Título original: “Rambo: First Blood Part II”. Año 1985. USA. Color. 96 minutos. Dirección a cargo de George P. Cosmatos. Guión a cargo de Sylvester Stallone y James Cameron. Intérpretes: Sylvester Stallone, Richard Crenna, Charles Napier.
Una vez metidos en harina hasta las cejas y contando con el beneplácito de los céfiros, no vamos a guardarnos nuestra opinión y valoración sobre la segunda película de la ya saga protagonizada por John Rambo; una entrega más apta para ojos fáciles de sorprender por medio de fuegos de artificio, explosivos y abundante sangre que la primera, con un guión cuya autoría comparte Sylvester Stallone con, ni más ni menos, que James Cameron, nombre que se nos pudo haber pasado inadvertido por aquel entonces por nuestra insensata manía de creer que los títulos de crédito no son más que fútiles añadidos a la cinta, algo reprochable a más no poder.
La cinta es para flipar con un Rambo que se carga enemigos dándole lo mismo hacerlo con un cuchillo, que con un AK-47, RPG o arrasando su campamento en plan Primera División del Séptimo de Caballería en “Apocalypse Now”; aunque, nadie lo discute, Rambo mola más en esta segunda parte aún dejando de lado su M-60, sirviéndose de un arco y unas flechas con punta explosiva con la que hace las delicias de más de un fan incondicional de las películas de acción ininterrumpida de los años ’80.
En esta segunda ocasión se abandona la lobreguez de la original, difuminándose también ese discurso descarnado. Es acción pura y dura y no hay un solo momento de descanso para el protagonista, quien regresa al uniforme de forma extraoficial y lo hace como “prescindible” (“expendable”, por si a alguien se le ha escapado el chiste con esa saga de abueletes armados en la que el propio Stallone lleva la voz cantante); un veterano que tan solo va a hacer un recado: fotografiar un campo de prisioneros vietnamita que todo el mundo asegura que está vacío, incluso su propio contacto nativo. Pero todos se equivocan, pues Rambo encuentra prisioneros de guerra estadounidenses. En entonces cuando las palabras “olvido” y “traición” aparecen en la cinta: el mensaje que se quiere transmitir por encima del ruido de las explosiones, los gritos de dolor, las lágrimas mudas y la inmundicia del campo selvático de batalla. “Rambo II” denuncia dos cosas bien claras que no admiten dobles lecturas ni perderse entre líneas confusas: la desidia de la burocracia militar y gubernamental estadounidenses a la hora de buscar y recuperar a sus ciudadanos capturados por el Viet-cong en una guerra que se negaron a ganar; y la falta de sentimiento de una nación hacia aquellos hombres que la aman con locura pero que tan solo a cambio el desprecio.
Dotada de un mayor “cariño” financiero, en el filme no se escatima el espectáculo sobresaliente, no digamos ya cuando Rambo toma los mandos de un cañonero Bell Huey o se enfrenta a sus captores tras conocer de primera mano las bondades del sistema eléctrico vietnamita, atado a un somier de hierro, y guiado por un sádico oficial soviético. Aunque la nota negativa de la película es la aura de indestructibilidad de Rambo, que no tiene ni un instante de flaqueza a pesar de que tan solo se le ve sentado en tres ocasiones a lo largo de todo un metraje que trata de capturar una historia de poco más de treinta y seis horas plagadas de barro y mierda de cerdo hasta el cuello, otras torturas y nuevas evasiones.
Por suerte, como digo, no se ha permitido dejar atrás (“no man left behind”) ese mensaje directo y dirigido a la línea de flotación de la sociedad norteamericana. Película que, sino brillante como “Acorralado”, aporta ingredientes básicos al género. Un filme que en ningún momento ha de ser minusvalorado.
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