Título original: «The Martian». Año: 2015. Color. EEUU-RU. 144 Minutos. Thriller-Ciencia ficción. Dirección: Ridley Scott. Guión: Drew Goddard (basado en el best-seller de Andy Weir). Elenco: Matt Damon, Jessica Chastain, Sean Bean, Kristen Wiig, Jeff Daniels.
Antes que de que se distribuyera la cinta de «Blade Runner» por las salas de proyección, donde se esperaba con zozobra la siguiente obra del director de «Alien», se procedió a realizar (como es sana costumbre en la Industria) a tantear al respetable sobre el montaje en cuestión en distintos pases previos. Aquellos primeros y afortunados espectadores se levantaron de sus butacas, al de dos horas, con las retinas dilatadas ante el despliegue visual servido con elegancia en la gran pantalla; sin embargo, absolutamente nadie ocultó su malestar en las fichas de opinión: no se habían enterado de la misa la media, ni siquiera los que habían leído antes la obra de Philip K. Dick en la que el guión se inspiraba («Sueñan los androides con ovejas eléctricas?»). Pocos hubo que se sintieran de forma distinta a pulpos en un garaje.
Ridley Scott se vio obligado a dar el brazo a torcer al desbordarse las salas de reuniones con productores que se arrancaban mechones de pelo: no quedó otra que introducir comentarios de Rick Deckard en off, explicando aquí y acullá la jugada, pues el director se pasó, quizá, un poco de rosca y de criptográfico (para su alivio, pudo hacer y deshacer años después, razón por la cual tenemos seis versiones distintas del filme, si es que no me he dejado ninguna atrás).
Pues otro tanto de lo mismo puede suceder con «The Martian», aunque ya hay pocos productores capaces de soplarle a Scott. La cinta adolece de no pocas carencias para el público que no se haya trasegado la obra de Andy Weir y que necesita verse apoyado con más comentarios en off. Bueno es que no se nos dé la tabarra con el tema de las patatitas, pero se va a tal velocidad en el silencio durante las primeras decenas de minutos, que la gente que estaba a mi lado no se enteraba de nada. Se abandona al espectador en el más frío y desolador escenario, sin permitirle conocer en toda su extensión la verdadera odisea a la que se enfrenta el astronauta Mark Whatney durante los primeros días (soles) o cuando decide recuperar el aparato Pathfinder. Tan solo se suceden las fechas y como si nada: don’t worry, be happy, y nada más lejos de la realidad (ficción novelada). Cualquiera que haya leído «El marciano» me entenderá.
Y a esta lamentable sequía de información de apoyo para pulpos de garaje de primer curso, ha de unirse la simplificación hasta el extremo de la narración original del libro en su extrapolación a la gran pantalla, pues parece que al bueno de Whatney no le cuesta gran trabajo aguantar el trámite con un poco racionamiento de comida y un par de contratiempos bien simplones. Se nos priva de saber de su lesión de espalda cuando estalla el Hab; tampoco se explica porqué dedica un buen esfuerzo y tiempo en desmantelar medio rover a base de taladrazos (que en el libro lo hace con un taladro tamaño martillo neumático, pues no es tan fácil como hacer agujeros para colgar un cuadro de la pared); cuando se carga el sistema de comunicaciones de la Pathfinder y ha de comunicarse con la Tierra a base de puntos y rayas… Incluso sus viajes de cientos, cuando no de miles, de kilómetros en el rover se ilustran como paseos campestres (oh, Dios, no lo fueron, me acuerdo bien: ¿Dónde están la tormenta y el accidente que hizo volcar el rover cuando llega al cráter Schiaparelli?).
La simplificación sigue avanzando por un camino torcido, afectando, por ejemplo, a la naturaleza y extensión de la colaboración de la agencia espacial de la República popular de China, con la cesión del cohete Taiyang Shen (aún menos que en el libro, que ya es decir). De sus consecuencias positivas sabemos gracias a los títulos de crédito finales, pero nada se nos dice de las negativas, que las hubo.
Simplificación que afecta incluso a personajes tan claves (y divertidos) en el texto de la novela como son Mitch Henderson o Annie Montrose, director de vuelo y responsable de relaciones con la prensa de la NASA respectivamente; ambos demasiado descafeinados y correctos, dejando de ser contestatarios y beligerantes, llegando incluso a trasladarse parte de la personalidad de Mitch a Ted Sanders, director de la NASA, por lo que el tipo que interpreta Sean Bean pasa a ser débil e inseguro y el de Jeff Daniels a menos pusilánime.
Por su parte, Annie, en cuanto a diálogos, es rebajaba con agua para encajarla a la perfección y sin fricciones en un lenguaje políticamente correcto (extremo éste último que se replica como un virus, afectando incluso a los tripulantes de la Hermes y al rescate final de Whatney).
Lenguaje y comportamiento políticamente correcto para nuestros delicados oídos. ¿Por qué no se comenta el plan en caso de que la Hermes fracasara en la recogida de la Taiyang Shen? ¿Demasiado peliagudo introducir la incógnita del fracaso y el posterior canibalismo? ¿Por qué el humor negro ha desaparecido? Me acuerdo perfectamente de la escena en la que el protagonista se pregunta si habrá páginas web conectadas a los satélites de la NASA y que se titulen See Mark Whatney to die.
La película pudo haber salvado la insustancialidad del texto novelado en cuanto al trasfondo personal de los miembros de la misión ARES 3, pero ni siquiera eso.
Parece como si Scott se paseara como un elefante de puntillas, que deshoja sin piedad el árbol de «El marciano».
Pero, si apartamos la mirada de todos estos raspones en la pintura de «Marte», nos encontraremos con un producto técnicamente impecable y con unas decisiones por parte del director muy acertadas. Particularmente, me ha encantado el empleo de las minicámaras distribuidas en trajes, habitáculos y vehículos para escudriñar a Mark Whatney. Es una película que va ganando enteros e interés a medida que se desarrolla, incluyendo un acertado final que sí completa el vacío narrativo en el que nos deja la novela en su última página.
A ese nivel nada podemos objetar salvo algunas fruslerías en las que no vamos a perder el tiempo. Es una película mejorable y que, ojalá, permita a Scott poner a la venta otro de sus dignos montajes del director, pues sus dos horas y pico no dan para mucho.
No quisiera dar por finalizar esta reseña sin hacer una breve mención a la banda sonora original e instrumental de la película. He de confesar que me gusta mucho pincharla y escucharla en el trabajo; ciertas piezas se me antojan como dignas y útiles para amansar fieras en pleno ataque de estrés, pero he de acusar con el dedo bien estirado al compositor Harry Gregson-Williams de presentarnos a los oídos una obra carente de toda originalidad. No pretendiendo ser hiriente, he encontrado cuatro pistas que me recuerdan (sin comillas) a las bandas de otros cuatro filmes, cuyos títulos me los guardo para mí (pero ésta no es una opinión única en la Red, así que los curiosos podréis buscar y encontrar por ahí); incluso he dado con una pieza que es prácticamente igual a una que se esconde en uno de mis viejos cds de música instrumental folk de la Coste Este de los EEUU.
Pero nada de sangre; lo dicho. Digamos que cumple con su cometido, pero no ensalza la película a la que se funde hasta hacer única en el apartado sonoro.
Ahí queda eso.
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