Título original: Gravity. 2013. 91 minutos. Thriller espacial. RU/EEUU Dirección: Alfonso Cuarón. Guión a cargo de Alfonso Cuarón, Jonás Cuarón. Elenco: Sandra Bullock, George Clooney, Ed Harris.
Considerada por su propia campaña de marketing como «la película del año» y por ciertos entendidos y parroquianos como la mejor que se haya filmado dentro del subgénero de astronautas, Gravity cuenta con un metraje bastante escaso en muchos aspectos, no solo en cuanto a su duración, impidiendo una visión más general de los personajes que se reúnen alrededor del telescopio Hubble y mucho más (aunque, de otro modo, sería bastante aburrida). A pesar de la magnífica tarea de realización técnica, harto compleja y abrumadora, no deja de ser el típico envase para contener un mensaje, igual de típico, que a todos nos gusta escuchar de vez en cuando para elevar el espíritu, aunque nunca cala con éxito en nuestros interiores, pues somos ya un tanto viejos como para cambiar de hábitos por muy malos que estos sean: valorar la vida más allá de los pobres confines a los que la hemos reducido; vivirla a cada segundo. Esa y no otra es la probable moraleja de Gravity, una historia que posee unos rasgos que, en su parquedad temporal (a favor del efecto que voy a describir a continuación), produce en el espectador la sensación no de ingravidez, sino de estar soportando toneladas de presión, decenas de atmósferas y fuerzas físicas, que le van comprimiendo hasta hacer de él una cosa no más grande que una canica. Claustrofobia, sentimiento de pérdida y tristeza, pero también de valor y sacrificio. La «gravedad» toquetea salvajemente todas las teclas que quiere de nuestro subconsciente.
Reconozco que soy un tipo de lágrima fácil y, sí, he llorado «dentro» de la Soyuz, desnudo y tiritando de miedo para que un fantasma de navidad me despabilara y llevara un mensaje de vuelta de Ryan para su hija. Gravity es así de simple, a la par que poderosa: un puro sentimiento descarnado.
La complejidad técnica se advierte desde el primer al último segundo, aunque la capacidad interpretativa de Sandra Bullock ha sido redirigida hacia una exigencia puramente física, tan solo habiendo dos instantes para murmurar algo más allá del «vale», repetido hasta la saciedad (no sin razón), y dejar un par de líneas de diálogo con profundidad.
El elemento clave de la película para el arranque de la misma es la basura espacial. Resulta indudable la preocupación por ese vertedero que orbita sobre nuestras cabezas, amenazando con cortar toda salida al espacio exterior (problema ya denunciado por el escritor Michael Chrichton allá en 1969). Esa tuerca del Hubble o esa radial para cortar el paracaídas desplegado de la Soyuz… Pero, aunque se pretenda presentar estos elementos a modo de protesta, no termina siendo otra cosa que un mero recurso argumental.
Me ha impactado, pero también me he aburrido en un par de ocasiones y, a pesar de todo lo excelente que tiene, es demasiado lineal.
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