martes, abril 26, 2016

Guardia de Literatura: reseña a «El marciano», de Andy Weir

Autor Weir, Andy; traducción de Guerrero, Javier.
Series Nova (Ediciones B):
Editor: Barcelona : Ediciones B, 2014
Descripción: 407 p. ; 23 cm.
ISBN: 978-84-666-5505-7.
¿Qué formula magistral debemos conocer para extraer de nuestra mente de escritores lo que se viene llamando comúnmente un best-seller? ¿Qué notas de la partitura debemos aprender para lograrlo? ¿Qué detalles sirven a los agentes literarios y a las editoriales para saber que lo que tienen entre manos es oro puro? Al igual que con aquellos elementos nacidos de la llegada de la Red de Redes a todos los hogares y que se hacen llamar virales (un término un tanto confuso), nadie sabe qué sustancia ha de rezumar un texto para que se convierta en un éxito de ventas. Por muchas cábalas que hagamos, nos encontramos frente a una pizarra negra sobre la que alguien ha escrito una incógnita imposible de desvelar para dar con la solución a la ecuación.

«El marciano» es un best-seller atípico y que muestra hasta la extenuación lo que he querido condensar en el anterior párrafo, siendo que en su propia génesis radica su extrañeza y, también, su encanto. Andy Weir no se sentó un buen día delante del ordenador para escribir la gran novela que encandilara a un posible agente literario y para recibir los mimos del mundo editorial. No. Por una razón publicada a medias o que se mantiene soterrada por completo (pues un autor atesora un sinfín de secretos en los bolsillos de la creatividad), este hombre se puso manos a la obra con un diario que publicaba por Internet, un blog sobre las aventuras y desventuras de Mark Watney, un miembro de una ficticia misión a Marte que es dado por muerto y abandonado en el planeta por motivos de mera y científicamente calculada supervivencia. Mark está vivito y coleando en una isla y en una situación que deja al bueno de Robinson Crusoe en paños menores.

Weir tira de sus conocimientos como ingeniero y de su pasión por el espacio para ir creando, post a post, una historia en la que un hombre se enfrenta a un medio extremo y hostil en todos los sentidos. Todo en Marte es mortal de necesidad. Y Weir fue escribiendo para quien le quisiera leer en la comodidad de su casa y de forma gratuita, sin esperar en ningún momento que alguien se tomara en serio su pequeño pasatiempo. Lo mismo le daba que no le leyera ni su bendita madre; escribía por el mero placer, sin espera un cambio en su vida. Y ahí es donde radica lo bonito de esta obra que nace desprovista de artificios, de ínfulas o de ganas de agradar. Weir tan solo quiere pasar el rato divagando sobre los problemas reales de una situación límite que se podría dar en un futuro cercano; sin embargo, se sorprendió al verificar el contador de visitas a su blog: a los pocos meses era seguido por una legión de lectores y muchos hasta le animaban a autopublicar un libro con sus entradas. Weir alucinaba con la respuesta de esos desconocidos en la Red a su inocente divertimento pues, aún pudiendo leerlo gratis, la gente prefería pagar el precio (irrisorio) de venta en plataforma.

Sin ser su intención, nació un best-seller de la novela de ciencia-ficción moderna.

A pesar de que es una lectura dura y científica —en la que la profusión de datos, cálculos y conjeturas hace que se le nuble la visión a aquellos que hemos desviado nuestras inquietudes académicas hacia el campo de las Letras—, la narración, simple en sí, nos empujar a continuar leyendo, entrada de diario tras otra. Lo agobiantes que pueden ser sus matemáticas de servilleta o la posibilidad de llegar a gritar en público o en privado una frase como la siguiente: «estoy hasta las pelotas de ti, Watney, y de tus putas patatas» (no le sobra ni una sola letra), no impide que sigamos página a página. ¿Cuál es el secreto? ¿Entradas de corta duración y rápida lectura? ¿El sentido del humor del protagonista? No lo sé. Quizá querer saber cómo se salvará Mark (o cómo morirá).

El autor se identifica con su protagonista principal en varias ocasiones, algo que se nota en sus conocimientos de ingeniería compartidos, pues la botánica y el experimento con las patatas bien pronto quedan en el olvido, probablemente porque el dominio de este campo del hombre en la Tierra se agota con rapidez, dejando que el MacGyver se pasee feliz y libre sobre Marte. Esto se nota a la legua y, curiosamente, nos da un respiro en este aspecto de la historia.

Sin embargo, si tengo que revelar qué parte del libro me ha gustado más, es cuando dejamos a Watney, con lo suyo en Marte, y pasamos a una narración omnisciente, en la Tierra. Con la misma sencillez y dejando que los personajes hablen (a destacar el malencarado director de vuelo Mitch Henderson o la tímida controladora de satélites Mindy Park), el libro se hace más llevadero y permite que adquiera fondo, pues si solo se compusiera de posts de blog sería imposible de tragar y nos privaría de muchos aspectos clave de la trama, como es la forma en la que piensa la NASA rescatar al náufrago más solitario de la Historia de la Humanidad y cuyo día a día es observado constantemente por satélites en la órbita del planeta rojo como en un particular «Show de Truman».

Esta combinación permite cerrar un círculo que podría adjetivarse como de casi perfecto, mas también es posible dar con diferentes taras a lo largo de la narración: por un lado, a pesar de que estemos año y medio en Marte, pegados a la chepa de Watney, apenas acabamos sabiendo nada de su vida personal. Sí, es un tío cojonudo, cuyas mejores herramientas de supervivencia son su ingenio y su humor, pero casi no hay nada más. Otro tanto sucede con sus compañeros de misión, siendo que el personaje al que más jugo se le saca sea a la comandante Lewis, y más bien por su obsesión casi malsana por todo lo que sepa, huela y suene a la década de 1970 y ya está. Parece ilógico que tan poco se desvele de hombres y mujeres que se tiran años en el espacio exterior y de un tipo que está haciendo de las suyas y, de paso, Historia. 

No se encuentra en los personajes un desarrollo real y muchos parecen la misma persona; sus líneas de diálogo lo mismo podrían haber ido a parar a una boca que a otra. Y, respecto a las tramas secundarias, como la intervención china con su cohete, casi es anecdótica y por culpa de las prisas excesivas de la NASA en determinado momento. Personajes y escenas que se pierden en el vacío; por no decir que carecemos de referencias de la repercusión en la sociedad de la odisea de Mark Watney.

Tampoco la composición del diario es constante. Entiendo a la perfección la forma de escribir que ha adoptado Weir con «El marciano», pues yo mismo la experimenté con mi primera novela, pero es chocante que en un punto de la narración, tras una rutinaria y exhaustiva relación de entradas, el protagonista deje esta tarea durante 164 soles (si no me equivoco), así, como si tal cosa, como si no viniera a cuento. Durante esta interrupción se introducen escenas en Houston y Pasadena, pero nadie se molesta en decir ni pío al otro lado. ¿Habría que tenérselo en cuenta? De nuevo: no lo sé.

Weir es un buen narrador, descubierto por accidente, pero demuestra, aún con las generosas alabanzas que ha recibido desde medios especializados, que es un neófito en esto de escribir y que tiene que apuntarse como miembro de nuestro querido y abarrotado club de aprendices de escritor. Posiblemente lo que equilibra la balanza en «El marciano» sea su tenso y espectacular final, muy bien llevado y que te deja en el más absoluto desasosiego e impotencia del mero espectador.

Novela de ciencia (pues la ficción está solo en una historia que aún no ha sucedido) que atrapa por su sencillez, por su humor y porque reaviva esa necesidad final de la Humanidad por la conquista del espacio.

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