martes, enero 21, 2014

Guardia de cine: reseña a «Super 8»

Título original: “Super 8”. USA 2011. 112 Min. Género: ciencia-ficción. Color. Director: J.J. Abrams. Interpretación: Joel Courtney, Elle Fanning, Kyle Chandler, Ron Eldard, Riley Griffiths.

Interesante propuesta que desembarcó en las salas de proyección hace ya cierto tiempo (2011) y que prometía ser una producción con algo más que aromas ochenteros (o del trasiego de la década 1970 a la de 1980). Con Steven Spielgberg aportando pasta, podríamos creer que estaríamos ante unos nuevos goonies con efectos especiales del s. XXI.

Se encendía una poderosa luz en medio del inhóspito y gélido panorama cinematográfico a la que acudiríamos atraídos por su brillo, sobre todo aquellos que crecimos durante aquella década no muy fácil de repetir con el devenir de los días que vivimos.

Aún no llegando este filme a tanto, te inspira cierta nostalgia y los sucios engranajes de las neuronas se ponen en movimiento ante los detalles de aquella época: la música y los walkmans, los soviéticos y la tercera guerra mundial, etc. Y ahí destaca el volver a ser un chaval normal, pudiendo montar en bicicleta sin casco y seguir siendo la víctima propiciatoria para el sacrificio ritual de la Mercromina, o metiéndonos a trompicones en un coche sin cinturón de seguridad.

Flipante.

Se dan en la trama los elementos típicos para un caldo de éxito en aquella década: unos chavales curiosos, una aventura que desbordaría nuestra imaginación..., pero también uno se da cuenta de que bien podría ser una idea que ha llegado bastante tarde, proveniente de la mente de otro Steve con apellido King. Y es que ese aire de pueblo aislado, agente de policía que es padre del protagonista y una criatura alienígena, son ingredientes muy de la zona de Bangor.

Con todo esto, ¿estamos ante un producto digno? Cada cual que opine lo que le venga en gana, pero yo he disfrutando con su visionado. Se mantiene a lo largo de todo el metraje aunque tiene flecos como la fácil reconciliación o resolución de una situación muy hostil por la muerte de un ser querido causada años atrás, y otros que derivan de la escasez de fondo de la trama. Por suerte, el nacimiento del amor adolescente no es empalagoso ni ñoño, sino el encuentro entre dos personas que se «conocen» sin haberse visto nunca. Nada de esas chorradas de flechazos bobalicones que en realidad son calentones (véase «Titanic»).

Quizá lo que más gracia haga sean los chavales. Los mismos con los que compartimos nuestra vida por aquel entonces. Nosotros mismos y sin pasar por alto a los clásicos: el listillo, el gordo, el malhablado y los que sufrían un galopante problema de visión y dentadura.  Apasionados de las películas de zombies que deciden que no hay otra mejor idea que hacer realidad un guión armados conuna cámara Super-8, maquillaje y unos cuantos litros de sangre falsa. Tenían todo lo necesario para presentarse a un certamen de cine… Pero les faltaba la chica, Alice, hija del borracho al que odia hasta la muerte el agente Jack Lamb, padre de Joe.

La solitaria estación de tren del pueblo, bien entrada la noche, se antoja como el escenario más perfecto. Y el que pase justo cuando están grabando un convoy de mercancías a toda velocidad, le da a la escena un «valor añadido». Pero tendrá aún más valor cuando alguien se interponga en el camino de hierro provocando un terrible descarrilamiento (el que sobreviva al encontronazo no resulta ser muy creíble). 

Los chavales salen ilesos de milagro de ese «valor añadido» de un tren descarrilando a toda velocidad, pero tardarán en saber que la Super-8 seguía grabando y que hallarían en aquellos fotogramas un terror difícil de imaginar.

La historia resulta ser muy divertida gracias a la naturalidad de ciertas escenas cotidianas, aunque chocan algunas incoherencias como es la ausencia de respuesta a la forma en la que se justificarían las desapariciones de ciudadanos por parte del Departamento de Defensa o las Agencias de Seguridad, o cómo la presencia militar permitía a unos chavales grabar impunemente las tareas de limpieza y evacuación del pueblo, en especial ante la casa de la persona que provocó el descarrilamiento. Por no decir otros tantos apuntes que salpican el último tercio del filme.

Pero quien crea que hay un error en la escena en la que aparece el chaval de la estación de servicio con un walkman escuchando a Blondie, se equivoca, porque salió a la venta el mismo año en el que se ambienta la película: 1979.

Me divertí visionándola. No va a quedar en el imaginario popular porque no es capaz de auparse a ese altar ochentero de nuestros recuerdos y porque la chavalería actual no sería capaz de darle valor alguno.

La recomiendo tanto que hasta me están entrando ganas de volver a meter el dvd en el reproductor y darle al play. 

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