Si en una conversación cualquiera, trivial o no, se cuela, invitado por su cuenta, el escritor francés Julio Verne, será como si nos hubieran lanzado una granada al centro de la mente que nos hará rememorar la infinidad de títulos que conforman sus “Viajes Extraordinarios”; pero, seguro que, por mayoría abrumadora, aquellos que se asomen a la punta de nuestras lenguas con más osadía sean “20.000 leguas de viaje submarino”, “De la Tierra a la Luna” o “La vuelta al mundo en ochenta días”.
Muchos nos hemos sentido atraídos por Verne, por su vasta obra y hasta por su vasto archivo, que destruyó a propósito; por un escritor que fue calificado visionario por sus coetáneos y por nosotros mismos al ver que sus “predicciones” se iban cumpliendo, aunque él lo negaba, divertido y no sin razón, pues replicaba diciendo que tan solo era alguien muy bien informado.
En el volumen intitulado “La vuelta al mundo en ochenta días”, aventura protagonizada por dos personajes inolvidables como son el estirado Phileas Fogg y su desventurado lacayo, Juan Picaporte, Verne no formula una visión tecnológica abrumadora, sino que da simple prueba literaria del avance constante y perfeccionamiento de las vías de comunicación en nuestro planeta durante el último tercio del s. XIX, en concreto, en 1873, fecha de su publicación; un momento en el que el ser humano seguía impulsando sus velas con el espíritu de la fascinación.
En el capítulo III de este pequeño y entretenido libro, los socios del Reform-Club andan un tanto alterados a causa del espectacular robo que ha sufrido el Banco de Londres y discuten entre sí sobre el destino que habría escogido el hábil ladrón para escapar con las varias miles de libras que ha echado a su saca de forma tan poco cristiana; momento en el cual Fogg (o Verne a través de su personaje) hace válida la marca temporal en la que se puede realizar semejante hazaña para el hombre moderno del s. XIX:
El honorable Gualterio Ralph no quería dudar del resultado de las investigaciones, creyendo que la prima ofrecida debía avivar extraordinariamente el celo y la inteligencia de los agentes. Pero su colega Andrés Stuart distaba mucho de abrigar igual confianza. La discusión continuó por consiguiente entre aquellos caballeros que se habían sentado en la mesa de whist, Stuart delante de Flanagan, Falientin delante de Phileas Fogg. Durante el juego, los jugadores no hablaban, pero, entre los robos, la conversación interrumpida adquiría más animación.
—Sostengo —dijo Andrés Stuart— que la probabilidad está en favor del ladrón, que no puede dejar de ser un hombre sagaz.
—¡Quita allá! —respondió Gualterio Ralph—. Sólo hay un país en donde pueda refugiarse.
—¡Tendría que verse!
—¿Y adónde queréis que vaya?
—No lo sé —respondió Andrés Stuart—, pero me parece que la Tierra es muy grande.
—Antes sí lo era... —dijo a media voz Phileas Fogg; añadiendo después y presentando las cartas a Tomás Flanagan. A vos os toca cortar.
La discusión se suspendió durante el robo. Pero no tardó en proseguirla Andrés Stuart, diciendo:
—¡Cómo que antes! ¿Acaso la Tierra ha disminuido?
—Sin duda que sí —respondió Gualterio Ralph-. Opino como míster Fogg. La Tierra ha disminuido, puesto que se recorre hoy diez veces más aprisa que hace cien años. Y esto es lo que, en el caso de que nos ocupamos, hará que las pesquisas sean más rápidas.
—Y que el ladrón se escape con más facilidad.
—Os toca jugar a vos —dijo Phileas Fogg.
Pero el incrédulo Stuart no estaba convencido, y dijo al concluirse la partida:
—Hay que reconocer que habéis encontrado un chistoso modo de decir que la Tierra se ha empequeñecido. De modo que ahora se le da vuelta en tres meses...
—En ochenta días tan sólo —dijo Phileas Fogg.
—En efecto, señores —añadió John Sullivan—, ochenta días, desde que la sección entre Rothal y Altahabad ha sido abierta en el Great Indican Peninsular Railway, y he aquí el cálculo establecido por el "Morning Chronicle".
De Londres a Suez por el Monte Cenis y Brindisi, ferrocarril y vapores 7
De Suez a Bombay, vapores 18
De Bombay a Calcuta, ferrocarril 8
De Calcuta a Hong-Kong (China), vapores 13
De Hong-Kong a Yokohama (Japón), vapor 6
De Yokohama a San Francisco, vapor 22
De San Francisco a Nueva York, ferrocarril 7
De Nueva York a Londres, vapor y ferrocarril 9
TOTAL 80.
—¡Sí, ochenta días! —exclamó Andrés Stuart, quien por inadvertencia cortó una carta mayor—. Pero eso sin tener en cuenta el mal tiempo, los vientos contrarios, los naufragios, los descarrilamientos, etc.
—Contando con todo —respondió Phileas Fogg siguiendo su juego, porque ya no respetaba la discusión el whist.
Es incuestionable que el propio Verne se sirve, para asentar los cimientos argumentales y épicos de la novela, de documentación real y publicada en diarios de su tiempo, testigos de las novedades que las ciencias aplicadas y la ingeniería permitían.
Ya a finales del año 1867, apenas cinco años antes de que “La vuelta al mundo en ochenta días” saliera de las imprentas, los diarios se hacían eco de los esfuerzos titánicos para acortar los días de viaje que separaban localidades tan distantes como Liverpool y Hong Kong, pero justo en dirección contraria a la que tomarían Fogg y Picaporte. El Nautical Magazine publicó en su día la siguiente y muy ilustrativa tabla de escalas, distancias y duración:
- De Liverpool a Nueva York: 2.350 millas a cubrir en 10 días.
- De Nueva York a Aspinwall (Colón, Panamá): 1.980 millas a cubrir en 7 días.
- Paso del Istmo: 48 millas a cubrir en 1 día.
- De Panamá a San Francisco: 3.182 millas a cubrir en 11 días.
- De San Francisco a Yokohama: 4.761 millas a cubrir en 17 días.
- De Yokohama a Hong Kong: 1.379 millas a cubrir en 6 días.
Lo que arroja un total de 13.700 millas a cubrir en 53 días.
Pero esto no queda aquí, por supuesto que no, ya que se aseguraba que cuando se terminase la línea de ferrocarril del Pacífico, que atravesaría los territorios del Medio Oeste americano, habría que restar entre diez y doce días a la tabla anteriormente reseñada; por ejemplo, se podría partir de Liverpool un día 1 de Abril y poner el pie en Hong Kong el 11 de Mayo del mismo año.
¡Qué años tan fabulosos debieron ser aquellos para la ciencia y la ingeniería!
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