Título original: Silver Linings Playbook. Año: 2012. Nacionalidad: USA. Género: Drama/comedia. Color. Min. 122. Director: David O. Russell. Guionista: David O. Russell, basándose en la obra de Matthew Quick. Reparto: Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Robert de Niro, Jacki Weaver, Anupam Kher, Chris Tucker
Desde hace unos meses, Pat (Bradley Cooper) vive recluido en una institución mental; justo desde el momento en el que un hecho traumático desata todos los síntomas de una enfermedad con la que lleva cargando desde que naciera: el trastorno bipolar.
Cuando, una tarde cualquiera, regresa antes de la hora a su casa, encuentra en la ducha a Nikki, su esposa, de la que está profundamente enamorado. Lo que se anunciaba como una oportunidad de sorprenderla y, además, mantener un encuentro sexual bajo el agua caliente, se torna en una pesadilla cuando descubre que su perfecta Nikki no está sola en el plato de ducha: hay otro hombre.
Pat no acaba con sus huesos en el sanatorio porque, de repente, se dé cuenta de que es bipolar, sino que la enfermedad (aunque, la verdad, aún si no la tuviera, dudo que el resultado fuera, al menos y en mi caso, diferente) le bombea la ira y fuerza necesarias para propinarle una soberana paliza al desnudo e indefenso amante de su mujer.
Pero de eso ya hace un tiempo y Pat, que no es que siga con su tratamiento médico de la forma tan escrupulosa como la que quiere hacer creer a sus médicos, parece ver que las puertas de la salida comienzan a abrirse. Está cumpliendo con su parte del acuerdo con la Fiscalía, viendo “el lado bueno de las cosas”. Ha adelgazado, hace ejercicio a diario y trata de recuperar las riendas de su vida, todo sea (sin medicación) para recuperar a Nikki, a quien no culpa absolutamente de nada. Eso sí, no soporta escuchar la canción de su baile de bodas, provocándole fuertes ataques de ira.
Pat regresa a la casa familiar, donde su desternillante padre (Robert de Niro) es un obsesivo compulsivo metido de lleno en las apuestas deportivas. Y aquí es donde un tema tan serio como es el de las enfermedades mentales se convierte en el medio o transporte hacia una comedia cargada de rápidos y chispeantes diálogos dignos de las producciones de la Edad de Oro de Hollywood, aunque en un plan más propio del bombardeo por saturación, siendo el punto más álgido cuando hace acto de presencia Tiffanny (Jennifer Lawrence), una joven y trastornada viuda que reside en el mismo barrio que Pat y sus padres; una chica que perdió a su marido, policía local, al ser atropellado de camino a casa tras comprarle un conjunto de lencería fina a su esposa para que su apetito sexual se desentumeciese de una vez por todas. Como respuesta a tal trauma, la mente de Tiffanny responde también de forma inesperada: mantener sexo con todos y cada uno de sus compañeros de trabajo hasta ser despedida por tal motivo, sin importarle si eran hombres o mujeres.
Ambos protagonistas coinciden en una cena y, aunque hay cierto roce inicial, comienza entre ellos a florecer una extraña amistad en la que sus problemas giran alrededor de ellos, creyendo que pueden ayudarse mutuamente. En el caso de Pat, éste quiere recuperar a Nikki, pero, ¿qué quiere Tiffanny?
A lo largo de diferentes escenas cotidianas, la tragicomedia pasa a comedia pura y dura, terminando por unírsele el término calificativo de “romántica”, pero dejando en el cajón, bien atada de tobillos y muñecas, la ñoñería rosa tan típica de esas producciones.
Te provoca una sonrisa y cierta esperanza.
Las situaciones a las que se enfrentan los personajes, unidas a los diálogos que se cruzan como balas en una batalla campal, representan, sin duda alguna, lo mejor del filme.
Al no haberla visionado en versión original, no sé si Jennifer Lawrence se mereció tamaño premio por su interpretación de Tiffanny, pero bien es cierto que el pasotismo y los arranques de violencia los transmite con mucha naturalidad, algo que, unido a su esbelto físico, a mí terminó por “ponerme”.
Llegados a este punto de la reseña, me sigue sorprendiendo el ardid con el que un tema tan dramático ha podido dar pie a una historia en la que las carcajadas no sean una nota disonante, algo que es harto complicado. Había que evitar susceptibilidades, así como cualquier nota que pudiera confundirse como mera banalización de las enfermedades de este tipo (como de todas las demás, por supuesto), y la sensiblería cursi. Podríamos asegurar que es una historia costumbrista de amor con unos protagonistas y secundarios nada habituales en la gran pantalla.
Una experiencia fresca y que será raro que no haya dejado cierta huella en todos y cada uno de los que la hayan vivido.
Me encanta cuando pide cereales para romper con cualquier atisbo romántico en su primera cita. La disfruté.
ResponderEliminarHacía tiempo que no contaba con tus comentarios, Joe.
ResponderEliminarSí, la verdad es que la Tiffany era la leche.