No resulta agradable dar comienzo a los trabajos en nuestro Navegante del Mar de Papel y toparse la misma mañana con la noticia del fallecimiento de David Bowie; un adiós prematuro a nuestra última referencia musical de peso. Un fin inesperado, como todos cuando la parca Morta deambula sin descanso en connivencia con la silente víctima.
¿Qué le podría decir yo desde aquí a David Bowie? No soy nadie, pero... tantas cosas desde un corazón que hacía relativamente nada que lo conocía; que se había zambullido con ansia en su obra, en todas y cada una de sus palabras, con la ternura e ilusión propias del neófito musical que se emociona escuchando Space Oddity o que flipa con Hunky Dory y busca todos sus discos por donde sea, con la sana intención de coleccionarlos todos sin arruinarse.
Cada día somos testigos de un desastre inminente, de cómo se tambalea más esta torre de Babel cultural, antaño firme, pero cuyos pilares se van sumergiendo en el cieno; y mi odio sedicioso hacia el cáncer crece aún más si cabe, aunque ese odio vaya con la misma fuerza que la velocidad de la luz: imposible de aumentar porque va a la mayor potencia del Universo.
Me parece hasta una sonrisa postrera de David que su último single fuera Lazarus.
Querido amigo, son muchas las cosas que podría decir, pero pocas las palabras que puedo ordenar en mi cabeza ahora mismo. Nos veremos algún día flotando sobre nuestras tin cans, más allá de la órbita de la Tierra, entre las brillantes y extrañas estrellas, como espero hacerlo con mi madre.
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