Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins, tripulación de la misión Apolo XI |
Entre las diversas clases de pólizas destaca la de vida. Cubre, paradójicamente, la muerte del asegurado y, aunque el dinero no hace que vuelva nadie del Otro Lado, permite que los beneficiarios puedan pasar el trago sin estreches económicas; casi a modo de premio de consolación.
Durante los primeros años de la carrera espacial en la NASA, concertar seguros de vida para los astronautas tendría que haber sido una práctica habitual, pues recibir tal cobertura forma parte del paquete de prestaciones propio para todos los funcionarios públicos de la Administración federal de los Estados Unidos de América; sin embargo, casi nadie contaba con el serio inconveniente que supondría pagar las primas una vez llegados al programa Apolo. Por supuesto, había entidades aseguradoras dispuestas a brindar un paraguas a estos hombres, pero nadie podía hacer frente a las económicas exigidas por éstas. Como ejemplo, contamos con la relación entre el sueldo anual de Neil Armstrong como astronauta, el primero hombre en pisar la Luna, y prima de seguro que le correspondería: frente a un salario anual de 17.000 $, la prima anual suficiente para cubrir la contingencia ascendería a 50.000 $.
Como hemos dicho, absolutamente nadie podía hacerse cargo, con su salario, de semejante importe, fijado de forma objetiva ante el alto porcentaje de probabilidades de un fallo catastrófico durante el desarrollo de las misiones a la Luna; y el pago de la prima al seguro era casi, si no superior, a la cantidad que percibirían los beneficiarios en caso de muerte.
Hallar la solución a tan peliagudo problema no fue tarea para tomársela a broma. Ser astronauta ya supone vivir en constante tensión y estrés, algo a lo que no son ajenas las familias, que reciben un golpe psicológico incluso mayor, teniendo por esposo/a y padre/madre a un/a completo/a desconocido/a, mudanzas que no parecen tener fin, desilusiones constantes y el miedo a la pérdida; por lo que, en aquellos primeros años de exploración, ante el peor de los escenarios posibles, el ingenio primó. Esos seguros de vida alternativos lo proporcionaron los propios buscadores de curiosidades y fanáticos de la carrera espacial, asiduos coleccionistas de memorabilia de las misiones. ¿Cuánto podría valer una fotografía autografiada por la tripulación del Apolo XI en caso de fallo catastrófico? Seguramente varios cientos de dólares de la época como poco.
Durante el periodo marcado de cuarentena previa al lanzamiento, los astronautas se dejaron las huellas dactilares y un callo en el dedo corazón apretando bolígrafos y firmando de todo: fotografías, sobres de primer día, etc.; un autógrafo era un seguro de vida tangible, a la par que sombrío, pero necesario, y todo el material firmado fue confiado a las personas correspondientes y a las familias, por si acaso.
Uno de los objetos más interesantes que podemos encontrar son los sobres de primer día de circulación (aunque no eran tales en este caso, ya que estaban preparados por aficionados y no por el Servicio postal), conmemorativos de la misión. Material filatélico con valor de coleccionista que, tras ser autografiados, se dejaba bajo custodia de los familiares de los tripulantes.
Si buscamos por Internet ejemplares con la firma de la tripulación del Apolo XI, daremos con algunos cuyo valor de venta se cifra en 5.000 US Dólares, lo cual nos proporciona una rotunda imagen de lo que suponían en su momento, en 1969.
No hay comentarios:
Publicar un comentario