miércoles, febrero 04, 2015

Un origen muy cabrón

Aunque por un lado parezca que lo estoy corroborando con este post, no es mi intención el convertir las páginas de éste nuestro blog en las de un pequeño diccionario que diserte y desentrañe los secretos de los más diversos y curiosos vocablos comunes de nuestra malediciente y común retórica diaria de a pie de calle. 

No es más que una casualidad que hoy escriba unas palabras al término peyorativo “cabrón”, aún cuando todavía está fresca la lectura de la posible vinculación con el mundo militar y, en concreto, con la figura del general Antonio Ros de Olano de la expresión “me cago en ros”.

Pero he de confesar que me topé con este tema hace tan solo unos pocos días.

Tan solo ruego algo de paciencia, porque tengo a mi favor un motivo de peso para engarzar este tema con aquellos que aquí nos interesan: la vinculación de este insulto con el mundo de la mar.

Según la RAE, cabrón, en su primera acepción, tiene la siguiente definición: "Dicho de una persona, de un animal o de una cosa: Que hace malas pasadas o resulta molesto".

Este vocablo tan contundente como común en nuestras bocas no tiene relación con el macho cabrío, sino con un personaje bastante peculiar que se hizo notar allá por el s. XV y que respondía al nombre de Pedro Fernández*1 Cabrón, un pirata tan dado a la rapiña, el esclavismo y otros negocios y violencias de extrema malignidad que han permitido que, más de quinientos años después de su paso por este mundo, podamos seguir acordándonos de él de forma inconsciente.

Cabrón, de origen genovés aunque afincado en la población de Cádiz, fue perdonado por sus actividades de corsario en las costas del reino de Aragón en fecha de 24 de Agosto de 1478*2. La razón que impulsó al perdón por sus crímenes fue que este "simpático" individuo, tras una larga vida dedicada al pillaje, abrazó la causa de la Fe de la forma que era de esperar: matando moros a diestro y siniestro. Era lo más propio en la época y no nos vamos a rasgar las vestiduras. Durante la Edad Media, al igual que en etapas anteriores, el valor de la vida humana era insignificante y se dispensaba muerte que ríete tú del George R. R. Martin, quien no es más que un simple copión-tergiversador de la Historia medieval europea.

Así todo, Cabrón era un hombre ideal para formar parte en la enésima expedición para tomar y controlar el archipiélago canario, conocido desde la época de la Grecia clásica, pero que había perdido todo el interés tras la caída del Imperio romano, renovándose, no obstante, con la apertura de las nuevas rutas oceánicas.

Este expirata, “fichado” para la Corona de Aragón por Alonso de Quintanilla, perseguidor de bandidos y creador de la Santa Hermandad, sería uno de tantos comandantes bajo las órdenes del jerezano Pedro de Vera, otro amnistiado por Fernando el Católico. Por entonces, Cabrón pasó a ser a ojos de los historiadores como “almirante muy acreditado”.

Sin embargo, la participación de Cabrón en la conquista y pacificación de las siete islas Canarias no puede ser considerada como muy brillante, más bien al contrario debido a la sonora derrota que sufrió ante un ejército nativo el 24 de Agosto de 1479.

Hasta entonces los canarios no habían sabido sacar partido de la particular geografía isleña y de su conocimiento de la misma. Su primera táctica fue la de salir al encuentro de las caballerías invasoras, lo cual terminaba en una terrible carnicería. Después, aprendieron a replegarse, atrayendo a los aragoneses hasta zonas que facilitaban las emboscadas.

Llegado Cabrón a Tirajana, éste y sus soldados se vieron en una emboscada ante hombres que empleaban piedras, flechas y espadas de madera endurecidas al fuego. Y fue una piedra la que alcanzó al almirante, impactando en la boca, que quedaría torcida y desdentada hasta el fin de sus días.

La retirada fue vergonzosa, pero esto no fue obstáculo para que este personaje no recibiera otras misiones que se podrían calificar como de auténticas cabronadas. Así, los Reyes Católicos promulgaron la orden de expulsión de los judíos, inspirados por el ánimo de elevar a los territorios peninsulares a ser en igualdad de condiciones al resto de reinos europeos, donde imperaba la intolerancia religiosa y veían con malos ojos que África comenzase al sur de los Pirineos (luego les tocaría a los moriscos, como es sabido).

Alfonso de la Caballería*3, secretario real, tuvo a bien contratar a un tipo sin escrúpulos para comandar la expedición que llevara bien lejos a súbditos tan indeseables como los del credo judío, quienes ya se iban congregando en Cartagena, Málaga y El Puerto de Santa María, procedentes de Sevilla o Granada.

La elección no podía ser otra que Cabrón y su flota infecta de veinticinco navíos con los que daba miedo siquiera subir a bordo aún amarrados en puerto. Cuesta mucho creer que todos los forzosos pasajeros llegaran a destino. Se dice que muchos fueron arrojados por la borda durante la travesía y que, avistada tierras africanas, los supervivientes fueron abandonados en la conocida como playa de los Andalusíes, a merced de las bandas moras que poblaban el paraje.

Curiosamente, aquellos sefardíes fueron auxiliados por un corsario también genovés, de nombre Fregoso.

Sin duda alguna, la historia de Cabrón es digna del legado que ha dejado en forma de insulto.


1* O Hernández, según la fuente que se consulte.

2* Curiosamente, dicho documento está firmado antes de que Fernando el Católico ascendiera al trono.

3* Anteriormente conocido como Abraham Senneor.

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