lunes, junio 09, 2014

9 de Junio de 2014

LA VOZ DE GALICIA


La fragata «Ariete» embarrancó en Carnota en la década de los 60

MIGUEL SAN CLAUDIO
08 de junio de 2014  05:00

Toda navegación frente a la Costa da Morte ha pagado un tributo. Las naciones con actividad marítima -todas ellas- tienen numerosos ejemplos hundidos en nuestras aguas, tanto pertenecientes a navieras privadas como a sus marinas militares y la Armada Española no iba a ser una excepción. Su tráfico frente a Galicia hubo de satisfacer un tributo en buques hundidos que hoy forman parte de nuestro patrimonio cultural.
Desde navíos de línea del siglo XVIII hasta fragatas antisubmarinas, pasando por cañoneras o barcazas de desembarco, todos ellos descansan a escasa distancia de esa orilla donde la mentalidad continental encierra a muchos seres humanos. De uno de ellos trataremos hoy.

La Ariete era una fragata rápida antisubmarina. Fue construida en los astilleros Bazán de Ferrol a partir de los planos de la clase de destructores franceses Le Fier que Alemania capturó tras la victoria sobre Francia. El 26 de febrero de 1966, embarrancó en la punta Ardeleiro, en Lira, municipio de Carnota.

Botado en 1955, esta clase de buques tenía una propulsión de turbinas a vapor, que según algunas fuentes era excesivamente compleja. Modernizados merced al apoyo de los acuerdos firmados por nuestro país con Estados Unidos, fueron clasificados como fragatas rápidas antisubmarinas, concepto de buque establecido durante la Segunda Guerra Mundial que se pretendía aplicar a la previsible, por entonces, contienda que había de estallar entre la Unión Soviética y las democracias occidentales y sus aliados.

Su tamaño, si bien de acuerdo con los estándares de la época para lo que significaba un destructor, lo acercaría a un patrullero o corbeta de nuestros días. Un fuerte temporal frente a Fisterra vino a demostrar a su tripulación que este duro océano poco tiene que ver con aquel mar, al que los que lo conocen denominan en femenino.

Problemas de diseño

Fueron barcos malos al salir de los astilleros y lo continuaron siendo tras las modernizaciones y reformas. Sufrían de falta de estabilidad, lo que los hacía comportarse mal con determinados estados de mar, así como embarcar mucha agua, lo que les hizo ganar fama de sucios. Por si eso fuera poco, sus máquinas, dado su complicado diseño, sufrían frecuentes averías lo que las hacía ser poco fiables. Con todos estos problemas, no es extraño que uno de tales buques fuera a perderse en las costas de Lira a causa del mal tiempo.
En la noche del 24 al 25 de febrero de 1966 nuestro buque navegaba rumbo a Cartagena en medio de un temporal. Estaba al mando del entonces capitán de corbeta Francisco Carrasco Ruiz. Según algunos testigos, nunca debieron salir de puerto en aquellas condiciones climatológicas, pero había prisa por regresar a su base.

Los severos golpes de mar que recibió hallaron el camino para ir averiando válvulas y rompiendo tuberías hasta alcanzar las calderas y los tanques de combustible, deteniendo definitivamente la máquina y dejando el buque sin gobierno.

Se hicieron ímprobos intentos por poner de nuevo las máquinas en funcionamiento, aunque sin éxito.
En esta situación se intentó salvar el barco, recibiendo remolque por parte de un petrolero de la Campsa, el Camporraso, pero desgraciadamente el cable se rompió, matando a uno de sus tripulantes. También intentó el salvamento la fragata Legazpi, aunque le fue imposible poder tomar un remolque. Otro tripulante de este buque resultó gravemente herido en la operación.

El desamparado Ariete, todavía probó a fondear, con la esperanza de poder aguantar en estas condiciones, pero este último recurso también fracasó. El barco acabó estrellándose contra la costa, no sin antes sortear por milagro los abundantes bajos, en Ardeleiro, a las 21.46 horas. Quizás en el mejor lugar para el salvamento de toda la zona, otro milagro.

El rescate

Era noche cerrada, al pueblo de Lira y a los vecinos de los alrededores les correspondía ahora dejar bien clara su condición de «bos e xenerosos» acudiendo en tropel a las rocas para poner a salvo a 168 hombres -la mayoría chavales-, hijos de otras madres y esposos de otras mujeres. Como siempre que al pueblo gallego se le da la ocasión, los resultados superaron las expectativas.

Hombres y mujeres acudieron con tractores para dar luz, con mantas para calentar a los náufragos, con comida caliente, se encendió el horno de la panadería? hasta abundaron las botellas de coñac para reanimar a alguno. Se tendió un andarivel desde el barco y a brazo se manejó esta línea de vida. Alguno llegó a caer al mar poniendo en vilo el alma de los rescatadores.

Con todo ello, y frente a todo pronóstico, ni una sola vida se perdió, ni hubo un solo herido grave, puesto que como ya hemos dicho que los daños se produjeron entre los buques que acudieron al salvamento.
En un primer momento todavía se pensó en un posible salvamento que pudiera recuperar el buque, pero pocos días después, todo se perdió, al partirse en dos en el mismo lugar. Comenzaron entonces los trabajos de desguace y, todavía más importante, la recuperación de los equipos electrónicos además de las armas y municiones. Estos trabajos tuvieron todos los inconvenientes que nos podemos imaginar al trabajar en un barco partido en dos y sacando las municiones de una en una de profundos pañoles.

Por la colaboración prestada en el salvamento, se concedieron numerosas condecoraciones individuales al tiempo que a Carnota se le concedió el título de «Muy Noble y Hospitalaria Villa» y al puerto de Lira se le construyó su espigón.

Todavía es objeto de discusión si el final feliz de esta peripecia se debe a la intercesión de la Virgen del Carmen o a la de los Remedios, a cuyos dominios se vino a perder la fragata rápida antisubmarina Ariete.

DIARIO DE JEREZ


Un triunfo histórico. A la edad de 73 años el teniente general Luis de Córdova asestó en 1780 en aguas del Atlántico uno de los mayores golpes a Inglaterra, apresando más de 50 navíos

LUIS MOLLÁ AYUSO | ACTUALIZADO 09.06.2014 - 01:00

En mi condición de oficial de la Armada suele ocurrir que me pidan opinión sobre alguno de los hitos más relevantes de nuestra historia naval, casi siempre, tal vez debido a nuestro carácter derrotista, sobre aquellos en que nuestras escuadras salieron mal paradas. De esta forma, en un delirante boca a boca, es difícil encontrar españoles que desconozcan el asalto a Inglaterra por la Gran Armada de Felipe II, el desastroso resultado de la batalla de Trafalgar o el de Santiago de Cuba, aunque resulta más difícil encontrar quien sepa de Blas de Lezo, conozca mínimamente la historia de Lepanto o haya oído hablar de la isla Terceira. Precisamente por eso traigo hoy a colación un golpe magistral de nuestros viejos marinos a Inglaterra, que destila tanto orgullo que espero que sea, por sí solo, capaz de equilibrar la balanza del pesimismo que contiene el otro platillo. 

Corría el año de 1779, en plena guerra de la Independencia entre los jóvenes Estados Unidos e Inglaterra. Entonces España estaba ligada a Francia por uno de tantos pactos y para mandar la Escuadra Combinada fue nombrado el Teniente General Luis de Córdova, al que los franceses no querían como jefe, pues, a pesar de su dilatada experiencia en la mar, contaba ya 73 años de edad. Lástima que no viviera lo suficiente para haber mandado los barcos de Trafalgar, incluso con cien años, en lugar del desdichado Villeneuve. 

Al mando de una escuadra compuesta por 27 barcos, Luis de Córdova merodeaba las costas inglesas pensando que era el momento de llevar a cabo la empresa que no pudo acometer la Gran Armada, pues los británicos estaban demasiado ocupados con sus escaramuzas en América y tenían su isla tan mal defendida que los habitantes de las aldeas de la costa habían decidido huir al interior. Sin embargo, las dudas del almirante francés Guillouet impidieron a Córdova contar con la necesaria escuadra combinada, más cuando una epidemia de escorbuto desatada a bordo de los barcos franceses obligó a estos a recluirse en Brest. 

A pesar de su edad o quizás debido a ella, Córdova era un hombre de carácter y se maldecía por la ocasión perdida cuando sus agentes infiltrados en Inglaterra le trajeron noticias de la salida de una gran flota logística con la que los ingleses pretendían fortalecer su campaña en América. Sabiamente, el teniente general dispuso sus fragatas en el Atlántico de modo que pudieran cubrir todas las derrotas inglesas. Y el asunto funcionó, pues una de ellas, mediante los preceptivos cañonazos que indicaban el número de velas, dio aviso del avistamiento del convoy inglés. Corría la noche del 9 de agosto de 1780 y Córdova marchó al lugar a toda vela con sus barcos y otros diez añadidos por los franceses. Córdova trató de engañar a los británicos con un farol encendido en el palo mayor de su buque de mando, el navío SantísimaTrinidad, y la estratagema dio resultado, ya que, hacia las cuatro de la mañana, cuando empezaba a insinuarse el crepúsculo, el vigía de la nave capitana avistó una vela, a la que siguió otra y otra y otra más…, se trataba de la escuadra inglesa que intentaba reunirse a la luz del farol que creían la nave de su almirante y que no tardó en descubrir el error, batiéndose entonces en una retirada desordenada para la que Córdova tenía preparada la correspondiente maniobra envolvente. 

Conforme pasaron las horas el número de buques apresados fue creciendo de forma imparable hasta contar más de cincuenta. Los españoles se frotaban los ojos, el azar había querido juntar dos flotas enemigas que debían separarse cerca de su destino y que fueron enviadas a Cádiz, donde fondearon el 20 de agosto. En el recuento de su carga, además de grandes cantidades de pólvora, armas y vituallas, apareció un alto número de lingotes de oro que se valoraron en un millón de duros de la época, aproximadamente el doble del valor de las naves capturadas, entre las que se contaban 37 fragatas, nueve bergantines y otros tantos paquebotes que sumaron un total de 294 cañones y unos cinco mil hombres, contados entre pasajeros, marinos y soldados que marchaban destinados las diferentes guarniciones. El de Córdova fue el mayor golpe dado jamás a una flota por parte de otra, hasta el punto de que la noticia de la captura hizo que se desplomase la Bolsa de Londres. 

Dos años después, Córdova unió sus fuerzas a las que asediaban Gibraltar desde 1779, apoyando con sus navíos los ataques a corta distancia de los jabeques de Antonio Barceló y el fuego de las baterías flotantes del general Ventura Moreno. Cuando el teniente general supo de la llegada de un gran convoy inglés compuesto por treinta buques en apoyo de la plaza, salió a su encuentro, aunque un fuerte temporal de poniente dio a los ingleses el barlovento necesario para poder entrar en Gibraltar. Córdova esperó pacientemente la salida de los ingleses hasta conseguir interceptarlos en el que se dio en llamar el Combate de cabo Espartel, que duró sólo cinco horas, el tiempo que necesitaron los ingleses para poner pies en polvorosa. 

Al año siguiente España e Inglaterra firmaron la paz que rompieron los ingleses con el execrable ataque a la Flota de Bustamante, que se saldó con el hundimiento traicionero de la hoy famosa fragata Mercedes. El caso fue que los ingleses retuvieron Gibraltar, pero tuvieron que entregarnos Menorca y La Florida. Córdova cesó como comandante de la escuadra combinada y se retiró, al fin, a su más que merecido descanso, aunque antes tuvo a bien poner la primera piedra del Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, localidad en la que falleció en 1796 a la edad de 90 años, siendo enterrado inicialmente en la iglesia de San Francisco, aunque en 1870 sus cansados huesos fueron llevados al propio panteón, lugar donde descansan a fecha de hoy. Quiera Dios tenerlo en su gloria, después de la mucha que hizo florecer para España durante su mortal paso por la tierra.


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