No sé porqué debería sorprenderos ver este libro en mi sección de reseñas literarias. Cierto es que pertenece a un género que nunca he tocado por la simple razón de considerar que su público es evidentemente femenino; aunque, con cierto tino, he llegado a la conclusión de que nunca está de más saber qué piensan las mujeres.
Hace unos pocos meses, Susana me “abordó” en un punto no determinado del ancho mar de la Información. Le llamó la atención mi ensayo “Crucero Reina Mercedes”, publicado en Tomboktú, la misma editorial que ha tenido a bien lanzar su primera novela. Y los extraños lazos que nos han unido mediante la amistad, me han vuelto a colocar en una situación que dista de ser agradable. Me vuelvo a meter en un brete al tener que pronunciarme sobre la ópera prima de un compañero de filas.
No es una situación ajena a mi experiencia, ya me he enfrentado a este “dragón” con anterioridad, pero no por ello ha de revestirse la tarea como de tranquila o cómoda. Lo peor que puedes hacer en estos casos es abandonarte a la deriva del reverso tenebroso. ¿A qué me refiero? Fácil. Pues a algo tan simple, falso e hipócrita como no mentar los elementos disonantes de la obra por no querer enojar a tu compañero/a o, quizá aún peor, que tu mente los difumine, se obnubile, y ni seas capaz de verlos y todo te parezca como caminar por el Eliseo. Ambos senderos, que se pueden encontrar en el mismo cruce oscuro, impiden realizar una recensión parcial, tal y como debería ser mi cometido cuando me enfrento a un autor cuyo nombre no me dice nada más allá de los cuatro renglones dedicados a su escasa biografía, incrustada en las tapas del libro en cuestión, o a un consagrado y, en demasiadas ocasiones, pedante bestseller. Pero cuando conoces a la persona en cuestión, la que ha tecleado y tecleado página a página, la cosa es bien distinta.
Como escritor que soy, he de reconocer que las críticas queman. El que afirme justo lo contrario, que nunca ha sentido cierto malestar en su pecho cuando despellejan la obra de sus amores, con la que ha pasado largas noches en vela, miente como un bellaco. Las opiniones de los demás son como camiones que circulan a toda velocidad por una carretera que el autor quiere cruzar corriendo. Y puede que te atropellen y el impacto sea tan brutal que ese puntito de tu interior, el mismo donde florece un agradable calor al leer o escuchar alabanzas dedicadas a esas cuartillas en las que te has dejado la piel y mucho más, se encoja hasta casi desaparecer, sobre todo cuando todavía vas con la L colgada al cuello.
Por suerte, hay críticas de todo tipo y algunas se limitan a calificar y hasta tratar de mejorar el estilo del escritor. Y es que ni Cervantes llegó a “El Quijote” a la primera.
Trataré, aún con la granada de mano y sin anilla que han dejado en mis manos, no dejarme llevar por el reverso tenebroso y decir lo que pienso de forma razonada, como he hecho siempre en las reseñas que publico a través de este medio.
Ya va siendo hora de ponerse manos a la obra.
El planteamiento inicial de “Espérame en París”, aunque lejos de ser original, abre las puertas a una narración provista de mucha fuerza. Posee una intensidad bestial, tanto que sorprende. A la par, está regada de una constante diversión, la cual se materializa principalmente a modo de una larga serie de anécdotas laborales surrealistas, muchas de las cuales han sido vividas en primera persona por éste que os escribe, quien se ha sentido aliviado al comprobar que no ha sido el único que se ha visto en semejantes lances.
El uso de la narración en primera persona, a pesar de las iniciales reticencias que me puedan causar en la actualidad (curioso cuando mi primera novela está estructurada a modo de diario), sobre todo en cuanto a las limitaciones tan evidentes que se observan en la inmensa mayoría de obras de este tipo (no se libra ni Joseph Conrad), dota de mayor empuje a la fuerza arrolladora tan necesaria en un bautismo de fuego literario.
La novela es una catapulta en sí y parece no querer dar un respiro al lector, sin embargo, como en toda obra novel, adolece de una serie de taras, algunas de la cuales no sé si obedecen a errores de la propia autora o a la necesidad de ajustarse a las exigencias de formato y extensión de la editorial, en un intento involuntario de ésta por adormecer a la serpiente multicolor que es la Imaginación.
Lo primero que choca es, y esto es denunciable directamente a la maquetación, una espantosa obsesión por agotar los márgenes de las hojas. Esto se traduce en sesiones maratonianas a la hora de leer una sola cara. Resulta más que agotador leer treinta y ocho líneas cada vez que saltas de cuartilla, cuando deberían ser, creo yo, diez menos para permitir una lectura más sosegada.
Otra nota negativa, cuyo culpable es difícil de averiguar, es la falta de un desarrollo coherente, ya que pasamos del detalle, día a día, a tener que cruzar grandes y profundas lagunas temporales en las que “no pasa nada”, cuando es obvio que debería ser todo lo contrario. Es un fallo bastante común en un primerizo, más también puede deberse a una necesidad de mutilar capítulos hasta alcanzar un final en el número de páginas o palabras estipuladas.
A acrecentar dichas lagunas ayuda la falta de cohesión entre algunas escenas y la brusquedad en el cierre de otras. Aunque no merman la historia en sí, provoca cierta desazón. Y el resultado es una alarmante precipitación en los últimos compases.
A un nivel inferior a lo ya comentado, se presencia un bombardeo por reiteración de ideas, algo que he sufrido como escritor y que no es fácil de poner freno, así que también mi dedo acusador se dirige a mi persona. Esa repetición constante e innecesaria lastra a la narración y no es más que un freno a su potente inercia, provocando en el lector otros tantos suspiros de apatía.
En un orden de cosas que vosotros, quizá, no sabréis, Susana se ha preocupado de dotar a su novela de su propia banda sonora original, salpicada con piezas míticas cantadas con acento francés, las cuales debería sentarle a la misma como un guante, pero al estar en un cd independiente (con el que no cuento) y no haber mención alguna en la narración a las mismas, no permite ni invita a darle al “play”, al desconocerse el momento o situación al que se hace la llamada.
Llegado a este punto es cuando doy por finalizada esta recensión a “Espérame en París”, confiando en que mi listado de amig@s en nuestra pequeña taberna literaria no se haya reducido; que Susana siga allí, ya que es una autora que, si quiere, podrá aportar más títulos que alumbren con su fuerza el desolador panorama que ofrecen las estanterías de las librerías españolas.
Nº de páginas: 304 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editoral: TOMBOOKTU
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788415747413
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