EL ALMERÍA
La derrota naval de 1588 paró la conquista de China. Hugh Thomas argumenta esa relación causa-efecto.
FRANCISCO CORREAL, SEVILLA | ACTUALIZADO 29.09.2014 - 11:22
Más de cuatro siglos después, el rey de España se sigue llamando Felipe. El de entonces, Felipe II, era dueño de casi toda América, pero nunca pisó ese continente. El actual, Felipe VI, viajó a Estados Unidos la misma semana que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, iniciaba una visita comercial y política a China. La asignatura pendiente hace medio milenio para que Felipe II se convirtiera al pie de la letra el señor del mundo, como titula su libro sobre el monarca el hispanista británico Hugh Thomas.
Las cosas habrían sido muy distintas si los barcos españoles, la llamada Armada Invencible, no hubieran sido derrotados en 1588 por el Ejército que comandaba lord Howard de Effingham, quien se arrogaba el derecho a percibir una décima parte de las rapiñas que conseguían los piratas ingleses, en particular Francis Drake, que en 1586 y 1587, poco antes de la hecatombe de la Armada española, hacía incursiones respectivas en Cartagena de Indias y en Cádiz.
"El prudente rey Felipe se abstuvo de aprobar más aventuras chinas", escribe Thomas. "Si Inglaterra hubiera sido derrotada en 1588 habría habido sin duda una nueva política hacia China". Desde ocho años antes, Felipe II era también rey de Portugal. "Los imperios del siglo XVI son los dos imperios ibéricos", escribía Pierre Chaunu en cita que recuerda Hugh Thomas, que dedica dos capítulos de su libro, los 29 y 30, a la llamada aventura china. Que fue mucho más que una aventura. El vasco Miguel de Legazpi y Gurruchategui conquista Filipinas, archipiélago de siete mil islas que Ruy López de Villalobos bautizó así para inmortalizar al rey Felipe II. Esa ampliación del imperio fue fundamental para alimentar los sueños de China.
Salazar, obispo de Manila, envió al papa Gregorio XIII y al rey Felipe II sendos manuscritos del "proceso teológico jurídico" para la conquista de China. El obispo y el gobernador de Manila creían, según Thomas, que ocho mil españoles y una flota de doce galeones bastarían para que el rey de España se convirtiera en emperador de China. Antes de esa estrategia militar, hubo una embajada cultural. El agustino fray Jerónimo Marín mandó una expedición al Pacífico en febrero de 1581 con presentes para el emperador de China entre los que figuraban tres cuadros de Alonso Sánchez Coello, el pintor de moda en la Corte: dos retratos de Felipe II, uno de ellos ecuestre, otro de Carlos V.
El gran ideólogo de la conquista de China fue el jesuita Alonso Sánchez, que en marzo de 1582 hizo una primera incursión de reconocimiento con tres barcos. Este jesuita no descansó en sus propósitos. Hugh Thomas cuenta que en 18 meses fue recibido en Roma por cuatro papas a los que expuso sus planes: Sixto V, Gregorio XIV, Inocencio IX y Clemente VIII. Sabía que una pieza clave era el propio monarca Felipe II, que había dado el visto bueno para la conquista de Filipinas posiblemente a raíz del incremento del precio de las especias.
Tres audiencias negoció el jesuita Alonso Sánchez con el Rey. La primera tuvo lugar en diciembre de 1587. Una reunión de dos horas en la que le entregó un memorial secreto. La segunda se celebró en agosto de 1588 y coincidió con la llegada de las noticias de la derrota de la Armada Invencible. La tercera sencillamente se desconvocó cuando el jesuita fue consciente, dice Thomas, de que "no era el momento para hablar a Felipe II de otra gran expedición marítima". Y el propio Rey se encargó de descartar definitivamente el proyecto.
El hispanista británico, con abundante bibliografía, precisa algunos detalles de la expedición militar que no llegó a desplegarse. "Los soldados se reclutarían en todos los reinos del monarca, pero se preferiría a los vascos". La sombra de Legazpi, Elcano y Lope de Aguirre era alargada. A la muerte de Legazpi en julio de 1572 le sucedió como gobernador de Filipinas otro vasco, Guido de Labezaris, nacido en Bilbao nieto de un pintor italiano que se había establecido en Sevilla.
A los soldados nacionales, con esa preferencia por los vascos, se añadirían 6.000 combatientes indígenas de las Filipinas, 500 soldados y unos 6.000 soldados japoneses. De reclutar a estos últimos se encargarían los jesuitas llegados a ese país. En las Filipinas residía bajo el gobierno español una importante colonia china. Hugh Thomas dice que se caracterizaban por ejercer muy variados oficios: la encuadernación de libros, la panadería, la albañilería en piedra, el despacho en tabernas.
"Desde el principio la conquista estaría completamente abierta al mestizaje", dice Hugh Thomas. Casi medio milenio después, es una incógnita pensar qué habría podido ocurrir en ese país-continente que en realidad era el destino originario del almirante Cristóbal Colón. El hispanista británico acude al precedente no muy lejano y se refiere a la colonización americana en términos que sorprenderían la visión políticamente correcta de la autoflagelación.
"El mestizaje fue la mayor obra de arte lograda por los españoles en el Nuevo Mundo", escribe Thomas, "una mezcla de lo europeo y lo indio. A aquellos que piensen que se trata de una afirmación obvia les pediría que consideren cuán raro fue este estado de cosas entre los anglosajones y los indios de Norteamérica".
En cualquier caso, precedente de la globalización, la derrota de la Armada Invencible en el Canal de la Mancha desbarató la colonización china, que el rey retratado a caballo por Sánchez Coello se convirtiera en sucesor de la dinastía Ming. Dice Thomas que si España hubiera persistido en sus planes para conquistar China, "Salazar habría sido sin duda el primer arzobispo de Pekín". Y Mariano Rajoy se habría ahorrado los intérpretes en su viaje.
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