miércoles, junio 24, 2015

El bulo del SS Cotopaxi


El SS Cotopaxi en sus días de felicidad
Las mentiras son capaces de hundir sus raíces tan hondo en la fértil tierra de la Historia que, una vez asentadas, son imposibles de arrancar. Lo malo es que tienen el poder suficiente como para ponzoñar todo lo que tocan e, incluso, atacan con ferocidad inaudita cualquier verdad que trate de germinar a escasa distancia de ellas.

La llegada de Internet, las mentiras, abonadas con el rico compost de nuestras lenguas e ignorancia supina, ha provocado que crezcan vigorosas como especie invasora y que cualquier ejemplar, por minúsculo que sea, dé pábulo suficiente a corrillos de ociosos y no tanto. Incluso ahora se han colocado a la palestra portales en los que se difunden noticias totalmente falsas sin ninguna vergüenza. Aunque lo vergonzoso es que haya tanto crédulo repartido por la superficie de nuestra canica azul que ayuden a su perpetuación.

Hace tan solo unas semanas comenzó a correr por este mundillo nuestro de Internet, en concreto por los callejones del Misterio, una noticia bastante novelesca, muy de Clive Cussler, y que tan solo se queda en eso, porque hay que ser muy ingenuo para darla por cierta; sobre todo porque el artículo original fue publicado en World News Daily Report, web de sobra conocida por sus bulos. Dicha noticia hace referencia a la reaparición de un buque mercante perdido en el área del Triángulo de las Bermudas el 1 de Diciembre 1925: el SS Cotopaxi*1. Dicho navío forma parte de nuestro imaginario colectivo porque es el protagonista de una de las escenas más brillantes y espectaculares de la mítica “Encuentros en la Tercera Fase”, en pleno desierto del Gobi (aunque del Cotopaxi tan solo tenía el nombre).

Pero esta reaparición en 2015, noventa años después de su pérdida, dista mucho de ser un gesto criptográfico de unos simpáticos Grises. La noticia hace mención a que el pasado 18 de Mayo de 2015, los Guardacostas cubanos se toparon en sus aguas territoriales con un navío a la deriva que no respondía a sus llamadas de advertencia. Dicho buque aparentaba estar abandonado por su estado de decrepitud y fue identificado al día siguiente como el Cotopaxi, en navegación errática hacia el Oeste de La Habana, entrando en un área militar restringida. Debido a la inexistencia de contactos con la nave, se trató de interceptarlo por medio de tres lanchas, siendo abordada por un trozo de abordaje, que la halló sin tripulación y que, ahí es nada, recuperó el diario del capitán.

A los dos días, como si tal cosa, el Cotopaxi se esfumó delante de los guardacostas cubanos por lo que parece un efecto de ceguera colectiva. 

Bulo ingenioso y novelesco y punto.

El Cotopaxi en "Encuentros en la Tercera Fase"
Lo único cierto es que la nave, propiedad de la Clinchfield Navigation Co, zarpó el 29 de Noviembre de 1925 del puerto de Charleston (Carolina del Sur) con destino a La Habana, con un cargamento de 2.340 toneladas de carbón, tripulado por treinta y dos hombres a las órdenes del capitán W. J. Meyer; y que el 1 de Diciembre lanzó al éter una llamada de auxilio informando de que hacia agua, siendo dado por hundido y perdido con toda su tripulación el 31 de Diciembre al no reportarse su presencia en ningún puerto ni habiéndose comunicado a las capitanías el auxilio a ningún buque de tales características.

El juego al que se ha prestado involuntariamente el humilde Cotopaxi es al de alimentar más la desaforada mítica del Triángulo de las Bermudas, ahora disfrazado a la fuerza de Holandés Errante; algo que no le hace ningún favor al mundo del Misterio. Pero, sabiendo que la noticia es falsa, ¿podríamos encontrarnos con algo semejante en el plano real?

Las noticias sobre barcos abandonados y dejados a la deriva no son nada fuera de lo corriente. Muchos se deben a situaciones de fuerza mayor, como la de aquel pesquero nipón que el tsunami que asoló Japón en 2011 dejó sin gobierno ni tripulación, tan solo con un pasaje compuesto por cientos de ratas, que se iba acercando inexorablemente, siguiendo las corrientes, a las costas estadounidenses. Pero, repetimos, ¿podría un buque como el Cotopaxi surcar los mares durante años y aparecer de repente? La respuesta breve es NO. La larga (con el lastre de nuestro propio desconocimiento científico), viene a continuación.

Cualquiera que se haya paseado por un puerto de mar conoce de las desagradables consecuencias de la oxidación acelerada que tal medio produce en los metales. Tomando como propias las palabras de mi padre, antes los automóviles comenzaban a sufrir dichos efectos a los dos años y nadie, absolutamente, nadie, quería comprar un coche de segunda mano que hubiera estado cerca del salitre porque no sería otra cosa que un queso Gruyére con ruedas. 

Respecto a los barcos en sí, son de sobra también su debilidad ante la oxidación. Sus cascos metálicos se van enrojeciendo, siendo los primeros síntomas el feo “orín”, cuya naturaleza no le parecía constar al periodista que escribió con sorna, y desde su total falta de letras y luces, que las recién entregadas fragatas F-100 se estaban oxidando y pudriendo. Nada se puede hacer contra la Naturaleza, salvo luchar. Pero del orín, que proviene del contacto de dos metales diferentes, pasamos a capas irregulares y grumosas que se van desprendiendo hasta crear agujeros por los que, si es el caso, permite la entrada de agua y condena al buque para siempre.

En un mundo en el que casi todos los elementos tienden a alcanzar cierta estabilidad, el óxido de hierro es el fruto del intento que realiza el propio hierro por estabilizarse al combinarse con el oxígeno ambiental. Dicho proceso se acelera si añadimos a la ecuación la sal disuelta en el agua de mar y la propia fricción del barco en movimiento, produciéndose un vertiginoso efecto electroquímico.

El agua salada actúa sobre los metales como un electrolito. Me explico: como un líquido en el que flotan diversas cargas eléctricas y que hace circular a los electrones libres. Siendo que los metales poseen una tendencia, según el tipo, a ganar o perder electrones (“potencial electroquímico”), el agua de mar se presta como la perfecta fiesta sin fin para los electrones.

La estabilización del hierro y otros metales en combinación con el oxígeno disuelto en el agua y en el aire, como ya adelantamos antes, supone la creación de una capa de óxido, la cual protege, en primera instancia, el interior mismo de las láminas o planchas del buque, deteniendo la acción electroquímica, pero dicha capa de óxido es tan quebradiza que terminará por caerse poniendo al descubierto más material que quiere estabilizarse, y de ahí a tener unos agujeros por los que entrarán nuestros puños solo hay un paso.

Volviendo a la pregunta, ¿el Cotopaxi, con noventa y tantos años a sus espaldas, sin ningún mantenimiento, podría seguir estando a flote y a la deriva? Creer que la respuesta es sí, es colgarse alegremente el cartel de ingenuo, ya que el navío, si hubiera sido abandonado por la razón que fuera y estuviera en condiciones de mantener la flotabilidad hace noventa años, tarde o temprano terminaría sucumbiendo a la propia acción de la oxidación y se habría hundido. ¿Acaso tenemos que remitir a alguien a la sección del Coleccionista de pecios?

Está muy bien tener la mente abierta y querer maravillarse, pero no hay que pasarse, señores, no hay que pasarse de la rosca y mucho menos enlazando noticias para estúpidos.




1*El SS Cotopaxi fue un carguero construido en los astilleros de Great Lakes Engineering Works, siendo botado en 1918.

Con  2.351 toneladas de desplazamiento, tenía unas dimensiones de 77 m. de eslora y 13 de manga, con una caldera capaz de imprimir una velocidad de 9,5 nudos.

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