martes, marzo 27, 2018

Guardia de cómic: reseña a «Érase una vez en Francia (serie completa)», de Fabien Nury (guionista) y Sylvain Valée (dibujante)

Norma, Barcelona. 2013
32 cm. Color
128 páginas
ISBN: 978-84-679-1098-8
«Érase una vez en Francia» es una obra exuberante, con un hilo conductor casi apasionante aún cuando no te convenzan mucho las historias de mafiosos; plagada de flashbacks bien sellados, se acompaña de un trazo bello, calculado y detallista, sin burdos añadidos en unas viñetas en las que imperan los primeros planos y los marcos ocupan todo el ancho de la página

El ajedrez es un juego único. Apasionante, cruel; capaz de despertar el ingenio del más anodino ser o, al contrario, de espantarle por su terrible complejidad a partir del primer nivel básico de aprendizaje. Sobre el tablero hay dos ejércitos enfrentados; dominan las casillas, en cuanto a número, los peones, desprovistos de gracia e indefensos. Son los primeros en caer mas, por caprichos de la Fortuna o del buen hacer del jugador, si llegan hasta la última línea pueden convertirse en cualquier figura que se desee. No es más que una paradoja plana del mundo real, en el que el más humilde, si es capaz de sortear los peligros con audacia y avanza lo suficiente, puede llegar a ostentar un cetro. Prácticamente el 100% de los peones que alcanzan la retaguardia del campo enemigo, se convertirán en reinas, la pieza más poderosa sobre el tablero, pero Joseph Joanovici, el protagonista de «Érase una vez en Francia», decidió ser rey.

Joanovici llevó toda la vida sobreviviendo. De niño, oculto a toda mirada, presenció cómo unos soldados zaristas masacraban a su familia y a todo el pueblo por el único crimen de ser judíos. Esa escena se grabará en su memoria como en la roca, aunque en las viñetas no se vuelva sobre ese suceso de infancia. El protagonista solo perseguirá a partir de entonces defender lo que le pertenece, a los suyos, cueste lo que cueste.

Pasados unos años, estando Joanovici casado con Eva, a quien conoció el día de la matanza, el matrimonio se desplaza de Rumania a Francia para encontrar cobijo bajo el ala de un familiar de la esposa. Joanovici se presentará como un tipo de aspecto endeble, escaso de luces a la hora de hablar un idioma que no domina y que carga con el peso del analfabetismo; pero todo es fachada: Joseph es un muchacho muy listo. De inmediato demostrará ser un genio separando y recuperando metales y se aprovechará de los turbios negocios de su tío político para avanzar en el tablero hacia la última línea. No era una mala persona: Joseph solo quería prosperar y no volver a ser nadie a quien pudieran pisotear.

Norma, Barcelona. 2013
32 cm. Color
128 páginas
ISBN: 978-84-679-1187-9
El dinero va acumulándose, pero los fuegos de una inminente guerra mundial se avivan a finales de los años ’30, momento que será crucial para Joanovici, quien tiene en el bote a no pocos criminales y policías. En un bosque de los alrededores de la Línea Maginot firmará un acuerdo que le permitirá jugar en la primera división del contrabando: aún siendo judío, acepta la propuesta de seguir con vida y amasando una fortuna, así como seguridad, vendiendo material (no del todo hábil) a un rudo oficial nazi.

Joanovici llegó a la última línea del tablero, pero, en vez de convertirse en reina, decidió coronarse rey. No huyó con su familia a América cuando la defensa francesa se colapsó en 1940 y apostó por el caballo ganador, hasta el punto de comprar su certificado de ario sin importarle que lo hiciera en una cena rodeado de altos oficiales nazis. Pero Joanovici no era un traidor, solo un pez que se iba haciendo grande en un río infestado de depredadores y peces más chicos y, por tanto, prescindibles; por lo que, en 1943, comenzó a acercarse y a financiar redes de resistencia como Honor y Policía.

Cierto es que el Señor Joano, como lo llamaban sus empleados, vestía el uniforme de colaboracionista, pero también el de patriota. Mas no era otra cosa que un mafioso que pronto sería atacado por todos los frentes cuanto más viejo se fuera haciendo, perdiendo aliados e influencia, a la par que familia, hasta que solo le queda su fiel Lucie-Fer, su asistente desde los primeros años en el negocio, su confidente y amante, aunque ésta nunca llegara sustituir a Eva en el corazón del ladino chatarrero.

«Érase una vez en Francia» obtuvo el Premio a la mejor serie del Festival de Angoulême de 2011. Es una obra dividida en tres tomos y seis capítulos que retratan cómo pudo ser la existencia y peripecias del verdadero Joseph Joanovici, un hombre, con luces y sombras, que reúne en su biografía parte de la Historia reciente de Francia. Nury, al guión, y Vallée, a las viñetas, firman un extenso cómic que debe mucho a «El Padrino» en cuanto a raíces y primeros pasos, con un personaje central que no es malvado y que trata de hacer las cosas por las buenas, pero cuya ambición lo espolea por detrás; quería labrarse una posición, algo que parecía imposible para un pobre judío del mísero rural rumano, y para ello trabaría amistad con peligrosos sujetos, pero siempre jugando sus cartas con habilidad. 

Y un hombre de este peso siempre tendrá enemigos y Nury une su drama al del “insignificante” juez de Melun, Jacques Legentil, su némesis, que lo atormentará hasta el día de su muerte; y es que Legentil acusaba a Joanovici de ordenar la violación de la esposa del magistrado. Con la excusa del asesinato de un joven resistente acusado de traición, cuya muerte deja en la sombra un delito aún mayor, Legentil se obstinaría en su venganza personal contra Joanovici, empleando métodos que le irían alejando de la realidad y de la Justicia, ganándose incluso el desprecio de aquellos otros que también buscaban la cabeza del chatarrero.

Norma, Barcelona. 2013
32 cm. Color
128 páginas
ISBN: 978-84-679-1297-5
De los tres tomos que componen la serie, el mejor es el segundo, ambientado durante la ocupación nazi de Francia; el peor, el tercero, donde se detallan a trompicones y sin respiración casi dos décadas de existencia de Joanovici: el volumen que cierra la serie es como un edificio en ruinas al que se le presta ayuda con un poco de TNT para que termine de caer. Tratar mejor el distanciamiento de las hijas de Joanovici con su padre, el cambio de actitud de su hermano Mordhar o su estancia en Israel bien podrían haber merecido más páginas. El Señor Joano termina con sus huesos en un pueblecito rural francés, bajo arresto domiciliario, y, en nada, se vuelve a hacer rico y atrae malas compañías que solo pretenden que se les sacie como a sanguijuelas, pues es viejo y débil; huye de Francia y es expulsado por Tel Aviv; de vuelta al país galo, es ingresado en prisión de donde sale enfermo y decrépito, listo para un último enfrentamiento con Legetil, mostrando los naipes durante un tranquilo día de otoño, sentados en un banco del parque.

«Érase una vez en Francia» es una obra exuberante, con un hilo conductor casi apasionante aún cuando no te convenzan mucho las historias de mafiosos; plagada de flashbacks bien sellados, se acompaña de un trazo bello, calculado y detallista, sin burdos añadidos en unas viñetas en las que imperan los primeros planos y los marcos ocupan todo el ancho de la página. Lástima que no pocos personajes sean prácticamente idénticos físicamente y el lector se pueda perder entre las líneas.

Aunque las portadas de los tomos 1 y 2 inciten a pensar de este modo, acentuado por el título de la serie, no es una trama que gire en torno a la ocupación nazi del país y a la persecución antisemita. Tal prejuicio me mantuvo alejado de esta obra hasta que, tras cavilarlo y echar un vistazo a vuela pluma, tomé la decisión de prestarle mi tiempo a «Érase una vez en Francia», la cual me enganchó desde las primeras páginas por su dinamismo cinético, tanto que me leí los tres tomos seguidos, que no de un tirón (algo que se debe evitar siempre). La estructura es agradable y bien llevada; aunque resulte extraño, para el lector, que en los primeros compases se le conceda tanta importancia al juez Legentil cuando desaparece de escena durante más de un tomo y medio largos.

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