Jet 315 Plaza & Janés Editores. 1996 Primera edición 878 páginas ISBN: 9788401463150 |
El lapso de tiempo que separa a las dos primeras misiones tripuladas de exploración al planeta Marte es de 25 años. La Envoy contaba con una tripulación muy especial, compuesta en exclusiva por matrimonios concertados a base de ficha perforada de computadora, entre hombres y mujeres de alto coeficiente intelectual, verdaderos genios en sus respectivos campos de trabajo, y que deberían sentar las bases de la futura colonización humana del planeta rojo; mas, al de poco de amartizar, se corta toda comunicación con la Tierra. Un cuarto de siglo más tarde, la Champion, esta vez con un proyecto colonizador bien distinto, se asienta en las planicies marcianas y se produce el encuentro con los naturales del planeta, unos seres bastante extraños físicamente, además de muy avanzados cultural y científicamente hablando, mucho más que los humanos. La sorpresa de los tripulantes de la Champion no puede ser más mayúscula: como si fuera uno más entre aquellos desarrollados habitantes está Valentine Michael Smith, el que se podría considerar como único superviviente de la nave Envoy; el fruto de una relación adúltera entre dos miembros de la primigenia misión, la cual conllevó al desastre y al asesinato; Michael es la respuesta al abrupto corte de comunicaciones. El por entonces bebé fue recogido y educado como un marciano más, adoptando su particular concepción de la vida y la muerte, de las relaciones personales del contacto entre seres espirituales, de conocimiento de física avanzada y de poderes que son comunes en Marte pero que, para los humanos, son poco menos que milagros.
Michael, a sus 25 años de edad y siguiendo órdenes de espiar para los Ancianos, participa del viaje de regreso de la Champion a la Tierra, donde comenzará a experimentar una vida de escándalo que transformará a todo aquel que entre en contacto con el conocido como Hombre de Marte. Michael es un Jesucristo moderno cuyas enseñanzas, más allá de la ficción novelada, serán tomadas al pie de la letra por el movimiento hippie, allá por los años 1960.
Robert A. Heinlein firma «Forastero en tierra extraña», una obra titánica que nació de la idea de escribir un relato breve para la revista Astounding Science Fiction, en 1949: la de un niño humano educado por una raza alienígena. En sí, la trama tenía su aquel, aunque casi parece que Valentine Michael Smith sea un Tarzán que termina investido del aura de Mesías, con su Iglesia perseguida; con milagros, dudas en el huerto de los olivos y la entrega de su cuerpo mortal para salvación de todos los hombres durante un brutal linchamiento (incluso algunos de sus “apóstoles” (hermanos de agua) comen de su carne).
La novela se finalizó tras una década de trabajo de Heinlein frente a sus notas mecanografiadas; hasta que fue capaz de presentar a un editor un manuscrito. Resultaba muy arriesgado publicar una obra con semejante argumento, pues no se sospechaba la reacción del público aficionado a la ciencia-ficción de la época, sobre todo por el mensaje de libertad sexual, religiosa y de pensamiento que contiene, algo que resultaba complicado de creer en Heinlein, quien sería tachado de reaccionario y fascista por obras anteriores como «Tropas del espacio».
Michael Smith defiende el sexo como parte de una liturgia o disciplina (pues asegura que lo suyo no es una religión), considerando, además, que todos los credos humanos, en cuanto a su presentación, son espectáculos para bobos o primos, siendo que el protagonista es un Mesías que puede atraer por igual a cristianos, judíos, musulmanes, ateos…
Siendo que el sexo sería cuestión de controversia, junto a la particular visión de las religiones en general, cuyo fondo y mensaje considera como verdaderos (entre tantas visiones teológicas es imposible que solo una sea la única y verdadera), Heinlein se rebela además contra la autoridad y dota a Smith de principios anarquistas y comunistas, aunque también lo eleva a la categoría de juez y verdugo (no entiende la razón de ser de las cárceles y la necesidad de mantener encerrados en ellas a hombres y mujeres por sus crímenes, sean cuales sean estos; pero si sus delitos son vistos por Smith como incorrecciones, solo deben recibir la muerte, así de simple: erradicar el mal de la sociedad por la vía expeditiva).
El manuscrito que Heinlein depositó sobre la mesa de su editor alcanzaba las 220.000 palabras. El mensaje de la novela y el peso en papel hacían del todo imposible su publicación, a no ser que se usara el lápiz rojo sin miramientos y se eliminara toda la paja. Heinlein aceptó el reto y aligeró la obra en 70.000 palabras, siendo esa versión mutilada la que se editaría desde 1961 hasta poco después del fallecimiento del autor, a los veinte años. Muchos creyeron en su día que en esos recortes se debían a la acción de la censura, sin embargo, no fue así: ninguna escena se eliminó del texto, ni siquiera ante el temor a una respuesta social exacerbada en los EEUU ante el libertinaje sexual, con cierta cabida para la homosexualidad y los intercambios de pareja, ni ante una visión un tanto herética de la religión. El sello editorial confiaba en Heinlein, pero no en el público, que podría rechazar de plano la novela y no era cuestión de perder varios miles de dólares en impresión de un libro tan hiperdesarrollado: la mutilación se debió a factores puramente económicos, dejándolo en 150.000 palabras, lo cual, para estándares incluso actuales, es una cifra nada despreciable.
La opinión que nos podemos formular en la comparativa entre la edición íntegra y la simplificada de 1961 es la de que para hacer este viaje junto a Valentine Michael Smith no hacían falta tantas alforjas, no necesita de esas 220.000 palabras y se vale de sobra con las 150.000. Aunque la novela contempla dos años y medio de vida de Smith en la Tierra, las escenas que nos retrata Heinlein no son, ni mucho menos, para semejante cargamento de vocales y consonantes. Podemos leer la edición simplificada y llegar a disfrutar más de la narración, pues la lectura de la versión original llega a ser agotadora.
Smith, como hemos dicho, es el protagonista principal. Es el Hombre de Marte, el forastero en tierra extraña. Pero hay otros personajes igual de interesantes: a destacar el del anciano y ladino Jubal Harshaw, padre adoptivo, podríamos decir, de Michael Smith; o Jill Boardman, su primer hermano de agua. Harshaw recoge a Michael cuando es rescatado por Jill del hospital de Bethesda; es un sibarita millonario, escritor y experto en leyes y medicina, que acogerá a los dos fugitivos y asistirá al humano marciano durante sus “primeros pasos”; Harshaw es un hombre que protagonizará algunos de los momentos más profundos y memorables, siendo algunos de ellos los más divertidos de la novela. Por su parte, Jill es una joven enfermera bastante díscola, quien acompañará a Michael durante los dos años y medio de estancia en la Tierra, errando con él por los Estados Unidos de América y tratando de cumplir con la misión que el forastero se ha autoimpuesto, que no es otra que poder asimilar, comprender, a los humanos, a los “primos”, para poder extender hacia todos los puntos cardinales su particular mensaje de paz y amor sin condiciones ni frenos.
Heinlein, tras la publicación y popularización de «Forastero en tierra extraña», se convirtió, aún a su pesar, en un gurú del movimiento hippie; más o menos lo mismo que acaba siendo Jubal Harshaw para la Iglesia de Todos los Mundos, fundada por Michael Smith. Sus postulados futuristas de liberación sexual y anarquismo fueron rápidamente absorbidos por el Flower Power, pero no así la disciplina que exige Michael Smith a sus seguidores, sus hermanos de agua, lo cual supuso el fracaso absoluto de esta forma de vida despreocupada y vacía, de ropa de colores chillones y abuso de estupefacientes.
También es probable que algo de la teoría religiosa fuese anotada por el hippismo: que todos formamos parte de la divinidad suprema. Tú eres Dios; yo soy Dios; todos somos Dios. Esto golpeaba con fiereza la estrechez de miras de las Iglesias fanáticas tan arraigadas en el Middle West que se consideran como las únicas verdaderas, las dignas de ser salvadas el Día del Juicio Final. Para Heinlein existen todos los cielos, incluso en la Tierra a modo de paraísos de felicidad, amor y armonía.
Tanto si nos vamos a la versión de 1961 como a la integral, la narración de Heinlein es impecable, entretenida y para nada farragosa a pesar de los instantes profundos en los que la Filosofía acapara toda la atención de los interlocutores que se cruzan con el Hombre de Marte, ese Mesías cósmico en un mundo ucrónico y futurista, en algún momento no determinado del todo en el texto pero que se desarrolla en pleno s. XX; un mundo hoy obsoleto, pero rico en determinados matices. Una novela que es digna de ser considerada como unas de las obras cumbre de la ciencia-ficción por su trasgresión y ruptura con los lazos tradicionalistas del género; por su firmeza de trazo y su relevancia como icono cultural norteamericano.
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