miércoles, junio 01, 2016

Explicando las mareas


El fenómeno de las mareas siempre conformó un sugerente nido para que medraran discutibles explicaciones de carácter mágico que se limitaban a rellenar lo que el Hombre no podía comprender, en cuanto a su razón y mecanismo, abandonándolo todo al arbitrio o pasatiempo de los dioses. No es hasta el año de 1687 cuando Isaac Newton explica el fenómeno de las mareas, formando la misma parte inseparable de sus estudios acerca de los efectos gravitatorios que afectan a nuestro planeta y a los seres que lo habitan. En concreto, las mareas dependen principalmente de la fuerza gravitacional generada en la interacción entre la Tierra, su satélite natural, la Luna y el Sol (hay otros algoritmos de la ecuación que hay que tener en cuenta, como es la fricción entre la corteza terrestre y el agua, aunque su importancia en el resultado es casi anecdótica para este artículo).

El protagonista indiscutible, la estrella del cartel, en este asunto de las mareas es la Luna debido a su cercanía a la Tierra (376.000 km.), siendo que la fuerza gravitacional que ejerce sobre nuestro planeta es más apreciable que la del Sol (del que estamos separados por 150.000.000 km.). La Luna “tira” de las masas agua hacia sí, provocando el descenso en ciertos puntos del globo y provocando en otros un aumento considerable, siendo que a este efecto ayuda los movimientos de traslación del satélite y de rotación centrífuga de nuestro planeta, el cual “tira” a su vez hacia el lado opuesto (atrayendo a la Luna), por lo que se produce dos mareas diarias a lo largo de un día, separadas por unas 12 horas y 25 minutos.

Debemos tener en cuenta el movimiento de rotación de la tierra, el tiempo que tarda en posicionarse de nuevo ante la Luna (24 horas y 50 minutos) y el movimiento de traslación del satélite (28 días).

Gracias a estas notas, aportadas por Newton, el fenómeno de las mareas, la pleamar (que se da en aquellas regiones plenamente afectadas por la Luna y el “tiro” de la Tierra) y bajamar (regiones ubicadas en las dos cuartas partes del planeta que preceden y suceden a la influencia directa de la Luna), es científicamente predecible; sin embargo, contamos con una serie de excepciones a la regla, pues las matemáticas tan solo son “puras” cuando estamos hablando de océanos (por ejemplo, en el Mediterráneo casi no se aprecian las mareas y en el Golfo de México se da una única pleamar al día).



Debido a la influencia de la Luna tenemos unos flujos tan notables, pero si no contáramos con nuestro querido satélite también tendríamos mareas gracias al Sol; sin embargo, con el movimiento establecido de rotación de la Tierra frente al astro, solo habría una pleamar y una bajamar al día. 

Cuando más sentimos la fuerza del Sol es en las Lunas llenas y nuevas, provocando unas mareas más altas (vivas cuando el Sol y la Luna ejercen su atracción en la misma dirección). Cuando el Sol y la Luna guardan un ángulo recto respecto a la Tierra, en las fases de menguante y creciente, nuestra estrella permite las mareas llamadas “muertas”.



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