viernes, noviembre 22, 2013

22 de Noviembre de 2013

FARO DE VIGO


La antropóloga Eloisa Gómez-Lucena elabora la mayor y más contrastada biografía de la almiranta pontevedresa Isabel Barreto y reconstruye la odisea que capitaneó de Perú a Filipinas

Salvador Rodríguez 21.11.2013 | 20:54

"Isabel fue bautizada en Santa María la Mayor (Pontevedra) con el esplendor acorde a la posición de su abuelo Francisco Barreto, en otro tiempo gobernador de las Indias Portuguesas. Como su familia paterna procedía de Viana do Castelo, eran conocidos como los de la Barra o los Barretos". En tan solo este párrafo, con el que se inicia la biografía de Isabel Barreto (Pontevedra, 1565; Perú, 1612) en el libro "Españolas en el Nuevo Mundo" (Ediciones Cátedra), Eloísa Gómez-Lucena ya aporta unos datos en los que confirma el, puesto en duda, origen pontevedrés de esta mujer, considerada la primera y única almiranta de la historia de la Armada española, quien, tras la muerte de su esposo, Álvaro de Mendaña, se puso al mando de la tripulación del galeón "Santa Isabel", formada por 378 marineros españoles y portugueses y unas 90 personas más entre mujeres y niños que, tras varias peripecias, llegaron a las islas Filipinas.

Pero Gómez-Lucena no se ha ocupado solo de elaborar la que, con quince páginas, es la mayor y más contrastada de las biografías elaboradas sobre Isabel Barreto, sino que ha estudiado concienzudamente aquella odiseica travesía que comenzó en Perú el 9 de abril de 1595 y acabó en la bahía de Manila el 14 de enero de 1596.

¿Cómo era Isabel Barreto?

No se conserva ningún retrato de Isabel, pero ello no ha sido óbice para que Eloísa Gómez-Lucena se ocupase de buscar y encontrar los rasgos físicos de esta mujer, así como también los de su carácter. Para ello, la biógrafa ha recurrido a lo escrito por el piloto del barco, Pedro Fernández de Quirós, cuyos juicios vertidos en el libro "Varios diarios a los mares del sur", admite la autora, "son más referidos a su carácter caprichoso, derrochón y autoritario, cuando no despótico, que a su agraciada figura". En los vestidos de doña Isabel había para gastar dos años, dijo de ella el marinero, "entre otras lindezas", que probaban su enemistad con esta Isabel, a la que llegó a acusar, y con razón, de robar la escasa agua que disponían para gastarla "en lavar con ella su ropa". En aquella altura, Isabel Barreto, ya consolidada como gobernadora, y con la complicidad de sus dos hermanos, Diego y Luis, gobernaba a su tripulación con un despotismo y crueldad inusitados, pese a los consejos de "moderación y más caridad" que le recomendaba su piloto, más que nada por respeto a su difunto marido.

Por Fernández Quirós supo también Eloísa Gómez-Lucena de un lamentable episodio protagonizado por la Barreto en la bahía de Manila que su biógrafa cuenta así: "Isabel Barreto prohibió (sin motivo alguno) desembarcar bajo pena de muerte. En la noche, un soldado casado y con un bebé fue en una barca hasta el poblado en busca de leche para su hijo. Al regresar, Isabel Barreto mandó ahorcarlo del palo mayor. El sargento hizo oídos sordos y el contramaestre, natural de Ragusa, se despachó a gusto en su lengua vernácula. Y como se enfureció por no ser obedecida, el contramaestre se reveló en español: Igual hiciera la señora en darnos de comer de lo que tiene guardado, y de las botijas de vino y aceite (...) con quien tiene necesidad, que no en esas estropeaduras. La mujer del soldado y sus compañeros suplicaban a la gobernadora, y hasta el piloto Quirós, previendo un motín, la exhortó al perdón". No se sabe si la ejecución se llevó o no a cabo, porque el capítulo del libro de Quirós que refiere este suceso finaliza sin aclararlo.

Gómez-Lucena intuye que su biografiada, pese a lo agrio de su carácter, debió ser una mujer bella, aunque no le hacen gracia, por amaneradas, las frases que le dedicó Robert Graves, del tipo "sus ojos azules brillaban como estrellas bajo la corona de sus cabellos de color de trigo".

La Adelantada Gallega de los Mares del Sur falleció el 3 de septiembre de 1612 en Castrovirreina, Perú, país al que había regresado tras casarse con Fernando de Castro, su segundo marido. Aunque todo parece indicar que tuvo uno o varios hijos, Isabel legó sus bienes a sus hermanos y sobrinos, a su capellán (era una mujer muy religiosa) y un remanente a su marido. El remanente consitía, además de en una cuantiosa fortuna económica, en "un esclavo y su mujer de la Yndia de Portugal (Brasil), un negro y su mujer de China, otro negro con su mujer, una esclava de Java, otro negro y dos negritas boçales, o sea, recién sacadas de su país".

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