martes, diciembre 09, 2014

Guardia de literatura: “Perdimos la luz de los viejos días” de Isaac Belmar

No iba a desperdiciar la oportunidad en cuanto me la ofrecieron. ¿Por qué no ser un crítico que reseña libros que van más allá de su propia intuición al estar parado ante la estantería de una librería, dudando entre este y aquel, en coger alguno cuya portada o sinopsis me atrape o, directamente, salir pitando de allí? ¿Por qué no convertirse en uno de esos bloguers que reciben un ejemplar por concesión editorial y se lanzan al ruedo literario? Atreverse a algo más. Aunque lo parezca, no es nada fácil deshacerse de los gustos propios y alzar la mirada por encima del horizonte.

En el fondo, siempre lo he deseado; no obstante, bien es cierto que cuando recibí un mail de Ediciones Irreverentes en el que se hacía referencia a “Perdimos la luz de los viejos días” y a una oferta para reseñarlo, fui reticente a dar el brazo a torcer y satisfacer la gula de mis deseos más recónditos.

La sinopsis de la cuartilla de la contraportada no me resultaba nada atrayente. Alguien que perdía al ser que más había amado en su vida y que se obceca con la idea de la venganza sobre aquellos que la hicieron daño, todo en un salvaje sprint cuya meta es el infierno; pero me inquietaba el título y la referencia a un mundo en el que la luz había cambiado y no solo a los ojos del protagonista. Esto último me convenció para salir de mi agujero y poner el primer pie en el camino.

“Perdimos la luz de los viejos días” es una obra en la que podemos encontrar elementos propios de la novela negra pero también, y aquí está el detalle sugerente, de la de ciencia ficción de futuro distópico, por lo que nos obliga a fruncir el ceño mientras cavilamos a la hora de clasificarla. La búsqueda de venganza se funde con un mundo en el que el asteroide Maat, a semejanza del cometa de Bart Simpson, se desintegra contra la atmósfera y permite que, tras la noche del fin del mundo, salga de nuevo el sol, pero todo ha cambiado. La luz es como la de una película antigua y ya nadie lee. 

La narración es en primera persona por lo que es muy intensa en cuanto al dolor y la pérdida que devoran las entrañas del protagonista, un perdedor que solo ha amado a Miriam, una mujer que idolatra y a la que ha dedicado su vida hasta el último suspiro de la de ella, cuando ya tiraba la toalla en su combate contra un cáncer de encías. Una mujer por la que dio todo aunque es más que posible que ella no diera un céntimo por él.

Al dolor se le suma la sed de venganza contra dos de las personas que más daño hicieron a su chica: su ex novio, que la abandonó en cuanto se enteró de que padecía cáncer, despidiéndose con un “me das asco”; y una antigua compañera del instituto, que la humilló hasta lo indecible al distribuir por todo el centro de enseñanza una fotografía obtenida en las duchas, mostrando a una Miriam adolescente, desnuda e indefensa ante la burla y la algarabía más cruel.

Pero el protagonista anónimo, al que los otros personajes se refieren a él tan solo como “hombre triste”, sabe que no está hecho para emplear la fuerza contra nadie. Es un Peter Parker sin mordedura de araña radioactiva. Alguien que nunca gritó a nadie, pegó o robó. Alguien que nunca amó a otra mujer más que a Miriam. Un pringado, tal y como termina asumiendo. Por esa simple razón necesita de otros para vengarse de la vida.

En cierto modo, salvo por lo del asteroide que no borró la existencia sobre la faz de la Tierra y el movimiento sectario de los maatianos, que aseguran que todos ya están muertos y en un infierno muy distinto al que pregonan las religiones tradicionales, la historia en sí no tiene nada de original, menos aún su desenlace, pero lo que hay que reconocerle a Belmar es que hacía mucho tiempo que no leía una novela escrita con tanta intensidad. Es, a mi entender, una lección de estilo narrativo. Te atrapa con sus palabras, escogidas con delicadeza para mostrarnos un cuadro emocional completo en el que podamos ubicarnos, tanto en la casa del protagonista, como en las Cien Puertas, pozo de perdición donde se encuentran las personas más hábiles a la hora de poner sus puños de hierro al servicio de una venganza remunerada.

Si he de señalar un punto negativo en la lectura de “Perdimos la luz de los viejos días”, recobrados ya del atropello inicial que supone Maat, éste es la propia limitación de la narración en primera persona. Ya hemos hablado antes, en otras reseñas, sobre este particular “pero” y Belmar, con el fin de completar la historia, se ha visto obligado a introducir como segundo narrador al Asesor, una cucaracha trajeada al servicio del barriobajero mafioso apodado el Papa y que ofrece contratos de compraventa de almas a modo de chiste. Ahí es donde se demuestra una vez más lo pobre que es este recurso narrativo.

En resumen, el autor ha creado, en poco más de cien páginas, un mundo conocido y extraño a la vez, con personajes por los que sentiremos cierta empatía o que nos producirán espanto. Una historia ya vieja pero reescrita con fuerza y destreza únicas.


  • “Perdimos la luz de los viejos días”. Accesit del III Premio Oscar Wilde de Novela
  • Isaac Belmar
  • Ediciones Irreverentes SL
  • Septiembre de 2014
  • ISBN 978-84-16107-17-9
  • 122 páginas

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