martes, abril 05, 2016

Guardia de televisión: reseña a «Isabel», temporadas 1-3


Isabel y Fernando, tanto monta, monta tanto. Los cimientos del protoestado español, la conquista del reino musulmán de Granada, el descubrimiento del Nuevo Mundo y poco más podría decir que sé de estas dos figuras clave de nuestra Historia no tan lejana, pues solo nos separan de ellas cinco siglos. Nada.

Es un territorio casi virgen para mí y eso que, en su momento, me adentré con emoción en el s. XV para guionizar y dibujar una serie de cómics, ambientados en las luchas de bandos en Vizcaya y cuyo protagonista, Iñigo, como personaje imperceptible a los ojos de los cronistas, sería testigo de ciertos avatares en el ascenso al poder de una reina como fue Isabel.

La serie «Isabel», aún con sus licencias históricas para el buen desarrollo de la ficción, ha conseguido llenar en parte ese inmenso vacío de conocimiento; allanar el camino hacia esas tierras brunas de la Historia, no solo a través de la pantalla del televisor, sino también incitándome a consultar enciclopedias para saber de tal y cual personaje, queriendo, incluso, anticiparme a su destino plasmado en la pequeña pantalla por simple tensión provocada en mi ánimo. Eso sí, amigos míos, tampoco formo parte de esa cohorte de histéricos que descubren figuras históricas a golpe de capítulo de estreno de «El ministerio del Tiempo», serie a su vez nacida de los desvelos e imaginación de los algunos de los guionistas del producto que estoy ahora reseñando.

«Isabel» es una serie que se termina devorando con gusto, pues está muy bien escrita y más que aceptablemente ambientada, aunque su primer capítulo fue, en mi opinión, bastante soez y carente de calidad, pródigo en pechos femeninos desnudos y escenas de sexo sin necesidad y que formaban el aparejo para un guión pobre en factura, sin sentido ni orientación. Ciertamente, si quiero ver porno, me basta con conectarme a Internet, algo que incluso ha entendido el bueno de Hugh Hefner.

Con tanto ardor de alcoba, temía darme de bruces con un producto patrio que no resultara ser otra cosa que la réplica a «Juego de Tronos», serie ésta última, tanto literaria como televisivamente, que me deja un tanto frío pues procede de la mente de George R. R. Martin, un sujeto al que podemos acusar de escritor que quiere ser autor de novela histórica, pero que pasa de estudiar y verse constreñido por la Historia; anhelo infecundo que ha logrado alcanzar, para bien de su bolsillo, enmascarando burdamente sus textos y haciéndolos pasar por supuesta fantasía.

Por suerte, este desliz no se repite en los siguientes capítulos, que se dedican a mostrar ambiciones, anhelos, amores y rencores, sin necesidad de salpicar cada dos escenas la pantalla con lozanas carnes estremecidas al ritmo debidamente fogoso de un miembro bien lubricado. No tuve que preguntarme en más ocasiones en qué narices estaba perdiendo el tiempo, mas no crea nadie que soy de los que desprecian una buena ración de tetas y lo que se encuentra en las escenas de «Isabel» es Historia. Podemos discutir tal y cual punto (como el columpiazo con la matanza de los abencerrajes, la cual sucedió décadas antes), hasta el acierto del relleno de lagunas con la ficción, pero va ganando peso y hasta es capaz de mantenerte en alerta y libre de ataduras con la plomiza esfera del reloj. Un capítulo; dos seguidos, no importa. Quieres saber qué se esconde tras el tapiz de la siguiente escena y a ello ayuda el guión y la calidad interpretativa de los actores, los cuales están prácticamente todos magníficos en sus papeles, pues son capaces de hacernos sentir sus personajes, aunque cueste un poco verlo con Rodolfo Sancho hasta la que, para mí, es su mejor escena: cuando se enfrenta a Isabel en el salón del trono tras volver de Toro y ver como la vanguardia de su ejército es alanceado; sin olvidarse de aquella otra en la que pone fin a las disputas entre los nobles catalanes y los remensas.

El peso se lo lleva Michelle Jenner, siendo una elección de cásting excelente. Su experiencia y herencia familiar de actores de escenario y doblaje le permite pasar de la niña a la mujer, de la bondad a dictar sentencias de muerte, con facilidad y credibilidad; por lo que me descubro ante ella, aun cuando me cuesta deshacerme del recuerdo de su (para mí) infausto e insoportable paso por «Los hombres de Paco», encarnando a la calenturienta Sara.

Las intrigas palaciegas y el ver crecer a Isabel, de niña (peón) a reina, puede que sea lo mejor de la serie, pues la segunda temporada, con la introducción de la línea argumental de Granada, pierde intensidad por mucho que sigan los gritos y desatinos conyugales y comience a cernirse sobre las cabezas de los castellanos la Santa Inquisición.

Por otro lado, quizá por escasez financiera, se detectan ciertos puntos oscuros en el devenir de la trama general. Hay personajes que desaparecen de repente para volver a aparecer o no hacerlo nunca más. Menciono, por ejemplo, a don Beltrán de la Cueva, que es capturado por los portugueses para, luego, aparecer en el salón de Isabel, sin saberse nada de su liberación; o a don Diego de Mendoza, que lo vemos por última vez aconsejando al rey Fernando en su tienda de campaña y, varios capítulos después, nos dan la nueva de que ha muerto. Se pasa muy por encima de los avatares de la guerra de sucesión castellana, y lo digo así porque se crea cierta confusión sobre el devenir de sus protagonistas. Por ejemplo, nada se nos cuenta de la caída en desgracia del obispo Carrillo, quien fue derrotado en combate por las huestes del cardenal Mendoza, y que acabó pidiendo el perdón real para retirarse después a sus dominios en Alcalá de Henares (desaparece y reaparece ya retirado y enfermo); o al mismo hijo de Juan Pacheco y su hermana, siendo éste primero quien salta de nuevo ante la pantalla con la jura de los herederos de Castilla, contándose demasiados flecos en el desarrollo argumental.

La segunda temporada es un tanto floja, como ya he dicho, y la tercera no es que remonte con Las cincuenta sombras de Felipe el Hermoso y nuestra "querida" Juana, a la que, cada vez que sale en pantalla, me daban ganas de darle un tortazo bien fuerte para ver si espabilaba (y eso que la pintaban como la más inteligente, pero la chica sufrió lo suyo), y en la que siguen apareciendo huecos: ¿Dónde han metido a Gutierre de Cárdenas? ¿Por qué mandan a Catalina a Inglaterra y nos meten de lleno, sin comerlo ni beberlo en los días posteriores a quedarse viuda, así, sin más?

Preguntas que no desmerecen la serie, pero a las que unimos la siguiente, que es casi un ruego: ¿para cuándo una serie sobre el Gran Capitán?

No hay comentarios:

Publicar un comentario