«Donde aúllan las colinas» Editorial Planeta. Barcelona, 2016 Primera edición: Mayo de 2016 ISBN 978-84-08-14101-3 251 páginas |
Ligera como una pluma sobre la palma de la mano, aún tatuada la piel de tinta y cubierta su desnudez con tapa dura y guardapolvo. Una novela liviana en páginas (241) que no nos obliga a encorvar las espaldas sobre el texto y a sentir flaquear unos brazos ya de por sí enclenques. Incluso habrá algún tiñoso guasón que la comparará con los dos bestsellers anteriores de Francisco Narla de la siguiente manera: «ésta no sirve para calzar tresillos».
«Eres lo más, tío», replicaría con irritación al bufón que se carcajea a coro con sus risueños cascabeles.
Ciertamente, tras «Assur» y «Ronin», puede sorprender una historia firmada por Narla tan reducida a nivel espacial que, no por ello, hubo de resultar para el autor más cómoda de llevar al papel (a nivel temporal y de estudio). Uno, que sabe de lo que habla: días interminables de correcciones, frase a frase, creando un mundo compacto, vívido y de parajes agrestes, con sus sonidos y olores. Se encuentra con facilidad las huellas de este hercúleo trabajo, pues escribir no escribe cualquiera, aunque haya una repulsiva mayoría que lo crea así.
Y enfrentarme a esta página del Word, ya menos en blanco, me está costando. Me siento cohibido pues conozco personalmente al autor. Durante la presentación en la librería Cronopios, Francisco me reconoció como un viejo amigo y compañero de armas. Pude compartir minutos con gente a la que admiro y, ahora, terminada la novela, me toca libar el amargo zumo de la crítica. No es lo mismo que dedicarse a desentrañar y despellejar las páginas de un escritor sin rostro. No es lo mismo.
Ruego a los dioses la suficiente lucidez para terminar escribiendo una reseña a la altura de lo que se espera. Así que, tras calmar los nervios con un trago robado del mueblebar, vamos allá.
«Donde aúllan las colinas» es una novela muy esperada por parte de los seguidores de Narla que sufrió una serie de misteriosas dilaciones en su publicación, arrastrando meses y meses de ostracismo y silencio, que terminaron con un lanzamiento tardío. Un retraso, para mí, injustificable pues conozco, por fuentes no oficiales, inoficiosas e inconscientes, ciertos detalles e información que he convertido en inteligencia de consumo propio acerca de ciertos interesados tejemanejes; mas mi voz, ridículamente aguda y prescindible, aquí no tiene nada que decir, salvo que me acuerdo de aquella breve campaña publicitaria inicial que fue silenciada de forma drástica y dramática. No dejó entrever gran cosa acerca del contenido de la obra, lo cual justificó que aquellos parcos renglones en una web hicieran volar mi imaginación hasta erróneas pistas de aterrizaje para desentrañar qué escondía «Donde aúllan las colinas». Acabé con una historia de legionarios perdidos en los montes gallegos que servirían de festín a los lobos. Creo que Liam Neeson protagoniza una película de argumento similar, por lo que mi propuesta chamánica para rellenar el amplio vacío creado por un hype interruptus distaba mucho de ser siquiera original.
Pero, al fin, llegó la primavera para la última obra de Narla y comenzó a sentirse su sombra acechando en revistas y alrededor de las librerías. Una sombra cuyo peso advertí aún cuando le doy la espalda a la sección de novedades o, por lo menos, la aleta. Recibo, en la bandeja de entrada del correo electrónico, rijosos e insistentes newsletters literarios a los que tan solo soy capaz de dedicar una distante y soñolienta mirada antes de pulsar la tecla supr., sin que los titulares y fotografías que los yagan me empujen a hacer ejercicio con el dedo izquierdo y abrir nuevas pestañas con los contenidos de los últimos lanzamientos editoriales y bestsellers no necesitados de marketing ni branding para salir a flote. También, nunca me he fiado de las opiniones de terceros interesados ni de los bobinos que ven estrellas a pleno sol de Agosto.
«Donde aúllan las colinas» no es una obra coral y de múltiples tramas, sino un cuento (así nos atrevemos a asegurar) acerca del enfrentamiento entre el Hombre y la Naturaleza, ésta última encarnada en un lobo. Prometía valer la pena pues, el día de la víspera de su presentación en Pontevedra, me maravillé al saber que, en parte, la novela se inspira en una historia real que le relató a Narla un anciano torturado por la artritis, encogido sobre un platillo de orujo: una que aconteció durante la posguerra, cuando aquel agostado hombre se ganaba el pan ejerciendo el oficio de alimañero, limpiando las lindes de los bosques de todo tipo de depredadores que acecharan las cabezas de ganado que lograron conservar las gentes al finalizar la contienda fratricida; una de un lobo enorme y astuto que siguió a la partida de alimañeros hasta que éstos le devolvieron la piel de la hembra que fue su compañera (todos los detalles los expuso Francisco, aclarándolos con pasión y emoción, y con los que hechizó al público durante el acto en Cronopios). Pero el autor ha decidido darle una vuelta a la historia y ambientarla en los tiempos de Julio César, preparando el tablero para una partida con dos contendientes: la fiera Naturaleza y la codicia (no menos fiera) del ser humano.
«Donde aúllan las colinas» no es una obra coral y de múltiples tramas, sino un cuento (así nos atrevemos a asegurar) acerca del enfrentamiento entre el Hombre y la Naturaleza, ésta última encarnada en un lobo. Prometía valer la pena pues, el día de la víspera de su presentación en Pontevedra, me maravillé al saber que, en parte, la novela se inspira en una historia real que le relató a Narla un anciano torturado por la artritis, encogido sobre un platillo de orujo: una que aconteció durante la posguerra, cuando aquel agostado hombre se ganaba el pan ejerciendo el oficio de alimañero, limpiando las lindes de los bosques de todo tipo de depredadores que acecharan las cabezas de ganado que lograron conservar las gentes al finalizar la contienda fratricida; una de un lobo enorme y astuto que siguió a la partida de alimañeros hasta que éstos le devolvieron la piel de la hembra que fue su compañera (todos los detalles los expuso Francisco, aclarándolos con pasión y emoción, y con los que hechizó al público durante el acto en Cronopios). Pero el autor ha decidido darle una vuelta a la historia y ambientarla en los tiempos de Julio César, preparando el tablero para una partida con dos contendientes: la fiera Naturaleza y la codicia (no menos fiera) del ser humano.
La lectura de «Donde aúllan las colinas» es una declaración de amor de Francisco hacia la Naturaleza, hasta el punto de crear un personaje principal que no habla, pero que se expresa, habiendo el autor, para ello, estudiado casi todo lo que podía acerca de los lobos. Y el llevar la historia al s. I a. C. es una prueba más de su pasión por la Historia con mayúsculas.
¿He disfrutado de la lectura de «Donde aúllan las colinas», aún a pesar de los pajaritos negros que chocan contra las paredes de mi cavidad craneal (y que describiré a continuación)? Pues sí, y mucho. Es una propuesta original que pretende reconciliarnos con esa cosa verde y viva que crece como puede a las afueras de nuestras ciudades; y, Francisco, te creo cuando afirmas que no ha habido otra obra en la que hayas empeñado más esfuerzos y horas. Es una verdadera filigrana de palabras.
Pero algo malo tendré que decir de lo que he leído, ¿no? La primera pega la pongo respecto a la corta duración de la novela. Aún con sus recursos y pasajes, se advierte una falta de concreción y fondo en la historia, con escenas eliminadas o simplemente resumidas, incluso mezcladas; lo cual provoca en el lector cierta sensación de desorientación (cosas mías, quizá). Se han abandonado los cruceros en tochotes, a los que pueden sobrarles decenas de páginas, para subir a bordo de una enclenque dorna de exagerada liviandad.
Otro pero lo encuentro en la traslación de la raíz de la idea. La historia del viejiño era de miedo, según el propio Narla percibió al escrutar aquellos cansados y arrugados ojos. Sin embargo, no hay rastro de inquietud en la línea que siguen los protagonistas humanos. Ni el rumor de la tensión, y eso que Narla es reconocido seguidor del Maestro de Bangor. Aún con el personaje de Cainos, no lo siento.
Por último, a pesar del buen arte de Francisco, encuentro cierta redundancia en los recursos, sobre todo al referirse a Julio César, que llegan a agotar al lector.
Y ahí lo dejo. Quizá mis peros no sean más que un reducido grupúsculo de sandeces enflaquecidas por la situación a la que me enfrento como crítico (y a una lectura complicada por la alergia tardoprimaveral), sin ser capaz, por ello, de dar una lectura y reseña lo más objetiva posible, pero...
La novela no decepcionará a aquellos que han seguido la estela de Francisco y que, aún así, esperaban algo diferente.
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