En el amplio volumen de “Historia naval de la Gran Guerra”,
firmado por el capitán de fragata Mateo Mille, dentro de su erudición, hay
lugar para la poesía marinera. Os invito a gozar de la siguiente prosa que es
digna de cualquier libro de aventuras o de cualquier poeta enamorado de la mar.
Nos habla de un momento muy concreto en la navegación en un
buque a vela. Ese momento tan especial al que llama “hacerse un castillo.”
“Quien no haya navegado no conoce el encanto melancólico de
la hora maga del anochecer en pleno océano; un ritmo cualquiera, un compás de
una canción que, por harto sabida, habéis olvidado ya, despierta en vosotros
todo un mundo de recuerdos. Cuando se empezaba a navegar, en la época en que
las primeras travesías habían de ser en un buque de vela, que es la verdadera
escuela donde se hace el marino, la caída de la tarde implicaba un brevísimo
retorno al país lejano, lo que en los modismos marineros se llamaba “hacerse un
castillo”. Eran cinco o diez minutos en los cuales en todos los rostros se veía
una distracción extraña y todos los ojos parecían mirar algo que estaba muy
lejos, mucho más allá del horizonte. Y era cierto…
Después, de repente, como quien sale de un ensueño, la
realidad: las conversaciones se reanudaban y todos fingían no darse cuenta de
aquel silencio que había pesado sobre todos unos instantes. Empero, todos
habíais visto un segundo vuestra casa, la calle familiar, algunos, los
adolescentes, una cara de mujer, y todo, la de la madre lejana.
España tuvo muchos años, demasiados quizás, un barco velero
de graciosa silueta femenina que fue el vivero de toda la primera mitad de
nuestra Marina actual; se llamaba Nautilus y en sus mocedades -¡oh! Muy
lejanas, os lo aseguro- hizo carrera del té yendo de Inglaterra a China,
doblando el peligro cabo de Buena Esperanza, bajo su anterior nombre, Carrick
Castle. En ese velero que ahora pasa su gloriosa vejez en el arsenal de
Ferrol han hecho su carrera y han aprendido el divino arte de “hacerse
castillos” muchas generaciones de marinos españoles.
Y en la hora del anochecer tropical, levemente inclinada
bajo la presión del viento, navegando silenciosamente en una estela de plata
trazada entre las blancas espumas que su proa aguda hacía brotar en el azul
clarísimo del océano inmenso, una canción zarzuelera y canalla, a la sacón en
boga, os volvía a un rincón cualquiera de una ciudad española. Aquella
musiquilla ramplona adquiría para vosotros un encanto insospechado y la redimía
de la grosería de la letra o las alusiones al personaje en boga.”
Buen libro sobre la IGM.Detalla temas muy variados desde los corsarios alemanes(que les dedica unos cuantos capitulos)a los Dardanelos,pasando por la flota austrohungara.Eso sí,el almirante Garcia de los Reyes,peca un poco de germanofilo
ResponderEliminarLa cabra siempre tira al monte, amigo jgr.
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