El pasado día 18 del corriente mes, el Congreso de Túnez debatía y votaba una ley de lucha contra el yihadismo en un clima de calma tensa. Desde el Magreb y Libia llegaban a diario (y siguen llegando) constantes amenazas veladas o no contra el único pueblo que ha podido ver florecer un árbol sano de libertad tras la mal llamada “Primavera árabe”; una tierra en la que ese retoño no ha crecido enfermo ni retorcido por culpa de la guerra civil, el extremismo y la estupidez internacional.
Ese miércoles por la mañana, tres individuos (según las últimas declaraciones del presidente Beyi Caid Essebsi) se acercaron al edificio del congreso. Se escuchó un intercambio de disparos y las RRSS comenzaron a moverse gracias a las agencias de noticias (los particulares a este lado estábamos más preocupados en analizar el último exabrupto de la “princesa del pueblo”). Desde un principio, las informaciones que nos llegaban eran erróneas, afirmando que los hombres iban uniformados; pero lo único cierto es que los terroristas portaban armas que no eran de ordenanza en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad de Túnez (AKs rumanos en vez de fusiles Steyr) y que su intención era irrumpir en el hemiciclo y golpear de lleno el seno del nuevo sistema político; convertirlo en un colador para el miedo.
La propia torpeza de los asaltantes (que estaban muy verdes por lo visto en las imágenes de vigilancia) puso en alerta a los miembros de seguridad, que repelieron el ataque. Entonces, los terroristas pasaron al plan B "de Bardo". Conocían perfectamente el horario de sesiones del parlamento, pero también la de las rutas turísticas de los cruceros que acababan de amarrar en el puerto. Y esa es la razón para que veinticinco personas resultaran asesinadas, acribilladas tras varias ráfagas en automático, y dando inicio a una pesadilla que duraría unas horas entre los muros del museo del Bardo y que durará toda una vida para los supervivientes y los familiares de los fallecidos.
El viernes, dos días después, se celebró el 59º aniversario de la Independencia de Túnez, lo cual hace creer que el atentado, al que el DAESH le ha faltado tiempo para reivindicarlo, tenía marcado más de un objetivo, aunque tan solo un sentido de lectura: privar de libertad a un pueblo y aislarlo para convertirlo en un fértil campo en el que la inmundicia humana y la decrepitud del yihadismo crezcan exuberantes; donde solo predomine la oscuridad. Y, en parte, el DAESH lo ha conseguido con un solo puñetazo. ¿Serán los tunecinos capaces de devolver el golpe con un buen gancho? Y nosotros, ¿seremos capaces de reaccionar ante "las primeras gotas de una tormenta de lluvia"?
Tras angustiosas horas, los dos cruceros soltaron amarras y se alejaron de Túnez, rumbo Noroeste, llevando a bordo a todos los pasajeros que regresaron ilesos al muelle. Túnez ha sido tachada del mapa; apartada de las rutas turísticas por las compañías navieras de ocio y los operadores. Un aluvión de peticiones de cambio y anulación de reservas ha caído sobre las agencias de viaje que, febrilmente, cambian destinos o suspenden viajes. Nadie quiere poner un pie, por el momento, en las costas de la desaparecida Cartago; algo que es un grandísimo e imperdonable error por nuestra parte, una traición, ya que estamos colaborando pasivamente con el DAESH.
A este respecto, quiero mentar una serie de televisión británica, de excelente guión y crítica, titulada “The Honourable Woman”. En su primer capítulo, la protagonista da un discurso tras ser nombrada honorable y pronuncia una frase que me caló bien hondo: “El terror prospera en la pobreza; y muere con la riqueza”. Y esto lo subrayo pues el 15% del PIB anual de este bello país norafricano, en el punto de mira de los terroristas blasfemos, procede del sector turístico. Si Túnez cae, las consecuencias no serán solo económicas: serán políticas y sociales, por no decir que permitiremos que esos bastardos se acerquen aún más a Europa. “Pasito a pasito se hace el caminito” y se debilita la voluntad. Ya no están a miles de kilómetros, pero nos sigue pareciendo algo ajeno a nuestra vida cotidiana.
Si el turismo flaquea en Túnez, los lazos de unión con Europa se cortarán con machetes ensangrentados; la economía se resentirá y el terror medrará entre la pobreza. Que nadie se engañe: el terror yihadista es el paraíso de los nihilistas, de la gente “hueca” por dentro que siguen a un flautista mentiroso como ratas o niños que ansían convertirse en otros flautistas. Es un canto horrendo, pero atractivo para estas estúpidas personas, miles de ellas, a la dominación e intolerancia, a la involución, a la decadencia, a la inutilidad, al pensamiento único, a la iconoclastia; un ataque contra la propia humanidad y lo que es inherente a ella. El triunfo de la ineptitud. Y somos inconscientes (o conscientes) cómplices de ello en dos sentidos: primero, por cobijarnos bajo el raído manto de la falsa creencia de que los derechos de los que disfrutamos son privilegios inamovibles de cuna que, encima, serán defendidos, hasta la última gota de sangre, por otros que no seremos nosotros mismos. Y, segundo, porque permitimos que seamos simples víctimas del terrorismo y no plantamos cara porque es lo fácil, y eso es lo que buscan los yihadistas y cualquier terrorista. Es más fácil hacer lo que ellos quieren: bajar la cabeza, mirar hacia otro lado, quitarle importancia; avasallarse.
Y todo esto lo hacemos mientras se fragua una tormenta y en nuestras filas no para de aumentar el número de traidores, de nuestro mismo color y religión, de colaboracionistas que no dudarán en vendernos para salvar la vida. Es mera supervivencia a un alto precio. Ellos sobreviven; los demás son decapitados o gaseados. Ellos dispensarán el terror en su paraíso. Es triste, patético. En el fondo, todos nos sabemos de memoria la lección de Historia, pero la recitamos, ante absortos y estúpidos maestros, como loros que no entienden ni una sola palabra. Ya solo son, para nosotros, viejas películas, no una realidad.
Nuestros verdugos son los que ansían la supervivencia, la aniquilación de aquello que no sea “puro”, aunque no crean en ello, aunque ellos sean impuros por dentro; y no hace falta que sean simplones borregos fascinados y mediocres que hayan partido con la alegría propia del “¡Vente para Siria, Pepe!”. Entre nosotros pronto habrá colaboradores, pues ya somos cómplices.
¿Haremos algo? No lo sé. Apenas sé nada; tan solo que Túnez bien merece ser salvada.
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