jueves, noviembre 21, 2013

21 de Noviembre de 2013

ABC


MANUEL P. VILLATORO / MADRID
Día 21/11/2013 - 09.49h

El Museo Naval de Madrid guarda en su interior varios pasatiempos utilizados hace siglos en los buques de nuestro país

Cañonazos y abordajes sable en mano. Esta es, sin duda, la imagen más utilizada para definir la vida a bordo de un navío de guerra español durante los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, además de combatir en grandes contiendas navales como la de Trafalgar, los marineros también disfrutaban de algún que otro rato libre en el que, entre otras cosas, solían divertirse con todo tipo de pasatiempos. Curiosamente, tres de estos juegos -una baraja de cartas, unos dados y un dominó- han sobrevivido al paso de los años y, en la actualidad, se guardan con celo en el Museo Naval de Madrid.

En alta mar, cualquier momento era bueno para evadirse de la dura y constante labor que copaba la vida de la gente de a bordo. «Los marineros de un barco de vela se dedicaban a trabajar como unos desesperados. No es lo mismo que un navío a motor en el que el maquinista establece las revoluciones y listo, en un buque de vela, según la intensidad del viento, había que meter (aferrar) o sacar más vela (izar) para mantener la velocidad e ir en formación con los demás barcos que te acompañaban. El mero hecho de navegar ya daba muchísimo trabajo, pues obligaba a los marineros a mover las velas constantemente», afirma en declaraciones a «ABC»José María Blanco Núñez, Capitán de Navío de la Armada Española, historiador y profesor del CESEDEN.

Tampoco dejaba mucho tiempo libre a la tripulación el reparto de cañonazos que -ya fuera contra la pérfida Albión o contra algún corsario descarriado- se sucedían casi constantemente. «Luego estaba el combate. Durante la lucha se necesitaba a casi todos los hombres. Por ejemplo, el montaje de cada pieza de artillería requería 12 sirvientes y, por lo tanto, un navío como el Santísima Trinidad -de entre 120 y 130 cañones- necesitaba más de mil marineros», añade el experto.

El juego en alta mar
Así pues, entre maniobra y balazo, la tripulación podía matar las largas horas en alta mar jugando, por ejemplo, con un dominó de 37 piezas similar al que se guarda a día de hoy en el Museo Naval. A su vez, tampoco era raro que, con una copa de licor a su lado, los marineros esperaran el conflicto lanzando dados como los 8 expuestos tras una vitrina en el centro de Madrid.

No obstante, el pasatiempo más practicado en las tripas de aquellos gigantes de madera eran los juegos de cartas. Precisamente una de aquellas barajas ha logrado vencer al tiempo y se halla en el museo. Formada por 47 naipes –ya que falta el ocho de copas-, sus piezas están decoradas con motivos náuticos y se encuentran señaladas con números romanos. Malagueña de procedencia, estos trozos de historia atesoran bajo sus sotas, caballos y reyes nada menos que 200 años de historia, pues fueron utilizados hasta 1815.

Sólo por diversión
Con todo, los marineros debían tener un cuidado extremo a la hora de pasar el rato con los juegos de azar, pues tenían prohibido apostar. «Según las ordenanzas de 1793 de la armada naval (Carlos IV), artículo 156, título primero, tratado quinto (artículos 7, 8 y 9) cometían una falta: los que tomaran parte en cualquier juego de azar que no fueran de puro pasatiempo y recreo; los que hiciesen fullerías o trampas en los juegos que estuvieran permitidos y los que tuvieran en su poder dados o naipes marcados usados», destaca el experto.

Mediante este sistema se pretendía evitar alguna cuchillada que otra pues, como buenos españoles que eran, a los marineros no les gustaba despedirse de la paga que habían recibido de Su Majestad Imperial. «Si tú echabas unas partidas al tute y no te jugabas nada era un pasatiempo y estaba permitido, pero si te jugabas la paga del mes pasaba a ser un delito. Por estas tres faltas podían ser arrestados de uno a quince días. Si eran reincidentes en las faltas sufrían mas pena», finaliza Blanco. A pesar de todo, lo cierto es que los hombres de guardia solían mirar en otra dirección cuando descubrían las partidas ilegales, así que no era raro ver cómo el dinero ganado con sangre, sudor y batallas cambiaba constantemente de manos.

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