Cuando Kenneth Johnson se presentó ante los productores de NBC y Warner, éste barajaba la posibilidad de realizar una miniserie para la televisión sobre los maquis en la segunda guerra mundial; mas aquello no terminaba de cuajar: era un tema viejo y trillado por la abundancia de producciones más o menos realistas ambientadas durante ese conflicto y periodo histórico.
La gente quería otra cosa.
Entonces, Johnson presentó una trama que mostraba a los EEUU sometidos a la Alemania nazi, posiblemente inspirado en la sombra por la obra “El hombre en el castillo”, de Philip K. Dick.
Interesante, pero no tanto.
En un año como el de 1985 —en el que las producciones televisivas ofrecían al público una calidad sin precedentes y en el que los ciudadanos estadounidenses se abandonaban al feroz e irracional consumismo ante el temor nada infundado a que estallase en cualquier momento la III Guerra mundial—, también se quería seguir soñando con el espacio. Johnson, muy atento a lo que se cocía a su alrededor en la industria del entretenimiento y como responsable de productos como “La mujer biónica” o “Hulk”, planteó una variación sobre su proyecto original: ¿y si los nazis procediesen del espacio exterior? Aunque podía sonar a la típica propuesta de serie B de los ’50 (entonces, con comunistas), el mundo se veía convulsionado por el fenómeno “Star Wars” (ni la saga de James Bond se libró de ello, si no, véase “Moonraker”), además de por las diferentes visiones utópicas y distópicas del contacto con entidades extraterrestres que habían llegado a las pantallas de los cines de la mano de Steven Spielgberg o Ridley Scott.
El producto de Johnson captó el interés de los productores, quienes pusieron unos cuantos de sacos de dinero sobre la mesa de reuniones. Querían algo que hiciera digna competencia a las propuestas de las cadenas rivales, pero no concibieron que estaban dando luz verde a la que acabaría siendo una de las miniseries más míticas de la historia de la Televisión: “V”.
Por desgracia, el juguete se les acabó rompiendo debido al escaso nivel de calidad y a un apoyo económico insuficiente a la posterior serie regular (no más de cinco millones por orden de Warner Bros).
Durante todos estos años, el infatigable Donovan, la pérfida Diana y el largo elenco de personajes arquetípicos de la narración universal entusiasmaron a grandes y pequeños (a otros, asqueó) pegados a las pantallas de sus viejos televisores de rayos catódicos. Y durante esa laguna temporal de reposiciones veraniegas, principalmente en TVE, no hubo pocos intentos de rescatar “V” con mayor o menor acierto. Lo primero y más serio que escuché fue acerca de una secuela en la que los visitantes habían derrocado a su líder y adoptado una forma de gobierno cercana a la Unión soviética; todo ello supondría el estallido de una Guerra fría con la Tierra sui generis.
Pero tales sueños tan solo tendrían cabida entre las tapas de las novelas de un universo expandido mucho menos conocido que el de la ya referenciada “Star Wars”.
Es a finales de la década de 2000 cuando la cosa comienza a tomar forma con un “remake” que no es tal, ya que el argumento, los personajes, así como las motivaciones que empujan a unos y a otros personajes, tienen poco o nada que ver con la serie ochentera.
Visioné con objetividad, sin dejarme llevar por el nerviosismo entusiasta o la apatía del desconfiado, el primer capítulo de esta “V” del 2009, una serie (otra más) a la que se sumaban actores y actrices que habían alcanzado la popularidad gracias a “Perdidos” (véase “Hawai 5.0”, “Flashforward”, “Infieles”, etc.), y, cuando llegaron los títulos de crédito por el minuto cuarenta y pocos, me quedé bastante frío. Ya se anunciaban ciertos síntomas de una “enfermedad” que se iba a confirmar: saltos temporales de varios días o semanas entre capítulos e, incluso, entre escenas del mismo episodio, por ejemplo. Por no decir que comenzaba a anidar en mi interior cierta antipatía contra Tyler, el “churumbel” de Erica Evans (las semejanzas entre los Donovan, padre e hijo, son evidentes, por no decir que la protagonista del 2009 asume en rol de héroe que interpretó Marc Singer mezclado con bastante acierto con Faye Grant (la doctora Julie Parrish)).
Es indiscutible que los lagartos de la versión de 2009 dan mucho más mal royo que los ochenteros; mil veces más, mejor dicho. Morena Baccarin está excelente en su papel de reina Anna, con su continuo y turbador aleteo de pestañas y su atípica falsedad, pero siempre se acaba echando algo de menos.
Después de esos primeros cuarenta y tantos minutos, los cuales se me antojaron un sprint, estuve malgastando energía neuronal decidiendo si guardaba el Dvd donde no le volviera a dar la luz nunca más o, ya que lo tenía, darle una oportunidad y ver la totalidad de la primera temporada.
Como ya habréis deducido, escogí la segunda opción e hice mal porque terminé enganchándome como un bellaco, tanto que me obligué a hacerme cuanto antes con la segunda y definitiva temporada (resulta curioso que el mismo producto, pero con distinto collar, tuviese idéntico final: una cancelación prematura, aunque debida a motivos no relacionados).
De esta nueva “V” destaco la intervención del periodista Chad Decker (Scott Wolf) (versión actualizada y dotada de más fondo del personaje original de Kristine Walsh, interpretado en su momento por Jenny Sullivan), quien llega a estar en los dos lados de la lucha, defendiendo primero a la líder visitante Anna y, luego, integrándose hasta las últimas consecuencias en la Vª Columna. Hay que estar muy atento a este personaje, como al padre Jack Landry (Joel Grestch).
La protagonista principal, Erica Evans (Elizabeth Mitchell) representa la personificación del típico y recurrente recurso narrativo del agente de la autoridad: el simple hecho de portar placa, así como su lenguaje corporal, nos aporta seguridad y tranquilidad; es alguien que cuidará de nosotros. Resulta muy interesante contemplar cómo se desenvuelve sobre el filo de la navaja llegando a tener una relación de consuegras con su mayor enemigo.
También es de interés la historia del visitante Ryan Nichols, pero el estar dotado de sentimientos humanos, al menos en su desarrollo como personaje, lo convierte en un completo estúpido.
No voy a dedicarme a desgranar cada personaje ya que son muchos. Sería costoso y tedioso para una entrada en la que solo pretendo reseñar esta serie de televisión; por lo que seré breve, temiendo dedicarle demasiado tiempo a ciertos aspectos negativos de la experiencia vivida.
Aunque se ensalzaran en su momento, los efectos especiales por ordenador distan mucho de ser creíbles incluso en aquellas fechas. El CGI es pobre y la escena del trasbordador visitante atracando en su muelle, en la bahía de la nave nodriza de Nueva York, se repite una y otra, y otra, y otra, y otra vez, incluso en el mismo capítulo me atrevería a afirmar, lo cual es un abuso. Idéntica opinión guardo del ahorro en decorados, con un uso indiscriminado del Chroma.
Otro aspecto que hace restar enteros a esta serie es Tyler Evans, quien se presentará voluntario y muy feliz para que, literalmente, lo jodan. Sus escenas de adolescente bastante insufrible me han obligado a pulsar el botón de aceleración x2 en más de una ocasión y, creedme, el aliciente de admirar a la bella y, en cuantiosas ocasiones, ligera de ropa visitante Lisa no era suficiente como para no expresar fastidio con cada aparición del chaval.
Pero esto no es nada en comparación con algo que nunca perdonaré a los responsables de “V” 2009: primero, que la V en rojo (clara alusión a la V de los Orange en la Holanda ocupada) haya dejado de ser el símbolo de la Resistencia para que se la apropien los pro-visitantes; y, segundo, que el último capítulo de la temporada final no dé por resuelto nada más allá de lo de dejar a la Humanidad con un futuro negro no, lo siguiente: éste y ésta muertos, el otro encarcelado, el otro de más allá con el trasero al aire y, encima, ese tufillo mal vaporizado a “Deus ex Machina interruptus” que es aún peor que un “Deus ex Machina” en toda regla.
Se me cayó el alma a los pies cuando los títulos de crédito rodaron sobre un fondo negro al término del capítulo 2x10. Tijeretazo, carpetazo y punto y final.
La serie subió como la espuma con la segunda temporada, sobre todo con la intervención de Eli Cohen y el liderato de la Vª Columna por parte de Erica Evans, siendo espectacular el capítulo en el que la Resistencia parece quedar aniquilada durante una toma con rehenes y explosión incluida en medio de Nueva York. Ojalá le hubieran dado aire para una tercera temporada, así habría servido de algo el que Marc Singer fuera contratado y sacado de su retiro.
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