martes, noviembre 14, 2017

Guardia de literatura: reseña a «Sumisión», de Michel Houellebecq

Panorama de narrativas
Anagrama. Barcelona, 2015
Primera edición
281 págs.
ISB: 978-84-339-7923-0
Michel Houellebecq pretende escribir una sátira acerca de una futura Francia, a semejanza de George Orwell con «1984», aunque se queda en el intento

Como un desafío velado e inocente, sin guante ni satisfacción, se me interrogó, a raíz de la reseña que publiqué hace un tiempo dedicada a «Kafka en la orilla», de Haruki Murakami, por mi opinión acerca de la obra de un tal Michel Houellebecq. Mi primera reacción, perfecta por haberla interpretado tantas veces a lo largo de mi negligente existencia, fue la de pura ignorancia alimentada por mi despego hacia el actual panorama literario de revista y estante de librería. Gracias a la intimidad y amparo de Internet pude escurrir el bulto y hacer como que sabía de quién me estaban hablando mediante una búsqueda rápida en Google. La curiosidad que germinó de una vergüenza propia y sin fundamento, pero vigorosa, me dio ánimos para leer la biografía de Houellebecq y sobresaltarme con el título «Sumisión», una novela que detalla una visión futura y cercana de Francia, hacia el 2022, momento en el que un partido musulmán moderado se hace con las riendas del país transformándolo todo; una obra que, según la sinopsis de la contraportada (yo no puedo discutirlo), se puso a la venta el mismo día en el que se perpetró el atentado terrorista contra la revista satírica Charlie Hebdo (y el supermercado kosher, algo de lo que pocos se acuerdan debido a la contumacia antisemita); por lo que Houellebecq publicó una fábula fallida por el simple y natural devenir de los dramáticos acontecimientos de la lucha contra el DAESH y sus filiales.

François es un deprimido y deprimente profesor de Literatura de la universidad de París IV – Sorbona, con una rutina fija desde hace varios años: cada inicio de curso se enrolla con una alumna de primero, manteniendo una relación que durará hasta el verano y vuelta a empezar; que se alimenta de platos precocinados calentados en microondas y vive su particular sumisión con respecto a Joris-Karl Huysmans, el autor francés del s. XIX a quien dedicó su tesis doctoral, no siendo consciente de que es un triste imitador de las andanzas del escritor. François disfruta de una vida anodina, regada con alcohol y sexo esporádico sin amor; un testigo de cómo Francia se va convirtiendo en un estado pro-musulmán gracias a los tejemanejes entre las bambalinas de las elecciones presidenciales con tal de evitar que el Frente Nacional de Marine Le Pen se haga con el poder. Una transformación que irá desde al Sorbona, que se convertirá en una universidad islámica, hasta la desaparición drástica en las calles de minifaldas y escotes. Y poco más.

La fábula que presenta Houellebecq fue tachada de islamófoba en su día, quizá porque da por cierto que solo la ultraderecha sería capaz de hacer frente a una islamización a tal nivel; que un régimen musulmán sería un régimen totalitario aceptado de buen grado. Pero lo cierto es que Houellebecq no se moja, no toma partido, y su proyecto se desinfla debido al escaso empaque del “mundo” que presenta en sus páginas, demasiado recargado de párrafos interminables y de reflexiones magistrales sobre Joris-Karl Huysmans y su obra. La historia termina siendo un globo flácido que se arrastra por el suelo por la acción de la brisa. Su labor se ha centrado más en Huysmans que, incluso, en el propio François, cuya conversión dista mucho de ser meramente creíble; ¡joder!, es que parece que solo se hace musulmán (al contrario que Winston Smith como adorador del Gran Hermano) porque le buscarán una esposa; por no decir que Houellebecq se planta tan a pie de noticiario político que el actual reparto de poder en Francia trastoca no pocos elementos de la narración, por lo que podemos decir que en ciertos aspectos se ha quedado trasnochada pues no ha sabido ver la creación de partidos alternativos.

Sin duda, no se le puede reprochar a Houellebecq que lo que lo que resta de la Izquierda francesa se dejaría meter un bate del béisbol sin engrasar con tal de mantener un rescoldo de poder y apoyaría un gobierno islámico, no dudando en firmar acuerdos con los que la educación pasaría a ser religioso-musulmana, desde la primaria hasta la universidad, que las mujeres tendrían que dejar sus puestos de trabajo para acabar con el paro y que se legalizaría la poligamia y el matrimonio con menores de edad. Pero cuesta mucho creer en una transición tan pacífica y de borrego en una sociedad que se sabe eso de la liberté, egalité y fraternité de memoria y corrido, aunque no sepan ni definir un solo concepto. Comida Halal y pastelillos; ni tetas ni culos; y poco más. No es creíble. ¿Todo el mundo tan feliz y calladito? ¿Nadie se escandaliza de que los judíos huyan en masa a Israel? ¿Dónde está el problema del terrorismo islamista? ¿Dónde los encontronazos entre suníes y chíies (que esa es otra)? ¿Dónde están las mujeres libres que en la novela pasan a ser meros trofeos y fregonas, casadas a la fuerza con quienes digan otros? ¿Francia como franquicia de Arabia Saudita, al menos para ciertas instituciones y como si tal cosa? ¿Aquí todo el mundo tan callado y tan feliz? Y, ¡vamos!, eso de que Francia tenga un presidente musulmán y la Unión Europea, en un año, se extienda y acoja como miembros a países como Marruecos o Turquía, además de pretender hacer lo propio con otros como Egipto, Líbano, adueñándose de toda la cuenca mediterránea, dista de tener visos de realidad.

Los interrogantes se amontonan a las puertas de mi teclado, amigos.

Houellebecq posiciona a François como narrador en primera persona de un futuro a la vuelta de la esquina, de una historia que algunos críticos han sabido equiparar a «1984», de George Orwell, llegando yo a la misma opinión que ellos, pues la terrible distopía del autor británico tiene peso en «Sumisión». Si François es Winston Smith, Myriam es a las claras Julia, su amante, y el rector Rediger es O’Brien, quien reconducirá al protagonista al redil de la perfecta sumisión a un solo dios, a un Gran Hermano. Mas Houellebecq camina por terreno fangoso sin hacer cristalizar sus ideas en algo coherente, pues comienza con un François aterrado ante la posibilidad de una guerra civil, haciéndole presenciar incidentes armados y la escena de un asesinato; pero todo con un frialdad que me dejó perplejo. François termina siendo un náufrago que encuentra una tabla de salvación y una mano amiga, como Winston Smith por medio de O’Brien, en el Islam; una nueva vida, una segunda oportunidad en la que reparar en cuestión de días y tras una lacia cavilación, siendo que se convence de abrazar la Fe de Mahoma al enterarse que un viejo profesor de facultad ha contraído nupcias con un alumna de segundo curso y se muere de envidia; así de claro y de simple: la conversión de François es pobre y mal llevada por Houellebecq, por mucho que le venga de perlas la molicie endogámica de nuestra privilegiada, decadente y nihilista sociedad occidental, de pelo grasiento y supuesta rebeldía del tipo “virgencita, que me quede como estoy, viviendo a lo grande”.

La sátira de Houellebecq termina siendo confusa, no en su meta, sino en su composición de escasa armonía y de una tibieza exagerada. ¿El Islam devorará nuestra corrupta y materialista sociedad, carente de moral y principios? No me cabe duda y será pronto, pero Houellebecq se quedó en el intento.

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