miércoles, enero 13, 2016

Unas palabras sobre el crucero acorazado Cristóbal Colón

El Cristóbal Colón el día de su botadura en Génova

Tan solo dos palabras unidas de forma irrevocable y que significan tanto: Armada española. Algo tan nimio a priori puede encerrar miles y miles de historias, muchas de ellas con nombre propio. Victorias y gloria, pero también derrotas e impotencia. La del crucero acorazado Cristóbal Colón es una de las encuadrables entre estas últimas*1.

El Cristóbal Colón fue aquel último navío de la escuadra del almirante Pascual Cervera en sucumbir en Santiago de Cuba durante la larga jornada del lejano 3 de julio de 1898, el mismo que los artilleros yanquis dejaron para el final a propósito, pues era un buque muy ambicionado para su posterior recuperación y alta en la US Navy (del mismo modo que debieron hacer con los otros tres grandes cruceros españoles derrotados aquella mañana: Infanta María Teresa (con este casi lo consiguieron, aunque se hundió en Bahamas durante el viaje hasta EEUU tras su recuperación), Vizcaya y Almirante Oquendo); un grácil navío que fue enviado de forma irremediable al matadero sin montar su artillería principal, lo cual lo convirtió en un lobo desdentado*2.

Aquel día de verano de 1898, haciendo honor a la sentencia que se atribuye al brigadier d. Casto Méndez Núñez, «Más vale honra sin barcos que barcos sin honra», e, incluso, a las propias palabras del ya fallecido Cánovas del Castillo de que los navíos de la Armada se construyen para combatir, salió a por todas.

Al contrario de lo que muchos “expertos” y derrotistas se empeñan en dar por cierto, coreados de sus esputos largados desde lo alto de sus púlpitos levantados sobre siglos de acumulación de detritus provocado por un complejo de inferioridad y de Leyenda Negra, nuestros buques estaban en la mar y no precisamente para ser meras comparsas risibles. Cierto era que nuestra Marina de guerra no era comparable a la inglesa, dueña y señora de los mares, o a la novísima que enarbolaba el pabellón de la Unión (¿qué culpa teníamos que aquellos cañones fueran capaces de mantener un fuego más nutrido que el nuestro?); pero era una Marina a tener en cuenta y con un cariz preventivo, que seguía los postulados técnicos de la guerra naval del momento y que podía dejar más de un ojo a la virulé; uno no se podía enfrentar a ella subestimándola y esa era su mayor virtud como arma de defensa del reino.

El Colón momentos previos a embarrancar en playa Mula, en la desembocadura del río Turquino.

Nuestro Cristóbal Colón seguía la línea tradicional italiana, cuyo máximo exponente fue el magnífico Andrea Doria; y pertenecia a la clase Giuseppe Garibaldi, muy popular a lo largo del globo, pudiéndose admirar buques gemelos no solo en la Armada italiana sino en las Marinas argentina (quien tuvo cuatro unidades bajo su bandera, aunque pudieron llegar a ser seis) y japonesa (los Kasuga y Nisshin)*2.

Resultó que el Cristóbal Colón fue el cuarto  crucero de combate de la Escuadra del almirante Cervera que dejó en ridículo a la US Navy al romper el férreo bloque a Santiago de Cuba e internarse y resguardarse en su bahía. Las intenciones de Washington eran las de capturar casi indemnes a los cuatro buques y adscribirlos a su Lista, pero el sonrojo internacional que la audacia de Cervera provocó en las mejillas del secretario de Marina y del presidente MacKinley, obligó a dar una severa respuesta bélica a los españoles; eso sí, salvando en lo posible a los buques para su posterior recuperación (que resultó del todo estéril).

Cuando el 3 de julio de 1898 la escuadra española salió al encuentro de la Marina estadounidense, poniéndose a tiro de pato de feria, los dos pequeños destructores Furor y Plutón fueron atomizados a base de granadas y proyectiles; sin embargo, los cuatro grandes navíos siguieron camino tanto como pudieron, siendo que todos los impactos que recibieron se destinaron exclusivamente a silenciar sus cañones y a barrer sus cubiertas.

Quizá por su falta de artillería principal y potencia, el Cristóbal Colón consiguió poner más millas que sus hermanos, pero acabó siendo cazado. Sin posibilidad de escapatoria, los españoles no iban a vencer al Colón tan fácilmente y recurrieron a una táctica tan legítima como extendida en la guerra naval: hundir el propio navío.

Es posible que en el puente del Colón se percataran de las intenciones del enemigo. Tal decisión de los oficiales del Colón soliviantó a los norteamericanos, pues estos últimos consideraban que la acción de abrir las válvulas fue posterior a la rendición del buque y era deshonesta. La tensión en cubierta fue insoportable, tanto que éste no fue el único rifirrafe entre vencedores y vencidos. Sin duda alguna, el haber perdido así un buque casi intacto era la puntilla final a un desencuentro que Cervera había provocado al reírse de ellos empleando todas sus buenas artes como marino y guerrero días atrás.

Casi de inmediato, apagados los fuegos, comenzaron las tareas de recuperación de los cuatro grandes navíos, pero el interés menguó a las pocas semanas pues se consideraba un esfuerzo fútil. Muestra de ello es que los pecios del Colón, Vizcaya y Almirante Oquendo siguen allí, retorcidos por la acción de la oxidación y acariciados por las olas; tumbas silenciosas de marinos españoles y hogar de los coloridos habitantes del mar Caribe.

En el pecio del Colón.

Me gustaría cerrar este ridículo, por pequeño, artículo dedicado al crucero acorazado Cristóbal Colón con las palabras que capitán de navío D. Emilio Díaz Moreu dirigió las siguientes palabras a sus hombres, a la nación y al mundo, en Génova, el 16 de Mayo de 1897, cuando el navío fue entregado a España:
Por primera vez ondea en el asta de popa la bandera nacional; cada uno de los hilos de su tejido representada para todos nosotros el pueblo en que vimos la luz; cada uno de ellos grave en nuestra memoria el recuerdo de la casa en que nacimos, del hogar donde nuestros padres, nuestros hijos, nuestros parientes, sienten el vacío de los que, lejos de la Patria, a bordo del acorazada para cuyo mando he tenido la honra de ser nombrado por SM, están llamados a sostener siempre el honor de la Patria, sea en las épocas de paz, sea en las de la guerra.
Se ampara con esa bandera el nombre de un genovés inmortal que, alejado de su patria, encontró en la nuestra un pueblo valeroso, cuya legendaria generosidad no vaciló en facilitarle vida y hacienda para acometer la más grande de las empresas, realizando con tres naves el descubrimiento de la América, donde nuestros antepasados llevaron la civilización, nuestras costumbres, nuestro idioma, nuestro espíritu, nuestra sangre.
Ese mismo escudo se reflejaba en la estela de la nave y alentó a aquellos sus tripulantes que, al mando del insigne guipuzcoano Juan Sebastián Elcano, daban por primera vez lal vuelta al mundo; con esa misma enseña y en este mismo mar Mediterráneo nuestros buques ganaban, con pérdida de sangre generosa, la victoria de Lepanto; ésa fue la misma con que combatimos, con honra nunca desmentida, en el cabo de San Vicente, en Trafalgar, en Cartagena de Indias; esa misma bandera ondeaba en la popa de los bajeles con los que nuestros padres conquistaron a Ceuta y la Goleta; con ella combatimos en África, acallando los fuegos de las baterías de Arcila y de Larache, hasta llevarla a ondear victoriosa sobre las murallas de Tetuán conquistada; con ella, emulando antiguas glorias y reverdeciendo laureles, daba también la vuelta al mundo el primer buque acorazado, la Numancia, después de capitanear la escuadra que ganaba la victoria ante las baterías del Callao al mando del almirante Méndez Núñez; a ella dirigieron su última mirada los desgraciados tripulantes del crucero Reina Regente, muertos en cumplimiento de su deber, como tantos otros, en lucha con los elementos; siguiéndola siempre, desplegada en nuestros buques, la defiende hoy, con nuestro histórico valor, con el mismo menosprecio de la vida que caracteriza a nuestra raza, con el heroico sufrimiento de siempre para soportar las penalidades de todo género, 250.000 hermanos nuestros y compañeros de armas en tierra y en el mar en la isla de Cuba, y otros 50.000 en las islas Filipinas, donde, a costa de nuestra sangre, se mantendrá siempre enhiesta y victoriosa; con ella igualmente empieza hoy para vosotros el deber de mantenerla y el firme propósito de que jamás se arríe en el combate sino cuando ni uno solo siquiera de nosotros quede con vida para defenderla, seguros de que nada hay tan hermoso como caer envuelto entre sus pliegues, enrojeciendo aún más con la propia sangre sus colores.
Señores jefes, oficiales, clases y marineros del Cristóbal Colón, saludémosla por la primera vez con los mismos vivas pronunciados por nuestros antepasados en la larga y brillante historia de nuestra Marina, con los que resuenan hoy en los campos y en las aguas de Cuba y Filipinas, con los que reanimaremos nuestro espíritu cuando empeñemos combate en su defensa:
¡VIVA ESPAÑA!
¡VIVA EL REY!
¡VIVA LA REINA REGENTE!


*1. A pesar de que habría llegado a ser un navío sobresaliente y que nuestra Armada, por deseos casi impúdicos del general Beranger, pudo haber adquirido un gemelo a la casa italiana Ansaldo, resulta curioso que las simpatías de varios periódicos no estaban con el Cristóbal Colón por la simple cuestión de que se lo consideraba pequeño y, una vez más, se prefería la tecnología extranjera a la patria.

*2. Las dos piezas de 254 mm. que iba a montar fueron rechazadas por defectuosas. Resulta inquietante que ambas piezas, tras ser rehusadas por la Marina italiana fueron tratadas de ser coladas a España. Sin embargo, el bloqueo que siguió a la declaración de guerra de los EEUU privó de armamento principal al Colón, aunque Cervera hubiera preferido haber mandado a este navío con cañones defectuosos que con ninguno.

*3. El Cristóbal Colón debía de haber tenido las siguientes características técnicas:

100 metros de eslora, 18,71 de manda y 6.840 toneladas de desplazamiento.

El casco era de acero, de doble fondo en una extensión de 45,96 metros, estando dividió en 45 compartimentos estancos.

Las divisiones longitudinales y transversales del casco formaban un total de 148 compartimentos.

Un puesto acorazada de protección defendería las partes vitales del buque, como eran las máquinas motrices, aparatos eléctricos, depósitos de municiones y combustible, etc.

Los costados del buque poseían una coraza de 15 a 7 centímetros, disminuyendo de popa a proa. La altura del blindaje sería de 8 metros en el centro de la nave y 2,50 en las extremidades.

El aparato motor se compondría por dos grandes máquinas de triple expansión y cilindros verticales actuando cada una sobre su propia hélice. La máquina sería alimentada por doce calderas del tipo Niclausse, desarrollando una potencia de 14.000 caballos.

Su armamento principal debió haber sido (pero no lo fue) dos torres de barbeta con sendos cañones de 254 mm.; a los que siguieron 10 cañones de 152 mm. (cinco por batería), dos cañones de tiro rápido de 75 mm., diez de 57 mm. y varias ametralladoras.

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