Nuestro lenguaje evoluciona y se amolda perfectamente alas necesidades sociales de cada momento, enriqueciéndose o empobreciéndose; pero en muy raras ocasiones nos tomamos el tiempo necesario en preocuparnos por saber el origen de las palabras y expresiones que brotan a bulto por nuestras bocas. Como mucho, nos llama la atención algún libro que hace el esfuerzo de recopilar y explicar este génesis lingüístico, que llega a ser noticia de telediario y hasta puede que su autor firme una liquidación de derechos de autor por la que le compense el esfuerzo; pero, como insensatos que somos, preferimos vivir entre tinieblas.
Asombra el darse cuenta de la cantidad de términos del campo tecnológico que derivan de obras de ciencia-ficción: robot (aunque signifique esclavo en checo) o ciberespacio, entre otros muchos que han sido felizmente adoptados en gran número de diccionarios, no por necesidad oficiales.
Sin embargo, el más reconocido y reconocible es astronauta, que está siendo pronunciado, en este mismo momento, desde por un niño que mira embelesado al cielo, sintiéndose una mota de polvo ante la inmensidad de lo que rodea, hasta por un adulto cualquiera que se va agostando sin sueños que querer cumplir; neologismo que deriva de la unión de las palabras griegas ἄστρονy ναύτης, viniendo a significar literalmente navegante de las estrellas, y que, de inmediato, se hizo familiar en un mundo en pleno progreso aeronáutico: el de la década de 1920. Prueba de ello es que la Sociedad Astronómica de Francia, en reunión de 1928 —con motivo de la celebración del primer centenario del nacimiento de Julio Verne y para la proposición de un proyecto, financiado con un premio anual de 5.000 francos, para el desarrollo de la navegación interplanetaria o intersideral—, designa a sus miembros como astronautas.
El creador del neologismo astronauta fue el reconocido escritor belga de ciencia-ficción y fantasía J. H. Rosny Aîné (pseudónimo de Josep-Henri Boex (1856-1940)), quien publicó en 1925 la obra Les Navigateurs de l’Infini (Los navegantes del infinito), en la cual se denomina a sus protagonistas, la tripulación de la nave espacial Stellarium con rumbo al planeta Marte, como astronautas. La secuela de esta corta obra, publicada en 1960, veinte años después del fallecimiento de Rosny Aîné, es más contundente a la hora de identificar a los viajeros espaciales, al ser intitulada como Les astronautes (Los astronautas).
En los anales de la Literatura, Rosny Aîné es considerado como el segundo autor de lengua francesa más importante dedicado al género de ciencia-ficción, solo precedido por Julio Verne. Además de posicionarlo al nivel de H. G. Wells, ya que sus obras ahondan en el contacto entre humanos y alienígenas (aunque no necesariamente en un argumento tan negativo como el de La guerra de los mundos).
No vamos a analizar en profundidad la obra literaria de Rosny Aîné, pero sí advertiros de que muchas obras, escritas entre 1886 y 1909, lo fueron “al limón” entre él y su hermano, Séraphin Justin François Boex, el Joven, destacando su primer título, Les Xipehuz (1887), en el que se mezclan humanos antediluvianos con alienígenas inorgánicos, considerándose éste como el primer relato del género en el que se describen seres inteligentes que no sean antropomórficos.
Aún en aquellos tambaleantes inicios del género de ciencia-ficción, Rosny Aîné muestra un gran interés por el contacto con otras especies y sobre un futuro nada prometedor para el género humano en nuestro planeta, llegando a tocar “palos” como la manipulación genética o la aniquilación total. Sin embargo, J. H. Rosny Aîné será más familiar al oído gracias a un drama prehistórico titulado La Guerre du Feu (En busca del fuego), de lectura obligatoria en el sistema educativo francés y popularizada gracias a la adaptación cinematográfica de 1981 a cargo del director Jean-Jacques Annaud.
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