Título original: «Chicaco P.D. 2nd season». 2014. Drama policíaco. Varios directores y varios guionistas. Elenco: Jason Begde, Jon Seda, Sophie Bush, Jesse Lee Soffer, Patricka John Fluegue, Marina Squerciati, Laroyce Hawkins, Elias Koteas, Amy Morton, Brian Geraghty, Stella Maeve, Markie Post
Tras una tremenda primera temporada, «Chicago PD» decae en lo absurdo, con detalles imposibles de tragar
Cuando alguien tuvo la genial (y necia) idea de comprar los derechos de emisión de «Chicago PD» para TVE, debió estar convencido de que daría el pelotazo en cuanto a audiencias, pues todo lo que triunfa en EEUU (por lógica) debe hacer otro tanto en nuestro país. Yo en particular visionaba por las noches (de los jueves, creo) esos episodios en La Primera en un estado a medio camino del éxtasis: por fin una serie dura y ruda de policías que se dejaba la mitad del presupuesto o más en tiroteos, persecuciones en automóvil, exteriores y violencia, sin dar gotas de oxígeno a la ñoñería típica y al uso; una franquicia dedicada a una unidad de choque o comando K (aunque se la denomine de forma genérica como Inteligencia del distrito nº 12) que destila cierto tufillo a mafioso con un jefe sobre el que cuelga la sospecha de ser un corrupto y un aficionado a la brutalidad policial. Pero, como era menester, la producción se fue diluyendo en la parrilla de programación de TVE, llegando a emitirse sus últimos estertores a partir de las 0.00 horas, hasta que desapareció por completo, absorbida por los conductos de ventilación de aquello que no interesa al común de los mortales ante el televisor.
Os podréis imaginar el cante hondo de palabrotas que entoné con arte y salero. En tales situaciones, todos somos así de folclóricas.
TVE me dejó pocas opciones y todo por la puta audiencia hormigueante y deficitaria, más apegada a la vulgaridad de encefalograma plano. Me detuve ante un portal de descargas y me limité a esperar que la fibra hiciera su trabajo; ¿algo que objetar?
Llegar al último segundo de la primera temporada me dejó satisfecho, aunque, claro, estaba el hecho de que uno de los hombres de Hank Voight, el jefe de la unidad de Inteligencia, ha sido asesinado y el supuesto corrupto es el principal sospechoso (ese muerto es el personaje que encarna el actor Archie Kao quien, supongo, pediría su sacrificio al percatarse de que era un calco exacto de sus tiempos en «CSI: Las Vegas»).
Tenía unas inmensas ganas de seguir de cerca las andanzas de este grupo en su segunda temporada y, en cuanto tuve la ocasión (tras acordarme y tener tiempo para ello), me llevé los archivos a casa y me puse al tema. Entonces…
¡Dios, qué error cometí al querer saber cómo seguía!
A pesar de que se mantiene toda la acción y hasta cuenta con interesantes incorporaciones, como la del agente Roman, esta es una temporada un tanto odiosa y decepcionante, comenzando con que se solventa el crimen con el que se da cierre a la primera y se airea el tema de la corrupción de Voight en 42 minutos, desperdiciando algo que podría haber sido la línea argumental de todo un año (los guionistas son americanos, no españoles, joder); encima, el brutal Voigh pasa a ser una especie de Papá Noel bonachón que se dedica a regalar futuros mejores a base de fajos de billetes, con un aire paternalista blandengue que se cuela por entre la arrugada frente de Jason Beghe y no le pega nada. Otro detallito aborrecible es la obsesión por calentar la cama de todos los de la unidad durante las gélidas noches de invierno, siempre precedidas de escenas de sexo anodino; una bochornosa fiebre de Cupido que resulta difícil de digerir, como el fugaz paso de Lindsey por el FBI a lo Kate Beckett de «Castle» o los globos que pega Jon Seda en las escenas de acción que protagoniza (el puño le pasa a medio kilómetro del rostro del sospechoso de turno).
Pero lo peor de todo, lo que ya me hace sudar sulfuro, es la estrategia obsesiva por cruzar los guiones de «Chicago PD» con los de hasta tres franquicias de la cadena. Varias historias nacen en dichos títulos y finalizan, en el mejor de los casos, en la Unidad de Inteligencia, pero hay una en particular que ni sabremos de su génesis ni de su conclusión entre los rascacielos de la Ciudad del Viento, como es aquella en la que Nadia es secuestrada por un asesino en serie; la trama nace en «Chicago Med» (desconocida para mí) y muere en la tediosa y abotargante «Ley y Orden. Sección de víctimas especiales»; te “enteras” de lo que sucedió al comenzar el siguiente capítulo con el resumen de “anteriormente…”. Joder, ¿de qué vamos?
Acabé frenético por beberme el vaso de la segunda temporada de «Chicago PD» hasta el fondo, incluidos los posos, y pasar a otra cosa. Sus únicos capítulos potables son los dos últimos, aunque estén gangrenados con la enfermedad que se manifestó desde el minuto uno.
Quizá me moleste en buscar las siguientes temporadas, pero una mueca de desagrado en mi rostro, acto reflejo como respuesta a tal pensamiento, ilustra a la perfección lo que con toda probabilidad acabaré haciendo.
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