Hace poco más de veinticuatro horas del anuncio de la abdicación de la corona del Reino de España por parte de SM Juan Carlos I, procediéndose a la apertura del proceso sucesorio conforme establece la Carta Magna. Y como bien dijo Arturo Pérez-Reverte en su cuenta de Twitter, aunque no con estas palabras, ya se ha abierto la veda para escuchar, con las bragas mojadas, las clases magistrales de los catedráticos, tanto de púlpito académico como de barra con caña de cerveza en la mano; de esos agraciados dotados de una sabiduría tan inigualable e irreprochable como aquella que la extremada ignorancia puede erigir. En otras palabras, los que todo lo saben con abrir la boca, y entre los que medran los iconoclastas, los inútiles y los envidiosos que arreglan el mundo cuando no saben ni hacer la O con un canuto.
Era algo obvio. Qué se le va a hacer.
Ya somos perros viejos en el lugar.
Ayer, paseando por las céntricas calles de mi ciudad, tras otro intenso día rodeado de palabros que solo algo tan retorcido como el Derecho puede parir, me topé con una manifestación de esas que “representan a todos”, con banderas de la España republicana y gallegas provistas de vistosas estrellas rojas en el centro. Otra más de las convocadas para ladrar por un referéndum para escoger el modelo de estado y a cuyos integrantes les recomendaría que, al menos, ya que se las dan de tan listos, se leyeran (repito “al menos”), los escasos 169 artículos que componen la Constitución (ese “papelito”).
Pero lo que más gracia me hace es ver esa bandera tricolor portada bien alto, a pecho descubierto, por aquellos que, curiosamente, no quieren formar parte de eso que se llama España. De esos que no son capaces de pronunciar eso, “España”, sin envolverla de todo el asco que pueda generar su bilis. Todos aquellos de núcleo nacionalista-independentista (“yo soy mejor que tú”) y de extrema izquierda (¿Democracia? ¿Qué es eso?) que, si hubiera república, por lo visto, deberían o deben de ser superespañoles.
Pero, en mi ignorancia (supongo), que o eres una o la otra, pero no las dos a la vez. Si no quiero formar parte de España ahora, ese estado que reprime mi cultura y mi libertad, tampoco luego, porque seguirá siendo lo mismo, o es que soy muy corto.
Pero, en mi ignorancia (supongo), que o eres una o la otra, pero no las dos a la vez. Si no quiero formar parte de España ahora, ese estado que reprime mi cultura y mi libertad, tampoco luego, porque seguirá siendo lo mismo, o es que soy muy corto.
Ya me he topado en mi vida con varios elementos de ese tipo, de esos que van con la tricolor hasta en el ojete y, luego, se corren de gusto con partidos cuyas bases ideológicas son la separación y la destrucción de Maquetania (España en boca de Sabino Arana, para aquellos que no lo sepan).
Y es que nos hemos hecho todos republicanos de repente, como nos hemos hecho, también de repente, colchoneros. ¡Arriba el Atlético de Madrid! Al menos mientras no baje a segunda división (otra vez). ¡Arriba la República! Sobre todo si es la que nos mantenga, la de los vagos, la de los quemaiglesias y la de las imposiciones para los que no piensen como nosotros; aquella de 1934 en adelante, nada que ver con la de 1931, la de las ideas, la igualdad y la democracia, ¡por supuesto!, que esa no molaba nada.
Y es que todo el mundo se arrima al árbol que mejor sombra dé o que más borregos reúna.
Sí, republicanos en búsqueda de una democracia real (tan solo les falta un Indiana Jones) que, curiosamente, parecen tan solo contemplar la opción de la extrema izquierda. Supongo que ese mendrugo que pintarrajeó un contenedor en mi barrio con la proclama “Viva Lenin” debe de haber estudiado mucho la biografía de este verdadero verdugo de las libertades democráticas de los rusos (¿a alguien le suena Krondstadt?). Y así vamos, como corderitos pero mostrando dentadura de lobo, ondeando felices una bandera tricolor que, no sé yo, pero la franja morada de los comuneros de Castilla no representa ni a los del Alto Ampurdá ni a los de Huelva ni a los de mi pueblo.
Claro. Alguien se dirigirá a mí con antipatía, aversión y repugnancia, y me espetará, con todo su buen arte dialéctico, un piropo del tipo “puto monárquico”. Sí. Y es que mi única ideología política es la monarquía y nada más. No bebo los vientos (algunos más bien la chupan) por ningún partido; pero si todos esos que van de adalides de la Justicia y de la Democracia griega (¡jajajajaja!) lo fuesen, no me dedicarían ningún “puto”. No se comportarían como aquellos defensores de la patria que acabaron con la República de Weimar. Y es que da lo mismo el extremo en el que se esté; sigue siendo un extremo.
Podría decir muchas más cosas, pero no tengo ni las ganas ni el tiempo. El Navegante del Mar de Papel está para cubrir otros asuntos.
Tan solo concluir con un
¡VIVA EL REY!
Y con un
¡VIVA FELIPE VI!
Hace muchos años me contó el mejor jefe que he tenido, como los más franquistas, ultraderechistas y adeptos al régimen de nuestra pequeña ciudad (todos nos conocemos), de la noche a la mañana eran afiliados de UGT, CCOO y PSOE. Como cambiaron su careta en el momento que vieron que estaba más de moda la chaqueta de pana y la barba, que el pelo engominado y las gafas de sol.
ResponderEliminarHay quien culpa a los 40 años de dictadura de ese odio hacia todo lo que significa España o lo español. Yo le sumaría otros 110 años, hasta la primera internacional. La cosa es bastante evidente, quieren eliminar una monarquía parlamentaria en la que el Jefe del Estado es un verdadero español, está ultra-cualificado y representa apolíticamente a todos y cada uno de los españoles aquí y en la conchinchina, por una república donde ese puesto sería ocupado por otro manganillo que solo mira por los intereses de su partido (ni tan siquiera de sus votantes) y que no tiene ni idea de qué es la diplomacia, la jefatura del estado o las relaciones internacionales. Dicen que viene el tren del cambio, pero compran billete para el vagón del ganado.
Viva España. Viva el Rey.
Un saludo Javier.