Dichosos aquellos cuyos estómagos brincan ante la visión de un reloj que se apresta en marcar la hora señalada; que rozan con mimo acarician el metal de las chimeneas para sentir el calor en fuga desde las calderas; y que cierran los puños, hasta que los nudillos se les tornan blancos, estrangulando la barandilla del puente de mando, vibrante ante las sacudidas del corazón monstruoso que está dispuesto a mover las pesadas hélices e impulsar a nuestro buque para que deje atrás, por fin, susucio y hastiado confinamiento en el muelle.
Las amarras crujen nerviosas, conocedoras de que dejaran de tener cometido útil por lago tiempo y que volverán a la oscuridad tras un efímero romance con el agua de mar. Los pañoles se hallan bien surtidos de todo género y material para enfrentarnos a un nuevo crucero que nos lleve bien lejos: a recorrer un mundo que solo tendrá fin cuando completemos el círculo, cuando llegue otro Agosto de necesario descanso y carenado.
La estrecha apertura del puerto nos llama como si fuésemos criaturas a punto de volver a nacer. Al otro lado juegan los delfines con las olas. Huele a libertad.
Es hora para todos vosotros de recorrer con presteza la pasarela, subir a bordo y unirse al rol de El Navegante del Mar de Papel a escasas semanas de que se cumplan los primeros nueve años desde su botadura.
¡Zarpamos!
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