miércoles, junio 08, 2016

Una patente de robo como premio a una traición

Sumergirse en las hemerotecas suele ser más que un pasatiempo para los cazadores de anécdotas, esa extraña orden esotérica y silenciosa de individuos que acomodan un ojo para escudriñar las profundidades del pozo del Pasado, allí, donde el papel amarillento se transforma en un elemento físico al que aprehenderse a vidas olvidadas.

Ayer mismo, por cosas estas de la Providencia, que clickea donde le viene en real gana, fui a parar al número 14, de fecha 15 de Julio de 1904, de la revista ilustrada «Museo Criminal», una especie de «El Caso» de comienzos de siglo; y, en su página 4, hallé una historia que bien merece su espacio en este blog (a pesar de que no parezca proceder de un terreno abonado al mar), que, por desgracia, no he sido capaz de contrastarla, sobre todo por mi nulo dominio del danés para dar con la Real Cédula que sirve como pago para un elemento bastante interesante.

Paso, con la venia, a trascribir literalmente el artículo que, por cortito, es una joya en sí:

«Un ladrón con Real licencia

»El rey Christian V, de Dinamarca, hacía la guerra en sus propios estados, para reconquistar las ciudades que habían caído en poder de Carlos XII, rey de Suecia.

»Cierta noche, durante el sitio de Altonova, condújose a presencia del rey un desertor sueco que le comunicó que un convoy enemigo disponíase a avituallar la ciudad a favor de las tinieblas. Christian aprovechó el aviso, apoderándose del convoy.

»—¿Qué recompensa deseas? —le preguntó al delator, un mozo de aire truhanesco.

»—A fe mía, señor, que no deseo más que una gracia; pero no me atrevo a pedírosla. Todo lo que darme pudierais de oro y pedrería, me parecería miserable, porque esto me es fácil adquirirlo. Soy ladrón por naturaleza, y, por lo tanto, muy hábil. El robo es para mí tan instintivo como el vuelo para los pájaros. Robo sin querer; el vicio me domina, es más fuerte que yo. La prueba es que desde que he entrado en el campamento de V. M. he robado algunas piezas de oro, y que el gran honor que me habéis hecho teniéndome a vuestro lado, no me ha distraído de mi funesta manía, puesto que os he desembarazado de una de vuestras sortijas del anular.

»El rey de Dinamarca miró el dedo designado. La sortija había, efectivamente, desaparecido.

»Aquel rasgo de cinismo hizo gracia al rey.

»—Bueno, ¿qué es lo que deseas? —le preguntó.

»—Una cosa muy sencilla. La única cosa que yo no puedo robar; el único regalo que podéis hacerme y yo aceptar de V. M., es…

»El ladrón dudaba.

»—¡Acaba! —dijo el rey.

»—Es… ¡el derecho a robar! —exclamó al fin el cleptómano.

»Y lo que fue más singular aún que la audacia de esta petición, fue que Christian V la satisfizo, inventando el favor concedido y poniéndolo a la altura del rango sagrado de los oficios cortesanos. Concedió a aquel bribón una Real licencia otorgada en toda regla, una verdadera patente para el robo, extendida en debida forma, declarándole ladrón privilegiado cerca de la Corte de Dinamarca. Esta Real patente se conserva en la biblioteca real de Copenhague, a título de curiosidad solamente.

»A Dios gracias, el extraño privilegio no tenía carácter de hereditario».

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