Una delegación serbia entrega la contestación al ultimátum del ministro de Austria-Hungría.
Belgrado, haciendo caso de la experiencia internacional de Moscú, aceptaba los términos de Viena a pesar de que era una clara humillación. Serbia parecía aceptar un vasallaje y, aún plegándose a sus exigencias, ésta se sometía al arbitraje del tribunal de La Haya.
Muchos respiraron aliviados. El fantasma de la guerra parecía alejarse de nuevo, al menos, durante unos años. Austria había obtenido una satisfacción o, al menos, eso era lo que veían todos los diplomáticos europeos. Sin embargo, quien quería guerra era Alemania y obligó a Viena a no aceptar la respuesta dada a su ultimátum y a romper relaciones consulares con Belgrado.
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