Probablemente, la planchuela imantada sea el mecanismo complejo de orientación más antiguo conocido por la Humanidad. De procedencia china, dónde se la denomina Tchin-nan, hay quien le atribuye una antigüedad aproximada de 5.000 años, siendo, al parecer, referenciada en las crónicas de Hoang-ti, el mítico Emperador Amarillo, cuyo reinado se mueve entre la bruma de los siglos XXVII y XXVI a. de C. Sin embargo, un aparato que permitiera la navegación marítima dotado de aguja imantada no parece haberse descrito hasta el s. IX a. de C.
Gracias a la ruta de la Seda la aguja imantada llegó a Occidente, constando su uso hacia el s. XIII gracias a una referencia en las Partidas del rey Alfonso X el Sabio; en concreto en la Ley 28:
«Pusieron los sabios antiguos semejanza de la mar a la corte del rey, pues bien así como la mar es grande y larga, y cerca toda la tierra, y caben en ella pescados de muchas naturalezas, otrosí la corte debe ser el espacio para caber y sufrir y dar recaudo a todas las cosas que a ella vinieren de cualquier naturaleza que sean; pues allí se han de librar los grandes pleitos y tomarse los grandes consejos y darse los grandes dones; y por eso allí son necesarios largueza y grandeza y espacio para saber los enojos y las quejas y los desentimientos de los hombres que a ella vinieren, que son de muchas maneras, y cada uno quiere que pasen las cosas según su voluntad y su entendimiento. Por lo que por todas estas razones es necesario que la corte sea larga como la mar; y aun sin estas hay otras en que le semeja, pues bien así como los que andan por la mar en el buen tiempo van derechamente y seguros con lo que llevan y arriban al puerto que quieren, otrosí la corte, cuando en ella son librados los pleitos con derecho van los hombres en salvo y alegremente a sus lugares con lo suyo, y de allí en adelante no se lo puede ninguno contrastar, ni han de haber por ello alzada a otra parte. Y bien así como los marineros se guían en la noche oscura por la aguja, que les es medianera entre la estrella y la piedra, y les muestra por donde vayan, tanto en los malos tiempos como en los buenos, otrosí los que han de ayudar y aconsejar al rey se deben siempre guiar por la justicia, que es medianera entre Dios y el mundo en todo tiempo, para dar alardón a los buenos y pena a los malos, a cada uno según su merecimiento».
Por su parte, el filósofo mallorquín Raimundo Llul dejó escrito hacia 1272 que «la aguja tocada al imán, señalaba al septentrión, y que así como la aguja náutica dirige a los marineros en su navegación, del mismo modo la discreción dirige al hombre en la adquisición de la sabiduría».
Para el s. XIV se conoce (aunque se detalla en 1269 por el erudito galo Peter Peregrinus) una variante de la brújula más elaborada, colocada en una pequeña caja de madera llamada boxola y rematada con un cristal esférico donde se indicaban los rumbos, debiendo coincidir el punto N con la proa de la embarcación: ésta es la llamada la brújula seca. Este método, no huelga comentar, provocaba grandes confusiones a los timoneles y errores en la navegación; siendo que la solución definitiva la daría el marino italiano Flavio Gioia en 1302 ideando la conocida rosa de los vientos sobre la planchuela imantada, por lo que se le atribuiría, erróneamente, la autoría de la invención de la brújula.
Incluso Dante, con su Divina Comedia (1380) no se resiste a mentar la brújula: «[...] Cuando
la danza y otro gran festejo del cántico y del mutuo centelleo, luz con luz jubilosa
y reposada, a un mismo tiempo y voluntad cesaron, como los ojos se abren y se
cierran juntamente al placer que les conmueve; del corazón de una de aquellas
luces se alzó una voz, que como aguja al polo me hizo volverme al sitio en que
se hallaba [...]».
Se da por hecho que para el s. XV ya contábamos con la brújula líquida que, junto a la rosa de los vientos de Gioia y unas cuantas innovaciones más, es la brújula que utilizamos en la actualidad.
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