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| Reino: Animalia
Filo: Chordata
Clase: Sarcopterygii
Subclase: Coelacanthimorpha Orden: Coelacanthiformes |
Charles Berlitz (1914-2003) fue un erudito de los fenómenos paranormales, civilizaciones perdidas y ufología, cuando no estaba más ocupado en la lingüística (hablando 30 idiomas), que pasó del estrellato a ser vilipendiado, pues, por lo que parece, se le colaba conscientemente más de una y de dos barbaridades en sus escritos.
El único libro que leí firmado por este extraordinario personaje es «El triángulo del dragón», otra zona geográfica terrestre en la que se suceden desapariciones y avistamientos al igual que en las Bermudas. Fue entre sus líneas, hablando de seres antediluvianos que podrían aún estar habitando nuestro planeta, ocultos en las grandes masas oceánicas, cuando leí acerca del celacanto, un verdadero fósil viviente (uno más entre otros que se fueron descubriendo en el s. XX y también en el entrado ya XXI); un ser cuyos últimos registros están en canteras que datan del Cretácico (allá, hace 60 millones de años).
El celacanto era un animal conocido por los nativos, pero no valorado debido a su sabor, por lo que se solía devolver al mar y de ahí el desconocimiento acerca de su existencia para los naturalistas.
La historia del celacanto o de su descubrimiento como ser vivito y coleante tiene elementos de novela o, al menos, para un relato breve, pues encontramos la pasión por la Naturaleza, la Evolución y el descubrimiento. Para ello debemos trasladarnos a la ciudad de East London (Sudáfrica), durante la mañana del 22 de Diciembre de 1938; Caminando por uno de los muelles, quien sabe si por perder el tiempo de forma inocente, se encontraba Marjorie Courtenay-Latimer, funcionaria del museo local, contemplando las tareas de descarga de los barcos pesqueros, cuando un extraño espécimen de color oscuro y 1,50 m. de largo y unos 60 kgs. de peso le robó la mirada. No es que pensara cocinar y presentar a la mesa del 25 semejante bestia, sino que quería investigarlo.
Ya en dependencias del museo con su nuevo amigo, Marjorie se devanó los sesos tratando de dar qué clase de pez era aquel entre los miles y miles de los catalogados en las enciclopedias, pero su particular anatomía la tenía perdida, tanto es así que comenzó a estar ante una criatura del todo desconocida. Por ello, se puso en contacto con un colega ictiólogo, James Leonard Brierley Smith, profesor de la universidad de Rhodes en Grahamstown (también, Sudáfrica), remitiéndole un breve informe con un dibujo.
Smith abrió con interés la carta de Marjorie y entornó la mirada ante el boceto que ésta le remitía. El trazo no es que fuera excelente, pero había en él una serie de particularidades sobre las que no cabía justificar con un error por parte Marjorie o por su escasa buena mano. Era a todas luces un celacanto, pero ese animal llevaba millones de años extinto; es más, era un eslabón entre los animales acuáticos y los primeros que pisaron la superficie seca del planeta, buena prueba de ello son cuatro de sus aletas, con una estructura más de patas.
Smith pronto se contagió del entusiasmo de Marjorie, pero para cuando pudo presentarse en las dependencias del museo el espécimen se había arruinado y desechado. Durante los siguientes catorce años, Marjorie y Smith llevaron a cabo la búsqueda de otro celacanto vivo y no fosilizado, hasta que fueron capaces de capturar en la isla de Anjouan, en las Comores. Dicho espécimen fue el que bautizó la especie de estos animales procedentes de los abismos temporales de la tierra con el nombre de Latimeria Chalumnae (por Marjorie Latimer y el río Chalumna)
Sus patas o aletas lobuladas (con músculo y hueso), que lo colocan en un estado intermedio entre los peces y los anfibios, con las que “corre” más que nada, es una de las principales características de esta criatura más propia de los fondos abisales, reportándose su presencia a 7.000 metros de profundidad, pero también posee rasgos interesantes como animal prehistórico, además de sus gruesas escamas: la articulación intercraneal que le permite devorar para presas de gran tamaño o un órgano electrosensor en el morro.
Suele medir dos metros de longitud y alcanzar un peso de 90 kgs., con una esperanza de vida de alrededor los 60 años. Un big fish en toda regla.
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