España es un país que atesora una generosa colección de mitos y leyendas acerca de seres freéticos y acuáticos que habitan en ríos y en la ribera de la costa. Buenos, malos, indiferentes, heraldos de tempestades y desgracias, divertidos o huraños… Los hay para pasar unos buenos ratos durante más de una tarde de lluvia. Sin embargo, de entre todos estos seres que perviven entre el aliento de la cultura oral y de las páginas de tiempos olvidados, hay uno muy de carne y hueso, un caso tan excepcional que se ha ganado con justicia los laureles de acabar reflejado en cientos de estudios y hasta de ser mentado por el propio Iker Jiménez, pues pertenece a esa particular fauna del mundo del Misterio: Francisco de la Vega Casar, el hombre-pez de Liérganes.
Un hecho “insólito”, acontecido durante los últimos meses del año 1838 en Requejada (Cantabria), permitió que varias publicaciones periódicas recuperaran al famoso Francisco de la Vega un tanto de pasada.
La columna que a continuación trascibimos y que podemos leer en “Guardia Nacional” y “Semanario Pintoresco Español” en sus números de 6 de Diciembre de 1838 y 27 de Enero de 1839 respectivamente, dice:
«EL PEZ-HOMBRE
»Nuestro corresponsal de Torrelavega (provincia de Santander) persona de toda confianza nos escribe con fecha 8 lo siguiente:
»Como a las cinco de la tarde de ayer el capitán de un quechemarín que había llegado a la Requexada, se puso a comer encima de cubierta, y a poco rato siente un ruido a corta distancia del barco, y se encuentra con la figura de un hombre que al pronto creyó fuese un muchacho que se estaba bañando; tendió la vista sobre la costa de la ría, y como viese que no había ropas, vuelve al extraño objeto y se encuentra con que el color era demasiado moreno y que al supuesto muchacho le faltaban los brazos. Sorprendido con esta rareza, y asustado, llamó a los dependientes del barco, quienes se hallaban debajo de cubierta, y al subir, inmediatamente que se presentaron sobre aquella, el animal que parecía un muchacho se zambulló en el agua, descubriendo un pedazo de cola, y ocasionando una fuerte marejada que conmovió el barco. El capitán sobresaltado, y sin hacer más caso de comer, saltó a tierra y a poco rato vuelve a descubrirse el Pez-Hombre como a diez ó doce varas del barco, más a poco volvió a zambullirse, sin que se haya vuelto a ver. Esto dice el capitán, y añade que observó tenía el pez los ojos blancos, y que había descubierto como tres cuartas que figuraban la cabeza y pecho. Dicho capitán se sobresaltó demasiado, por lo que no se ha podido recoger más pormenores del raro animal que se cree haya venido a este punto a consecuencia de haberse encrespado o alborotado el mar días antes».
A los pocos días, la criatura volvió a ser vista en las aguas de la Requejada por más personas que el sorprendido capitán del quechemarín, ya siendo familiar en las bocas del lugar como Pez-hombre. A buen seguro, el raciocinio de los allí presentes se encontraba un tanto nublado, pues para nosotros el avistamiento dista mucho de acercarse a un ser freético y es más propio de haberse topado con un ejemplar más mundano. El fondo de la botella en uno y la sugestión colectiva en los otros, quizá.
Pero esta curiosidad fue razón más que suficiente para que el “Semanario Pintoresco Español” le dedicara unas palabras a Francisco de la Vega, sobre todo cuando “parece” que nos encontramos con una historia, cuando menos, insólita, al ser el “sujeto acuático” desahuciado de su elemento y hasta identificado con nombres y apellidos:
«EL NADADOR DE LIÉRGANES
»En el pueblo de Liérganes (Montañas de Santander) nació este nadador extraordinario llamado Francisco de la Vega Casar, cuya peregrina historia, a no estar autorizada con muchos testimonios fidedignos, sería preciso desterrar al país de las fábulas. He aquí el extracto de las relaciones que hacen de este fenómeno dos testigos oculares, veraces e ilustrados.
»Desde sus tiernos años manifestó este hombre mucha inclinación a pescar, a estar en el río, y una grande habilidad para nadar. A los quince de su edad pasó con el objeto de aprender el oficio de carpintero a la villa de Bilbao, en donde permaneció dos años hasta la víspera de San Juan de 1764, en cuyo día se fue con otros compañeros a bañarse a la ría. Dejó su ropa con la de los demás, y nadando en dirección al mar desapareció de su vista; le esperaron pensando que volvería; pero la tardanza les hizo creer se había ahogado, y en tal concepto se participó este suceso a su madre, que le lloró por muerto.
»Cinco años después notaron unos pescadores de Cádiz, que se hallaban en alta mar, una figura al parecer humana, que se mostraba fuera del agua, y se sumergía al acercarse a ella. Deseosos de averiguar qué cosa fuese, salieron otro día, y procuraron atraerle con pedazos de pan que le arrojaban a alguna distancia, observaron que los cogía con la mano y los comía. Empeñados con esto en el deseo de pescarle, creyeron conseguirlo juntando muchas redes y usando del mismo cebo, y al fin lo lograron. Llevaronle al convento de San Francisco de aquella ciudad, en donde le hicieron muchas preguntas en diversos idiomas, pero ni respondió a ninguna, ni se le oyó pronunciar una palabra. De esta taciturnidad pasaron a colegir estaba poseído de algún espíritu maligno, en cuyo concepto le conjuraron algunos religiosos. Por fin, después de algunos días pronunció la palabra Liérganes.
»Con este indicio se pidieron noticias a este pueblo, y recibidas se determinó un fraile franciscano a apurar por sí la verdad de un acontecimiento tan extraordinario. Salió con el mozo, y llegando al monte llamado de la Dehesa, que dista de Liérganes un cuarto de legua, le hizo seña de que siguiese adelante y guiase. Ejecutólo de suerte, que sin extraviarse un paso entró en casa de su madre. Esta y los hermanos del nadador le conocieron al punto, haciendo con él las naturales demostraciones de cariño; pero él se mantuvo inmóvil sin corresponder a ella en manera alguna.
»Nueve años permaneció en compañía de su madre, siempre con un trastorno intelectual que se acercaba al idiotismo, siendo así que antes de su desaparición manifestaba una regular capacidad. Andaba siempre descalzo. Si le daban vestido se le ponía, si no tan indiferentes le era andar desnudo como descalzo. Tabaco, pan, vino eran las únicas palabras que pronunciaba, pero sin propósito. Si se le pregunta si lo quería, no contestaba. No solicitaba la comida, pero si se la ponían delante o si veía comer y se lo permitían, comía y bebía mucho de una vez, y después no volvía a hacerlo en tres o cuatro días. Si se le mandaba llevar algún papel de un pueblo a otro de los que conocía antes de irse, lo ejecutaba con gran puntualidad, y siempre silenciosamente. En una ocasión le enviaron a Santander con un papel para un caballero de este pueblo, y no hallando el barco de Pedraña se arrojó al mar, y pasó a nado una legua que hay de travesía desde este embarcadero a Santander. Mojado como salió entregó el papel. El sujeto a quien iba dirigido le hizo secar para poder leerle, y aunque le preguntó cómo estaba de aquella suerte, no respondió nada. Por el mismo rumbo volvió puntualmente la contestación.
»Iba a la iglesia si veía ir a otros, o si se lo mandaban; pero en el tempo de nada hacía caso, ni se le notaban atención alguna a la misa y demás funciones eclesiásticas.
»Al cabo de los nueve años desapareció, sin que después se supiese cual fue su paradero.
»No entraremos en largos comentarios acerca de esta historia.
»Las dificultades que naturalmente sugiere su lectura, relativas al modo con que este hombre puedo acostumbrarse a un género de vida tan extraordinario, rompiendo la cadena de sus hábitos, y al de ejecutarse las funciones del sueño, etc., hacen sensible que su estado cercano al idiotismo haya privado de los datos necesarios para resolverlas, deduciendo consecuencias tan curiosas como interesantes. Haremos solo una observación. Este hombres conservaba fielmente la memoria de los lugares, cosa tanto más notable, cuando esta reliquia de la inteligencia aparece casi aislada. Unida esta circunstancia a las consideraciones que ofrece su larga vida marina, ¿no haría presumir que acaso este hombre no hizo más que obedecer al gran predominio del órgano de las localidades? Cuando este órgano tiene un desarrollo excesivo produce la afición que tienen algunos a la vida errante, y la pasión a los viajes. Los hombres que están dotados en grado eminente de esta facultad, por viajar todo lo sacrifican, fortuna, riesgos, cariño, nada les detiene, nada puede reprimir su inclinación irresistible. Por lo que hace al caso presente, nuestra presunción no pada de mera conjetura; pero a ser fundada, ¿no podrían los frenólogos reclamar este hecho como uno de los muchos que apoyan su luminosa doctrina?»
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