Hoy, que es viernes, espero que termine esta racha en la que vientos desagradecidos me azotan. Es como si hubiera perdido una parte fundamental de mí. La verdad es que mandé todo mi ánimo hacia una persona en concreto que ha tenido que pasar por un dura trance, hace una semana, en un quirófano.
Curioso es que, desde entonces, llevo unos días en los que nada sale bien y no dejo de sufrir intentos de minar de autoestima, llegando, el pasado miércoles día 9, hasta el insulto por parte de un mentecato engreído y que se cree superior a mí, lo cual ha provocado en mí un cambio: no pienso volver a pasar ni una sola mas. Ya está bien de recibir bofetadas de ineptos de sonrisa bobalicona y no contestar por tener algo de lo que carecen muchos: educación. Se acabó y no pienso ceder ante nadie ni sufrir mas humillaciones.
Debido a todo esto, tenía la necesidad de escapar, de embarcarme en cualquier sitio y de cualquier modo y lo hice de una manera que hacía meses que no lo hacía. Intenté alejarme de la bruma, siguiendo un rayo de sol que apareció en la lejanía. Un rayo que brilló con intensidad entre el mar encrespado. Mi “goleta” llevaba todo el velamen desplegado, recibiendo el viento por la aleta de estribor, llevándome hacia el ecuador, muy lejos del Cabo San Vicente. Ganaba velocidad e iba un poco escorada, rompiendo el mar. Entonces sentí
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