvelar para dar con la solución a la ecuación.

«El marciano» es un best-seller atípico y que muestra hasta la extenuación lo que he querido condensar en el anterior párrafo, siendo que en su propia génesis radica su extrañeza y, también, su encanto. Andy Weir no se sentó un buen día delante del ordenador para escribir la gran novela que encandilara a un posible agente literario y para recibir los mimos del mundo editorial. No. Por una razón publicada a medias o que se mantiene soterrada por completo (pues un autor atesora un sinfín de secretos en los bolsillos de la creatividad), este hombre se puso manos a la obra con un diario que publicaba por Internet, un blog sobre las aventuras y desventuras de Mark Watney, un miembro de una ficticia misión a Marte que es dado por muerto y abandonado en el planeta por motivos de mera y científicamente calculada supervivencia. Mark está vivito y coleando en una isla y en una situación que deja al bueno de Robinson Crusoe en paños menores.

Weir tira de sus conocimientos como ingeniero y de su pasión por el espacio para ir creando, post a post, una historia en la que un hombre se enfrenta a un medio extremo y hostil en todos los sentidos. Todo en Marte es mortal de necesidad. Y Weir fue escribiendo para quien le quisiera leer en la comodidad de su casa y de forma gratuita, sin esperar en ningún momento que alguien se tomara en serio su pequeño pasatiempo. Lo mismo le daba que no le leyera ni su bendita madre; escribía por el mero placer, sin espera un cambio en su vida. Y ahí es donde radica lo bonito de esta obra que nace desprovista de artificios, de ínfulas o de ganas de agradar. Weir tan solo quiere pasar el rato divagando sobre los problemas reales de una situación límite que se podría dar en un futuro cercano; sin embargo, se sorprendió al verificar el contador de visitas a su blog: a los pocos meses era seguido por una legión de lectores y muchos hasta le animaban a autopublicar un libro con sus entradas. Weir alucinaba con la respuesta de esos desconocidos en la Red a su inocente divertimento pues, aún pudiendo leerlo gratis, la gente prefería pagar el precio (irrisorio) de venta en plataforma.

Sin ser su intención, nació un best-seller de la novela de ciencia-ficción moderna.

A pesar de que es una lectura dura y científica —en la que la profusión de datos, cálculos y conjeturas hace que se le nuble la visión a aquellos que hemos desviado nuestras inquietudes académicas hacia el campo de las Letras—, la narración, simple en sí, nos empujar a continuar leyendo, entrada de diario tras otra. Lo agobiantes que pueden ser sus matemáticas de servilleta o la posibilidad de llegar a gritar en público o en privado una frase como la siguiente: «estoy hasta las pelotas de ti, Watney, y de tus putas patatas» (no le sobra ni una sola letra), no impide que sigamos página a página. ¿Cuál es el secreto? ¿Entradas de corta duración y rápida lectura? ¿El sentido del humor del protagonista? No lo sé. Quizá querer saber cómo se salvará Mark (o cómo morirá).

El autor se identifica con su protagonista principal en varias ocasiones, algo que se nota en sus conocimientos de ingeniería compartidos, pues la botánica y el experimento con las patatas bien pronto quedan en el olvido, probablemente porque el dominio de este campo del hombre en la Tierra se agota con rapidez, dejando que el MacGyver se pasee feliz y libre sobre Marte. Esto se nota a la legua y, curiosamente, nos da un respiro en este aspecto de la historia.

Sin embargo, si tengo que revelar qué parte del libro me ha gustado más, es cuando dejamos a Watney, con lo suyo en Marte, y pasamos a una narración omnisciente, en la Tierra. Con la misma sencillez y dejando que los personajes hablen (a destacar el malencarado director de vuelo Mitch Henderson o la tímida controladora de satélites Mindy Park), el libro se hace más llevadero y permite que adquiera fondo, pues si solo se compusiera de posts de blog sería imposible de tragar y nos privaría de muchos aspectos clave de la trama, como es la forma en la que piensa la NASA rescatar al náufrago más solitario de la Historia de la Humanidad y cuyo día a día es observado constantemente por satélites en la órbita del planeta rojo como en un particular «Show de Truman».

Esta combinación permite cerrar un círculo que podría adjetivarse como de casi perfecto, mas también es posible dar con diferentes taras a lo largo de la narración: por un lado, a pesar de que estemos año y medio en Marte, pegados a la chepa de Watney, apenas acabamos sabiendo nada de su vida personal. Sí, es un tío cojonudo, cuyas mejores herramientas de supervivencia son su ingenio y su humor, pero casi no hay nada más. Otro tanto sucede con sus compañeros de misión, siendo que el personaje al que más jugo se le saca sea a la comandante Lewis, y más bien por su obsesión casi malsana por todo lo que sepa, huela y suene a la década de 1970 y ya está. Parece ilógico que tan poco se desvele de hombres y mujeres que se tiran años en el espacio exterior y de un tipo que está haciendo de las suyas y, de paso, Historia. 

No se encuentra en los personajes un desarrollo real y muchos parecen la misma persona; sus líneas de diálogo lo mismo podrían haber ido a parar a una boca que a otra. Y, respecto a las tramas secundarias, como la intervención china con su cohete, casi es anecdótica y por culpa de las prisas excesivas de la NASA en determinado momento. Personajes y escenas que se pierden en el vacío; por no decir que carecemos de referencias de la repercusión en la sociedad de la odisea de Mark Watney.

Tampoco la composición del diario es constante. Entiendo a la perfección la forma de escribir que ha adoptado Weir con «El marciano», pues yo mismo la experimenté con mi primera novela, pero es chocante que en un punto de la narración, tras una rutinaria y exhaustiva relación de entradas, el protagonista deje esta tarea durante 164 soles (si no me equivoco), así, como si tal cosa, como si no viniera a cuento. Durante esta interrupción se introducen escenas en Houston y Pasadena, pero nadie se molesta en decir ni pío al otro lado. ¿Habría que tenérselo en cuenta? De nuevo: no lo sé.

Weir es un buen narrador, descubierto por accidente, pero demuestra, aún con las generosas alabanzas que ha recibido desde medios especializados, que es un neófito en esto de escribir y que tiene que apuntarse como miembro de nuestro querido y abarrotado club de aprendices de escritor. Posiblemente lo que equilibra la balanza en «El marciano» sea su tenso y espectacular final, muy bien llevado y que te deja en el más absoluto desasosiego e impotencia del mero espectador.

Novela de ciencia (pues la ficción está solo en una historia que aún no ha sucedido) que atrapa por su sencillez, por su humor y porque reaviva esa necesidad final de la Humanidad por la conquista del espacio.

Lectura de 26 de Abril de 2016 a las 1200



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26 de Abril de 2016




miércoles, abril 20, 2016

Breve referencia a la Travesía de la Galera de Pontevedra

Podría admitir (y lo admito) que la calle en sí carece de todo atractivo para el sentido de la vista. Su aspecto, medio abandonado y carcomido por un urbanismo desaprensivo, nos obliga, guardando nuestras espaldas del paso del vehículo de algún residente, a pasar de largo y correr hacia espacios de mayor atractivo en la ciudad de Pontevedra.

Desde la primera vez que oí hablar de esta calle o travesía, ubicada entre la Avenida del Uruguay y Arzobispo Malvar, y me dejé caer por ella, se sentí intrigado por esa referencia nada velada a una galera: Travesía de la Galera

Como en muchas otras tantas ocasiones, nuestro conocimiento acerca de los misterios que encierran las placas que nombran a nuestras calles es insultantemente limitado; paseamos sobre sus adoquines con la despreocupación natural de simios ajetreados que tienen mejores cosas en las que emplear el tiempo. Puede que sea la mejor opción para no llenarnos la cabeza con datos que no poseen la bondad de variar superficialmente o de hacer más placentera nuestra fugaz estancia en esta enorme calabaza azul; pero aferrarnos a tan apática opción es una traición imperdonable hacia todos los que nos precedieron. Será ésta la evidencia más evidente de que “polvo eres y el polvo te convertirás”.

La Travesía de la Galera hace referencia a un navío para la Marina de Castilla (una galera, para más señas) que se construyó en los peiraos (muelles) de Pontevedra hace varios siglos y que fue abandonado intencionadamente por sus constructores, dejándolo que se pudriera. Este hecho, por lo visto, aconteció en tiempos del reinado del rey Sancho IV, El Bravo (1284-1295), hijo de Alfonso X, El Sabio, y Violante de Aragón. 

Ya por el s. XIII, la ciudad de Pontevedra (al contrario de lo que ocurre con la decadencia actual a la que estamos condenados por regidores que solo tienen la mirada puesta en los campos y dan la espalda al mar desde hace decenios), era conocida por las labores de construcción naval, aparte de por la industria principal del salazón de pescado (en la misma calle aún se conservan las ruinas de un alfolí, como podéis comprobar mediante las fotografías que acompañan a este texto).

Si atendemos al tríptico redactado e impreso en tiempos recientes por la Asociación de Vecinos de San Roque de Pontevedra y que ha sido titulado como «Roteiro das Moureiras», el detalle que acabo de resaltar lo mencionan muy de pasada, dando más peso verídico a que el nombre de la travesía se debe a la existencia, en tiempos, de una cárcel para mujeres. La relación perfecta entre el presidio para féminas y la galera, de momento, se nos escapa (más allá de lo de la "condena a galeras").

Yo, por mi parte, tirando de la lengua a fuentes locales más versadas, doy por cierta la existencia en siglos pasados de una galera abandonada en ese punto del río Lérez y de la razón de tal abandono: una protesta contra ciertos edictos reales firmados por Sancho IV, quien primaba la construcción de galeras, algo por lo que los carpinteros pontevedreses no estaban por la labor de pasar por el aro, pues estaban más interesados en potenciar el comercio de la pesca y conservación mediante el salazón.

La protesta terminó con el desquite de los carpinteros, quienes construyeron y remataron la embarcación para, luego, dejarla abandonada e inservible.

Sin embargo, ¿fue así? Quizá, para no marearme y marearos (dando punto a este pequeño artículo), vamos a la página 61 de la obra firmada por D. Celso García de la Riega «La Gallega, nave capitana de Colón en el primer viaje de descubrimientos» (1897, imprenta de la viuda de J. A. Antúnez, Pontevedra) y al siguiente párrafo:

«La construcción naval no era en Pontevedra industria naciente a mediados del siglo XV, sino arraigada de antiguo. Lo prueba la confirmación del privilegio de exención del impuesto de la galea por D. Alfonso XI en Toro, a 22 de Agosto de 1316 […] pues se refiere al hecho de que el rey D. Sancho dispuso que la galera construida en Pontevedra para pagar, por fuerza mayor, dicho impuesto, no saliera de su puerto y se pudriera en él; de modo que en el siglo XIII se construían galeras en la expresada villa. […]».

Lectura de 20 de Abril de 2016 a las 1200 horas



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20 de Abril de 2016



martes, abril 19, 2016

Guardia de televisión: reseña a «True Detective», segunda temporada

En el momento en el que doy comienzo a esta reseña, no hace ni veinticuatro horas que he terminado de visionar el octavo y último capítulo de la segunda temporada de la celebrada serie de televisión «True Detective». Reconozco (como si en verdad hiciera falta decirlo) que llego tardísimo a la fiesta con mis comentarios bajo el brazo; el resquemor que causó esta segunda historia entre los delicados críticos profesionales y no tan profesionales se encuentra ya un tanto agotado y es un eco al que muy pocos se molestan en prestar sus ociosos oídos. En aquel entonces, meses atrás, las columnas de los periódicos y blogs se cubrieron de muertos con rostros espantosos; de funestas reseñas y quejas un tanto exacerbadas e infantiles, entonadas a coro, cuando no a gritos, cómo no. Y es que, ¿dónde había quedado la fórmula de la primera temporada, la canción suave de los títulos de crédito iniciales, la pesada cortina del miedo, los pegajosos bosques de Luisiana, todo, absolutamente todo? Si os soy sincero, y es esta es mi opinión que poco o nada vale, aquellos que os sintáis aludidos a este respecto deciros tan solo que si queríais ver de nuevo cómo dos polis se enfrentaban a una panda de paletos de pantano, incestuosos y pederastas, directamente os ponéis delante de la pantalla y revisitáis aquellos pasados capítulos y punto y final, que, a buen seguro, encontraréis detallitos que se os han pasado por alto y por debajo.

Puede que destile un poco de mala hostia, reconózcolo, pero tiene su razón de ser: ha sido por culpa de estos entendidos caprichosos o fanáticos, quienes se montan sus propias fantasías erótico-festivas privadas al albur de sus corrillos, que esta segunda temporada haya carecido de interés para todos aquellos (mayoría absoluta) que se dejan extorsionar la razón y capacidad volitiva y cognitiva por lo que opinen o dejen de opinar estos versados críticos, defraudados (por ahora) por Nick Pizzolatto.

Esta segunda temporada quizá sea más oscura, por lo que muchos no se han atrevido siquiera a ver más allá; esperaban un nuevo cuento de hadas tenebroso entre los bosques y no es lo que se les ha ofrecido. En cambio, tenemos a tres policías (dos hombres y una mujer) que encarnan demasiados aspectos oscuros y nocivos de la personalidad humana: autodestrucción, condescendencia, corrupción, negación, etc. Una temática que nos cuesta digerir y una trama enrevesada que sigue los torcidos renglones de la corrupción política y policial, de asesinatos y de trata de seres humanos que no son más que pedazos de carne sobre los que orinarse a gusto. Quizá sea eso lo que no ha gustado a fin de cuentas: esa extraña cercanía (demasiada), que deja atrás a los monstruos de fábula tenebrosa de Carcossa y que se planta en la misma puerta de nuestras casas.

Brilla con suma intensidad el personaje de Frank Semyon, cuya historia es la más dramática (incluso shakesperiana) de aquellos que terminan siendo sus protagonistas, pues este buen mafioso se une a la “fiesta” bien a disgusto. Un tipo que se ha tenido que forjar a sí mismo y que quiere vivir como la gente normal, pero cuya vida “normal” se hace añicos como un espejo al caer al suelo. Aunque cueste demasiado ver a Vince Vaughn en dicho papel, más que nada por su apego a los papeles cómicos, resulta ser un puntazo a la altura suficiente como para arrojar sombra sobre Velcoro, Bezzerides y Woodrugh, esos tres policías que, junto al mafioso, reúnen todos los defectos y virtudes del ser humano que busca y anhela la Justicia.

La trama policial termina girando y mutando hacia un Western con todas las de la Ley (es obvio ya para cuando seleccionamos los dos últimos capítulos), en el que la música tiene mucho que decir. A este respecto (lo siento de veras por mi escasa capacidad lingüística) he visionado una versión en la que nadie ha tenido interés alguno por traducir y subtitular las piezas de los títulos de crédito iniciales y las que interpreta la chica en el escenario del bar de Felicia. Si os habéis fijado, todas son diferentes. Respecto a las que se tocan en el bar resulta obvio, pero la de los títulos iniciales también va variando según vamos avanzando, introduciéndose nuevas estrofas o variando el orden de las mismas; hay que estar atento a ello, pero al no ser una canción tan bella como la de «Far From Any Road» (The Handsome Family), resulta poco apetecible y adelantamos la cinta.

Junto al manejo fluido de tráfico de drogas, prostitución, malversación, chantaje, conspiración, extorsión, robo y asesinato, el fondo que se dibuja tras los protagonistas es muy más rico que el que disfrutaron Rust y Martin, más turbulento y, no me lo negaréis, esto conlleva que se dicte una condena para que el relato de fin de forma muy amarga (bastante cercano a mi entender al espíritu embotellado en «Galveston»), empezando con el personaje considerado más puro, mejor persona (sin duda), un primer paso en una espiral descendente que conduce a una conclusión triste en un bosque o en un desierto de California; en un cierre donde el bien no triunfa.

La producción es fiel a la marca visual de Pizzolatto: interminables carreteras y ciudades de tubos; pero ahonda más en el alma humana, aunque no con un bisturí, sino con un destornillador de estrella, permitiéndonos escasos puntos de anclaje con la primera temporada (la batalla campal en la que se convierte la redada contra Amarilla, por ejemplo).

Cierto que eché de menos el formato de presentación de esa primera temporada, pero me gusta mucho más la línea argumental de la segunda; mas, para gustos, los colores (como el amarillo).


Lectura de 19 de Abril de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 748,5 (Viento-Lluvia). Nimbostratos
  • Termómetro: 14º
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19 de Abril de 2016



jueves, abril 14, 2016

«Changes», David Bowie



I still don't know what I was waiting for
And my time was running wild
A million dead-end streets
And every time I thought I'd got it made
It seemed the taste was not so sweet
So I turned myself to face me
But I've never caught a glimpse
Of how the others must see the faker
I'm much too fast to take that test

Ch-ch-ch-ch-changes
(Turn and face the strange)
Ch-ch-changes
Don't want to be a richer man
Ch-ch-ch-ch-changes
(Turn and face the strange)
Ch-ch-changes
Just gonna have to be a different man
Time may change me
But I can't trace time

I watch the ripples change their size
But never leave the stream
Of warm impermanence and
So the days float through my eyes
But still the days seem the same
And these children that you spit on
As they try to change their worlds
Are immune to your consultations
They're quite aware of what they're going through

Ch-ch-ch-ch-changes
(Turn and face the strange)
Ch-ch-changes
Don't tell them to grow up and out of it
Ch-ch-ch-ch-changes
(Turn and face the strange)
Ch-ch-changes
Where's your shame
You've left us up to our necks in it
Time may change me
But you can't trace time

Strange fascination, fascinating me
Changes are taking the pace
I'm going through

Ch-ch-ch-ch-Changes
(Turn and face the strange)
Ch-ch-changes
Oh, look out you rock 'n rollers
Ch-ch-ch-ch-changes
(Turn and face the strange)
Ch-ch-changes
Pretty soon now you're gonna get older
Time may change me
But I can't trace time
I said that time may change me
But I can't trace time

Lectura de 14 de Abril de 2016 a las 1200 horas




Barómetro: 745 (Viento-Lluvia). Nimbostratos

Termómetro: 12º
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miércoles, abril 13, 2016

Koxinga, pirata y patriota

Ilustración extraída del Taiwan Geki, obra anónima publicada
en 1874, cuyo texto pudo haber sido extraído de la novela histórica
escrita por Kobi Noboru entre los s. XVII y  XVIII.
La ilustración, en japonés, representa a
Koxinga flanqueado por su madre, Tagawa Matsu a
la izquierda, y por su padre, Zheng Zhilong, a la derecha
El historiador inglés Philip Gosse (1879-1959) distinguió en su momento*1  cuatro grandes áreas de estudio del fenómeno de la piratería, referidas a los corsarios berberiscos, los piratas ingleses y vikingos, las bandas piráticas del Oeste y las de los océanos orientales; todas ellas muy conocidas en términos demasiado generales. En nuestro caso, en España, contamos con suficientes crónicas que desgranan cómo nos las vimos y las deseamos con la ralea de la Berbería, las cicatrices provocadas en nuestro territorio por las incursiones nórdicas y la rapiña de los tesoros de las Indias por parte de aquellos que pretendían campar a su anchas en el Caribe; sin embargo, los avatares que nos relacionan con los temibles piratas del Pacífico (ese océano llamado así por la errada creencia de que estaba libre de esta plaga) han quedado casi en el olvido, salvo por dispersos incidentes provocados por corsarios holandeses e ingleses.

Hoy vamos a tratar de enmendar esta execrable molicie patria gracias a la biografía de Zheng Chengong, Koxinga*2, un cruento mendigo del mar que pudo aspirar seriamente a coronarse emperador de la China del s. XVII e, incluso, a gobernar Manila.

La historia de Koxinga da comienzo con las correrías de su padre, Cheng Chih-lung*3, natural de la provincia de Fujian*4  que emigró a la ciudad de Macao, en plena prosperidad por el intercambio de mercaderías con Occidente. En su momento, el padre de Koxinga, debido a sus fuertes vínculos con los mercaderes portugueses, se convirtió al catolicismo, adoptando el nombre de Nicolás Iquon Gaspar; y, gracias a su innata inteligencia, alcanzó gran poder en el tráfico mercantil de la ciudad tratando íntimamente con todos los comerciantes extranjeros. Se llega incluso a aseverar que no había negocio llevado por portugueses, españoles u holandeses en aquel puerto en el que Iquon no metiera el hocico y necesitara de su visto bueno para no torcerse. Sus juncos navegaban por la costa meridional china cargados de sedas y lacas, además de todo lo que pudiera interesar comprar y vender a los portugueses de Macao, a los españoles de las Filipinas, a los holandeses de Batavia y a los habitantes de Formosa.

Como mandarín o algo más, Iquon amasó una fortuna envidiable en sus codeos con los extranjeros, sobre todo con los holandeses, con quienes mantendría una relación de amor-odio. Pero el bueno de Iquon no veía colmada, ni por asomo, su sed de riquezas, por lo que, durante una estancia en el Imperio del Japón*5 —aparte de conocer en la ciudad de Hirado (donde se levantaba en aquel entonces la factoría holandesa) a la que sería su mujer y madre de Koxinga, Tagawa Matsu*6—, decidió dar un giro radical a su vida y apostó fuerte: patrocinaría una flota pirata compuesta por juncos. Por supuesto, no fue una decisión precipitada, sino que se tomó su tiempo tras realizar distintos negocios en las islas niponas y amoldarse a su estilo de vida.

Iquon, una vez de vuelta a China, dio inicio a una larga serie de violentas y exitosas incursiones por toda la costa del país, provocando el desconcierto y el terror entre los habitantes. Las noticias de tales tropelías pronto llegaron a los mismísimos pasillos del palacio imperial. El peligro que representaba Iquon era incuestionable y se discutió cuál era la mejor forma de dar solución al problema, venciendo el partido que abogaba por acercar al bandido a la causa imperial (se consideraron en muy alta estima los servicios que podría prestar Iquon una vez que el país comenzó a sufrir el hostigamiento e invasión por parte de los manchúes o tártaros).

Por decreto imperial, Iquon fue nombrado almirante de la flota de los Ming, pero eso no le provocó sonrojo alguno para continuar ejerciendo la piratería, saqueando ciudades y juncos; llegando a actuar incluso con el beneplácito de la corte cuando mostró gran interés por menoscabar a la todopoderosa Compañía de las Indias Orientales Holandesas.

En el año 1623 nació en Japón el hijo de Iquon, Zheng Chenggong (Cheng Kung a los oídos occidentales) aún sin que el padre de familia hubiera regresado a Fuchow, dispuesto a comprar una flota de juncos con las ganancias de las mercancías que traía consigo. El chico salió inteligente y pronto probaría las mieles de la piratería y del poder; tal es así que su figura llamó la atención al mismo emperador de China, siendo llevado a la corte con quince años y otorgándosele el honor de portar el nombre de Kuo Shing-a

Sin embargo, Iquon quería que su hijo fuera algo mucho más que un simple cortesano y burócrata sometido al capricho de los nobles: quería que el emperador lo adoptase como hijo y lo nombrara príncipe con derechos de sucesión al trono. Por supuesto, el soberano no estaba por la labor de arrodillarse ante el ambicioso pirata, por mucho que ahora vistiera galas de almirante y fuera un aliado indispensable en la campaña contra el invasor manchú. Koxinga no dejaba de ser un mestizo (algo que disgusta mucho en Extremo Oriente para las cuestiones sucesorias), aunque fue nombrado en 1638 xiucai o candidato exitoso para formar parte de la burocracia china. 

Ante tal contratiempo para sus aspiraciones, Iquon, lejos de aceptar la voluntad del emperador, se rebeló de la forma más estúpida. Sabiendo del malestar del almirante chino, los enemigos manchúes concertaron una cita con Iquon y le pusieron sobre la mesa el delicioso fruto de servir a nuevos amos e, incluso, se le ofreció el reino de las provincias meridionales. El cham de los tártaros, ya en la provincia de Fujien, nombra a Iquon general de todas sus fuerzas e investido de la suficiente voluntad y elocuencia como para convencer de "cambiarse de chaqueta" a varios de sus antiguos compañeros oficiales, sirviendo China a los tártaros en bandeja .

Iquon mordió con ganas el alimento envenenado para su desgracia.

Poco tiempo después, sabiendo que el cham de los manchúes iba a regresar a la ciudad de Pekín, Iquon corrió a su encuentro para festejarle y postrarse a sus pies. En la capital, Iquon fue de inmediato apresado, torturado y ejecutado

A la muerte de Iquon, Koxinga, digno hijo de su padre y como si fuera un personaje típico en una película de Quentin Tarantino, se venga a medio de sangre y fuego contra el imperio tártaro. Continuas razzias y el apoyo incondicional de las pocas ciudades libres del dominio del invasor, permitieron a Koxinga, cuya flota pirática se nutría de refugiados de Cantón, golpear sin temor a los verdugos de su padre y sus puertos, quemando o robando cuanto podía y aumentando el número de sus navíos.

Koxinga se convirtió en un verdadero escollo para el nuevo dominio tártaro, llegando a cortar las líneas de suministro y de correspondencia en la costa y derrotando al ejército imperial en cuantiosas y deshonrosas ocasiones. Si Koxinga fue elevado a los altares de los héroes y patriotas, fervorosos defensores del antiguo régimen Ming, no es menos que su afán pirático e, incluso, sádico; según algunas crónicas, firmó sentencias capitales a medio millón de cautivos*7.

Las medidas para frenar a Koxinga fueron prácticamente desesperadas y dirigidas a privar a este terrible pirata de su principal fuente de financiación: se ordenó el desalojo de la costa meridional china hasta doce leguas al interior, el cual se mantuvo a lo largo de siete años en los que Koxinga tan solo pudo poner sus ojos sobre la isla de Formosa*8, donde topó con los holandeses, viejos conocidos de su padre, y a quienes derrotó en la campaña de conquista llevada a cabo entre 1661-62, creando así el reino de Tungning, al sur de Taiwan*9.

El mayor premio que obtuvo Koxinga de esta campaña, sobre todo para humillar a los holandeses, fue el hacer concubina a la hija del misionero neerlandés Antonius Hambroek, quien previamente fue ejecutado. Otras mujeres de la colonia fueron hechas esclavas y vendidas como esposas para las tropas del pirata.

Los holandeses, en respuesta, hicieron todo lo posible para derrotar a Koxinga, por lo que, en el siguiente enfrentamiento con los tártaros —en el que el líder pirata, aún con una desventaja de 1 a 4, fue capaz de poner contra las cuerdas una flota enemiga de ochocientas naves—, las fuerzas neerlandesas cambiaron el signo del combate. 

Tras esta derrota, Koxinga no quiso desesperarse y sí seguir expandiendo sus dominios, a la espera de la siguiente oportunidad. De esta etapa destaca, sin duda alguna, su exigencia de vasallaje al gobernador de Manila*10, don Manrique de Lara, en misiva fechada en Abril de 1662 y entregada por el religioso Victorio Ricci, en la que se amenazaba con la ruina a los españoles si no entregaban la plaza. Suavizando un poco el texto, Koxinga hizo referencia a que era enemigo de los holandeses, lo cual se puede entender como una oferta de alianza, aunque poco apetecible.

Estatua dedicada a Koxinga, levantada en Xiamen (Fujian,
China)
Koxinga advertía cierta debilidad en los españoles de las Filipinas para defender tan extenso territorio y su amenaza de invasión fue la causa del fracaso militar hispano para derrotar a los moros de Mindanao de forma definitiva en el s. XVII. Todas las tropas disponibles fueron acantonadas en Manila, dejando zonas desprovistas de toda presencia militar española, como sucedió en Zamboanga y en las Molucas.

Manrique de Lara respondió a la carta de Koxinga de forma expeditiva: decretó la expulsión de toda la colonia china de Manila, hecho que fue adornado y exagerado por uno de estos exiliados a los pies del pirata y rey en Tainan. Se dice que el soberano ladrón entró en tal cólera, que enfermó y murió al poco tiempo, a los 37 años de edad; muy poético final, por decirlo de alguna forma, pero lo cierto es que padecía malaria y esa y no otra fue la causa de su muerte.

Como sucesor al trono de Tungning ascendió uno de los pocos hijos de Koxinga que seguían con vida, Zheng Jing. Nadie puso en duda que estaba dotado de la suficiente frialdad y sadismo como para seguir con las correrías de su padre, pero le faltaba su arrojo y era un hombre más abocado a las Letras, dando inmediato fin al reinado de terror en la costa meridional de China de Koxinga al jurar lealtad a los emperadores manchúes, sobre todo ante la fuerte alianza entre Pekín y la Compañía holandesa de las Indias Orientales.

En la actualidad Koxinga es considerado un patriota y modelo a seguir por el Partido comunista de la República popular de China, es el héroe nacional de Taiwán y hasta se le venera en templos.


Lectura de 13 de Abril de 2016 a las 1200 horas



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martes, abril 12, 2016

Guardia de literatura: reseña a «Los Pazos de Ulloa», de Emilia Pardo Bazán

Edición especial para La Voz de Galicia
Edición de Ermitas Penas
Planeta deAgostini SA. 2001.
Barcelona
ISBN: 84-395-8945-8
269 páginas
Altos muros cubiertos por el moho de la decrepitud que amenazan con la ruina. Oscurecidas vigas de roble  que sirven para que espesas telarañas de desidia tiendan puentes de olvido. Muebles centenarios devorados por la carcoma, apilados entre los retazos de un avaro y cruel Pasado que se viste con harapos de derechos de pernada y avasallamiento a golpe de fusta; obstinado y perseverante con la única meta de conservarse con vida, apoyándose sobre los hombros del ocioso clero rural y los apáticos señoritos parapetados tras sus líneas de sangre y sus cacerías. Campos y bosques verdinegros, salvajes y primitivos, donde la vileza y la rudeza son inseparables compañeros de juegos y diabluras desde hace siglos.

De esta forma podríamos seguir hasta el día de mañana, a lo largo de líneas sin fin, para condensar de una forma más hermosa que mediante la típica y aséptica reseña literaria la novela que lleva por título «Los Pazos de Ulloa», pues la pluma de Emilia Pardo Bazán es ágil y sagaz, a la par que adornada sin exceso de una maravillosa técnica narrativa y de conocimientos sobre el medio. Cabeza del movimiento naturalista, Pardo Bazán siempre prestó oídos, ojos y letras a la tarea de describir y denunciar la Galicia de la que fue testigo de primera mano, convulsa tierra para ser escenario de una guerra de clases sociales tan antagonistas como simbióticas. No solo se sirvió de «Los Pazos» para ello, sino de otras obras menores que detallan una sociedad aferrada a la ignorancia como tabla de salvación, embrutecida y abandonada en los montes, ajena a los avatares del país; y, para ello, Pardo Bazán recurre a todas las luces que poseía como mujer moderna, siendo sus narraciones nido donde eclosionaban sus amplios conocimientos en materias tan dispares como son la historia, la religión, la política, la medicina, la sociología, la antropología y otras corrientes contemporáneas y estudios que se disputaban el puesto de honor en los corrillos que parecían exclusivos de hombres de formación universitaria, barba picuda y chaqué (incluso Pardo Bazán toma la polémica decisión de mentar en un determinado pasaje «El origen de las especies», de Charles Darwin, ahí queda eso).

A Emilia Pardo Bazán no le tiembla el pulso a la hora de relatar a cualquiera de sus lectores las luchas entre caciques de aldea y los pucherazos electorales, las venganzas entre familias y la corrupción generalizada de una España convulsa que lucha o bien por hundirse de nuevo en las entrañas húmedas y cálidas del Pasado, putrefacto cadáver que debía haber sido debida y cristianamente sepultado, o bien por salir al paso y encaminarse hacia Futuro más inescrutable, siendo «Los Pazos de Ulloa” retratados en plena Revolución de La Gloriosa.

La novela más conocida de Pardo Bazán, ésta misma que os estoy reseñando, es una tragedia con ligeros tintes de humor y burla hacia la Galicia atrasada que se esconde entre las sombras y que salta a correr hacia su minúscula guarida, gracias a sus cientos de patitas, cada vez que se le arroja un poco de luz encima. Y todo lo que he referido en párrafos anteriores sienta en su trama como un guante hecho a medida, la cual, a pesar de su correcta estructura y de estallar como una granada de erudición narrativa, deja cierto malestar en el cuerpo, sobre todo al tener la conciencia de que no han cambiado muchas cosas en casi 130 años.

«Los Pazos de Ulloa» es una novela que obliga al lector a prestarle la debida atención desde la primera página, desde que el bueno de Julián, eje narrativo principal muy a su pesar, trata de hallar el camino correcto que lo lleve hasta la vieja huronera blasonada de los Moscoso, retrato en piedra de la Galicia aún feudal y aislada que critica Pardo Bazán. Pero debemos adentrarnos aún más en sus páginas y aguzar los oídos cuando topamos con los diferentes personajes que las pueblan y que son figuras de distintos y diversos palos de un juego de naipes imposible de barajar: altivez y arrogancia, injusticia y corruptela, homicidio y gula, superstición e hipocresía, desprecio y lujuria, abandono y avaricia; tan solo encontramos algo de pureza e inocencia en mitad de la espesura.

Llegados a la veintena larga de capítulos, a nadie le extraña el final de la novela, las últimas descripciones en el camposanto de los Pazos y la joven pareja que se presenta ante el agostado Julián, quien se encuentra con el alma rota en mil pedazos. Pero, aun así, las líneas que ponen punto y final son impactantes, resumiendo a la perfección el drama que, más bien, es una broma pesada e insoportable

Lectura de 12 de Abril de 2016 a las 1200 horas



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12 de Abril de 2016



martes, abril 05, 2016

Guardia de televisión: reseña a «Isabel», temporadas 1-3


Isabel y Fernando, tanto monta, monta tanto. Los cimientos del protoestado español, la conquista del reino musulmán de Granada, el descubrimiento del Nuevo Mundo y poco más podría decir que sé de estas dos figuras clave de nuestra Historia no tan lejana, pues solo nos separan de ellas cinco siglos. Nada.

Es un territorio casi virgen para mí y eso que, en su momento, me adentré con emoción en el s. XV para guionizar y dibujar una serie de cómics, ambientados en las luchas de bandos en Vizcaya y cuyo protagonista, Iñigo, como personaje imperceptible a los ojos de los cronistas, sería testigo de ciertos avatares en el ascenso al poder de una reina como fue Isabel.

La serie «Isabel», aún con sus licencias históricas para el buen desarrollo de la ficción, ha conseguido llenar en parte ese inmenso vacío de conocimiento; allanar el camino hacia esas tierras brunas de la Historia, no solo a través de la pantalla del televisor, sino también incitándome a consultar enciclopedias para saber de tal y cual personaje, queriendo, incluso, anticiparme a su destino plasmado en la pequeña pantalla por simple tensión provocada en mi ánimo. Eso sí, amigos míos, tampoco formo parte de esa cohorte de histéricos que descubren figuras históricas a golpe de capítulo de estreno de «El ministerio del Tiempo», serie a su vez nacida de los desvelos e imaginación de los algunos de los guionistas del producto que estoy ahora reseñando.

«Isabel» es una serie que se termina devorando con gusto, pues está muy bien escrita y más que aceptablemente ambientada, aunque su primer capítulo fue, en mi opinión, bastante soez y carente de calidad, pródigo en pechos femeninos desnudos y escenas de sexo sin necesidad y que formaban el aparejo para un guión pobre en factura, sin sentido ni orientación. Ciertamente, si quiero ver porno, me basta con conectarme a Internet, algo que incluso ha entendido el bueno de Hugh Hefner.

Con tanto ardor de alcoba, temía darme de bruces con un producto patrio que no resultara ser otra cosa que la réplica a «Juego de Tronos», serie ésta última, tanto literaria como televisivamente, que me deja un tanto frío pues procede de la mente de George R. R. Martin, un sujeto al que podemos acusar de escritor que quiere ser autor de novela histórica, pero que pasa de estudiar y verse constreñido por la Historia; anhelo infecundo que ha logrado alcanzar, para bien de su bolsillo, enmascarando burdamente sus textos y haciéndolos pasar por supuesta fantasía.

Por suerte, este desliz no se repite en los siguientes capítulos, que se dedican a mostrar ambiciones, anhelos, amores y rencores, sin necesidad de salpicar cada dos escenas la pantalla con lozanas carnes estremecidas al ritmo debidamente fogoso de un miembro bien lubricado. No tuve que preguntarme en más ocasiones en qué narices estaba perdiendo el tiempo, mas no crea nadie que soy de los que desprecian una buena ración de tetas y lo que se encuentra en las escenas de «Isabel» es Historia. Podemos discutir tal y cual punto (como el columpiazo con la matanza de los abencerrajes, la cual sucedió décadas antes), hasta el acierto del relleno de lagunas con la ficción, pero va ganando peso y hasta es capaz de mantenerte en alerta y libre de ataduras con la plomiza esfera del reloj. Un capítulo; dos seguidos, no importa. Quieres saber qué se esconde tras el tapiz de la siguiente escena y a ello ayuda el guión y la calidad interpretativa de los actores, los cuales están prácticamente todos magníficos en sus papeles, pues son capaces de hacernos sentir sus personajes, aunque cueste un poco verlo con Rodolfo Sancho hasta la que, para mí, es su mejor escena: cuando se enfrenta a Isabel en el salón del trono tras volver de Toro y ver como la vanguardia de su ejército es alanceado; sin olvidarse de aquella otra en la que pone fin a las disputas entre los nobles catalanes y los remensas.

El peso se lo lleva Michelle Jenner, siendo una elección de cásting excelente. Su experiencia y herencia familiar de actores de escenario y doblaje le permite pasar de la niña a la mujer, de la bondad a dictar sentencias de muerte, con facilidad y credibilidad; por lo que me descubro ante ella, aun cuando me cuesta deshacerme del recuerdo de su (para mí) infausto e insoportable paso por «Los hombres de Paco», encarnando a la calenturienta Sara.

Las intrigas palaciegas y el ver crecer a Isabel, de niña (peón) a reina, puede que sea lo mejor de la serie, pues la segunda temporada, con la introducción de la línea argumental de Granada, pierde intensidad por mucho que sigan los gritos y desatinos conyugales y comience a cernirse sobre las cabezas de los castellanos la Santa Inquisición.

Por otro lado, quizá por escasez financiera, se detectan ciertos puntos oscuros en el devenir de la trama general. Hay personajes que desaparecen de repente para volver a aparecer o no hacerlo nunca más. Menciono, por ejemplo, a don Beltrán de la Cueva, que es capturado por los portugueses para, luego, aparecer en el salón de Isabel, sin saberse nada de su liberación; o a don Diego de Mendoza, que lo vemos por última vez aconsejando al rey Fernando en su tienda de campaña y, varios capítulos después, nos dan la nueva de que ha muerto. Se pasa muy por encima de los avatares de la guerra de sucesión castellana, y lo digo así porque se crea cierta confusión sobre el devenir de sus protagonistas. Por ejemplo, nada se nos cuenta de la caída en desgracia del obispo Carrillo, quien fue derrotado en combate por las huestes del cardenal Mendoza, y que acabó pidiendo el perdón real para retirarse después a sus dominios en Alcalá de Henares (desaparece y reaparece ya retirado y enfermo); o al mismo hijo de Juan Pacheco y su hermana, siendo éste primero quien salta de nuevo ante la pantalla con la jura de los herederos de Castilla, contándose demasiados flecos en el desarrollo argumental.

La segunda temporada es un tanto floja, como ya he dicho, y la tercera no es que remonte con Las cincuenta sombras de Felipe el Hermoso y nuestra "querida" Juana, a la que, cada vez que sale en pantalla, me daban ganas de darle un tortazo bien fuerte para ver si espabilaba (y eso que la pintaban como la más inteligente, pero la chica sufrió lo suyo), y en la que siguen apareciendo huecos: ¿Dónde han metido a Gutierre de Cárdenas? ¿Por qué mandan a Catalina a Inglaterra y nos meten de lleno, sin comerlo ni beberlo en los días posteriores a quedarse viuda, así, sin más?

Preguntas que no desmerecen la serie, pero a las que unimos la siguiente, que es casi un ruego: ¿para cuándo una serie sobre el Gran Capitán?

Lectura de 5 de Abril de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 749 (Viento-Lluvia). Cúmulos
  • Termómetro: 11,5º
  • Higrómetro: 56%

5 de Abril de 2016