Título original: “The Fifth State”. EEUU / Bélgica. Año 2013. 128 Min. Género: Biografía / Drama / Thriller. Color. Director: Bill Condon. Interpretación: Benedict Cumberbatch, Daniel Brühl, Carice van Houten.
Fue una apuesta muy arriesgada. Tanto, que salió muy mal para los productores y acabó siendo uno de los fiascos más sonados del año 2013, alcanzando una paupérrima recaudación: 6 millones de dólares USA, muy por debajo del coste de producción.
¿La película es, acaso, mala? Si tuviera que darle una nota, entre guión, actores y ambientación, le daría hasta un notable alto. Es trepidante, pero, claro, ¿acaso gustó a los hipsters que siguen siendo leales (cada vez menos, ya que algunos lo han cambiado por otro que no usa tinte y que no debe ni saber encender un pc) al Sr. Julian Assange, a ese mesías caído del s. XXI? Bien todos pudieron negarse a ir a ver cómo destrozaban a su dios de carne, hueso y mucho ego.
No, por supuesto que no les gustó, porque al bueno del tipo de "blanco" se le retrata como se le acabó viendo por la inmensa mayoría, ya sean becerros o entendidos: un cabrón egocéntrico que tan solo quería recibir aplausos por una gran masa de focas amaestradas. Era lo mismo contra lo que "luchaba". En el fondo de su ser, siempre le había (ha) importado una mierda las consecuencias de sus actos si su cara era (es) reconocida y alabada. Era un dios de la informática, un hacker con antecedentes que tan solo quería una legión de adoradores y una cohorte de concubinas. Sin duda, aquellos años terribles de infancia, como víctima de abusos físicos en una secta, le permitieron absorber ciertos rasgos de gurú religioso. “Yo os daré la verdad”.
No creo que el autismo cause todo esto, amigos.
La simple presencia de Benedict Cumberbatch en la cinta, la haría de obligado visionado; sin despreciar a Daniel Brühl y a otras caras bien conocidas del mundo de la interpretación anglosajona que se dejan caer por las mesas de redacción de The Guardian.
El filme se tambalea, en su factura, entre el documental y la película de acción y espionaje, dejando hueco para las escenas en las que aparece Assange cavando su tumba a base de hipocresía mientras sonríe con un “me da igual, porque soy así de rarito”.
Poco a poco, comienza a verse una ética que no es tal. Lidera una lucha contra un poder corrompido, pero en aquellos aspectos en los que podría interesarle para estar delante de un atril y un foco. Eso es lo que acabó siendo Wikileaks. Por supuesto, distaba mucho de considerarse un medio periodístico: tan solo un lugar o plataforma donde el mundo podía “hablar” de o "trapichear" con los secretos de los demás sin preocuparse de saber, si quiera, si eran, siquiera, verídicos. Peor aún: sin importar qué podría sucederle a la gente inocente implicada, incluso colateralmente. ¿Esa es una moral divina e incuestionable?
La cinta puede ser desquiciante por momentos, pero la velocidad con la que se desarrollan los acontecimientos, los viajes en avión de una punta a otra del mundo, así como el miedo creciente, obligan a quedarse hasta el final de una historia cuyo epílogo ya lo hemos visto por el telediario: el encierro de Assange en la embajada de Ecuador en Londres para hurtarse de la Justicia sueca.
Aún creyéndose más listo que los perros que le seguían la pista, Assange hizo justo lo que estos esperaban que hiciera: que se enclaustrara y buscara refugio bajo la bandera de un régimen discutible. Si se hubiera entregado a las autoridades, su causa habría triunfado. Si lo hubieran hecho “desaparecer”, su cara sería tan retratada como la del Ché Guevara.
Pero no lo hizo, como era de esperar (quiere a su pellejo demasiado) y se autodestruyó. Ahora no es más que una voz sin rostro que, paulatinamente, va enmudeciendo.
Wikileaks siempre se me antojó un proyecto con más sombras que luces, una especie de organización que se pudrió desde su nacimiento y eso es lo que representa “El Quinto Poder”.
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