Entre los márgenes dignos de toda desconfianza del Recuerdo han quedado mis años de estudiante universitario. Durante aquellos días, entre otras muchas cosas, era lector de la revista satírica «El Jueves»; me encantaba zambullirme entre las páginas donde se leían títulos como “Historias de la puta Mili”, “Makinavaja”, “Ovideo”, “La parejita”, “Mamen”, "Clara de noche" y un largo etcétera, que formaban una agradable melodía canallesca de entretenimiento a la que volvías una y otra vez, sin importar un bledo el que te supieras de memoria cada renglón que rellenaba cada bocadillo.
Pero los tiempos cambian y los calendarios caen, los años pesan, la cintura se ensancha y la azotea se despeja de vello; los destinos escritos se emborronan con la lluvia o se confunden bajo el sol y uno termina en un lugar donde recibes esporádicas visitas, a punta de pistola, de un bandido que se emboza sin necesidad, pues le conoces como si le vieras cada mañana. En uno de tanto encuentros nada fortuitos, más que nada al descubrir que reciben «El Jueves» en la biblioteca pública, caí presa de una garras de papel barato y tinta más barata aún, con un contenido de bazar de decimoquinta mano. No podía creer qué tenía entre las manos. ¿Dónde estaban las historias que antes tanto me gustaban? ¿Qué ha sido de ellas? Preguntas que me impulsan a escribir este post.
Reconozco que quizás no haya tomado las suficientes muestras de laboratorio como para alcanzar una conclusión válida, pero no por eso desacertada; solo confirmo la sospecha de la actual (y seguro que de hace un tiempo) mediocridad de la publicación.
La revista que sale los miércoles siempre tuvo entre ceja y ceja muchos estamentos sociales a los que sacó jugo del bueno. Siendo que nuestro país se rasca siempre las liendres de la Política, no me sorprende que aún arranque cada número con un repaso particular a los distintos partidos, pero durante las últimas lecturas (nunca acabadas) solo he topado con un inaceptable panorama de pobreza intelectual. Este es tal que dedican el 90% de los chistes (malos) a los PePos (partido del Gobierno y, por ello, merecedor de una especial atención en el menú), pero lo más brillante y trufado que son capaces de dedicarles es el epíteto descascarillado de “fachas”: facha aquí, facha allá, águila de San Juan volando por esta viñeta (símbolo robado impunemente a los Reyes Católicos por Paca la Culona y sus acólitos y sobre el que han vomitado sus consignas; siendo que los dibujantes de «El Jueves» se han estudiado sus cuarteles más que quien diseñó la moneda de cinco duros) y Franco traído de entre los muertos en plan Lázaro o, más apropiadamente, en plan «Reanimator». ¿En serio que solo se os ocurre eso, muchachos?
A continuación le viene el turno a la siguiente víctima propiciatoria, los Sociatas, pero reducidos o mutilados por culpa del escaso arte cómico a la Sra. Susana Díaz, la cual recibe idéntico trato que los anteriores, recibiendo la chapa de facha en la pechera y de lameculos de los PePos. Y, para terminar (y digo bien terminar), le toca el turno a los Naranjitos, que reciben su particular pan con tomaca con los mismos ingredientes ya nombrados.
Pero, ¡sorpresa sin Isabel Gemio!, no hay señal de los Potemitos. Silencio como única señal acordada a la mano que les debe también dar de comer, y eso que Coleta-morada-jáu y sus colegas son duros de pelar en la competición que se marcan todos los colorcitos para ver quién suelta la parida más gorda, creyendo yo bien que van en cabeza en esta particular carrera de camellos de feria avanti tutti jorobi, pues la imbecilidad endogámica es como la peste.
Fui pasando las páginas casi de forma automática, solo chocando con el humor más zafio y ruin, de ese que se viste de seda pero mona se queda que tan de moda a puesto el Gran Wyoming, que de grande tiene poco y lo malo. Chistes gruesos y de moneda falsa; una carreta pesada tirada por bueyes, perdón, autores mediocres; colillas aplastadas tras la desbandada generalizada de hace unos años, tan solo quedando el veterano «Grouñidos en el desierto» como potable. Una edición partidista, roncera y falta de inteligencia, de prestado mensaje de decimotercera mano en el que la polémica solo se crea siguiendo aguas a determinado grupito que le paga igual de bien que el Banco Santander (patrocinador de su web la última vez que accedí a la misma; joder, os la dais de progres, “anticapitalistas” o lo que sea, «mirad qué guay somos que hasta nos la pone dura el independentismo catalán y secundamos la huelga “general”», y luego os tragáis como patos famélicos las migajas que os echa el tirano de las finanzas y que aparece en banners hasta en el cuarto de baño, ¡bravo! ¿qué sois en realidad?).
Paso las páginas, ni intento la lectura. Se me nubla la vista o es que la revista solo despide humo, de ese de cortina. Su contenido no interesa, es aburrido y simplista, de picadura repetitiva y acusica; de indio de película western de los años ’50, al grito pelado de ¡facha! y cuchillo para cortar cabelleras.
Sí, supongo que hoy me habré ganado algún silbido como poco (no sería el primero pues ya tuve un encontronazo con uno de estos “artistas” en Twitter, que ya me dedicó el consabido insulto (¿para qué ser original o consultar el diccionario de la RAE en busca de otra perla de nuestra lengua?) cuando le respondí “inadecuadamente” a una pregunta hecha por él mismo sobre qué opinión le merecía a la parroquia una de las últimas polémicas que unían el mundo satírico ilustrativo con el de la apología del terrorismo).
A todo ello, cerrar, pues se me han acabado las ganas, con el apunte de que no soy el único antiguo lector de «El Jueves» que ha discernido, aún sin el lapsus temporal del que yo he disfrutado, este vacío decrépito, de ausencia y de que todo tiempo pasado fue mejor.