martes, marzo 01, 2016

Guardia de cine: reseña a «Grupo 7»

Título original: Grupo 7. Nacionalidad: España. Año 2012. Color.  Thriller policíaco. 91 minutos. Director: Alberto Rodríguez. Guión: Rafael Cobos y Alberto Rodríguez. Elenco: Antonio de la Torre, Mario Casas, Joaquín Núñez, José Manuel Poga

Thriller sorprendente de firma española. Violento y expeditivo, es un viaje en primera hacia los bajos fondos de la Sevilla en plena transformación para la Expo ’92; una carrera hacia la limpieza del mercado de la droga en los arrabales y protagonizada por un grupo antidroga de la Policía nacional, cuyos cuatro miembros no dudan un solo instante en jugar a ser Harry El Sucio aunque puedan, literalmente, quemarse en cuanto alguien se atreva a hacerles frente. Una historia cruda y desasosegante a golpe de puñetazo, martillazo y asesinato, en busca de una verdad delicada que se confunde con la corrupción policial en un mundo en el que no todo vale.

Podría deciros que es una película muy buena, aunque su corto metraje, de hora y media, dedica demasiado a una violencia brutal que no hace ascos a la tortura, a la par que trata de comprimir varios años de vida de ese Grupo especial, entre 1987 y 1992; un periodo de tiempo en el que solo parece que un personaje evoluciona hacia el abismo, hasta el punto de quemarse entre paredes que se caen a pedazos, pisando suelos cubiertos de jeringuillas y aspirando el aire malsano de resentimiento que rezuman las calles.

En pocas palabras: es una historia descarnada, pero a la que se le podría haber sacado mucho más,  muchísimo, si se hubiera contado con algo más de cinta, pues hay ciertos personajes de los que apenas terminamos sabiendo nada. En realidad, tan solo sabemos algo de Ángel, el más joven: casado, con un hijo, diabético, ambicioso y sobre el que gira gran parte del peso emocional. De Rafael, el que podríamos identificar como el jefe del Grupo (aunque no parezca haber líder alguno), al final, sabemos algo de lo que se revuelve en su interior, pero nada que flote. Tan solo nos permiten ver unos instantes de vida enmarcados entre silencios y diálogos demasiado rápidos.

Lo peor de la película, de lo que tiene poco, ésa es la verdad, es el sonido. Alguien volverá a cargar contra mí al grito de «exagerado» y pondrá los ojos en blanco, pero es totalmente verídico lo que voy a decir a continuación: tuve que ver la mitad de la película con subtítulos. No les entra en la cabeza a los productores y directores españoles el aprovechar la ocasión para obligar a sus actores a doblarse a sí mismos en un estudio de grabación. Muchas veces no entendía ni oía nada, no digamos ya cuando se cruzaba algún que otro personaje cañí de marcado y hondo acento andaluz de barrio. Pero no era la única ocasión, no, pues cuando Ángel, muy mosqueado él, se encuentra en un patio de viviendas a la caza de un fugitivo y se lía a tiros al aire, tan solo le entiendo «Grupo 7», y sé que dice algo más, pero como si no lo dijera. Fue entonces cuando me harté y activé la función de subtítulos.

El lenguaje de la violencia, la soledad y la traición está perfectamente plasmado en un cinta difícil de digerir, pues es un relato extraño entre las orillas que suelen encauzar el pobre cine patrio. Sin duda, «Grupo 7» es una brillante lasca en medio de la nada más absoluta.

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