Título original: «Maria Grazia Cutuli. Dove la terra brucia» Colección Nómadas 52 Norma. Barcelona Primera edición. Octubre de 2012 ISBN: 978-84-679-0951-7 128 páginas |
No es algo que brille mucho en mi biografía, pues no lo aireo por costumbre al quedarse en un vacuo sueño de verano, durante mis últimos tiempos de bachiller. Viniendo de alguien que comenzaba a notar los primeros mordiscos de la Literatura activa, no ha de sorprender que entre los cinco renglones que, en aquella, nos hacían rellenar con las carreras de preferencia en el formulario de acceso al proceso de la Selectividad, hubiera apuntado Ciencias de la Información.
Pasados tantos años, sospecho que desde las altas instancias educativas se decidió que nuestra generación fuera inmolada en aras de nutrir las diezmadas facultades vascas de Ciencias de la Información, pues había pocos con suficiente redaños o padres tan inconscientes como para o permitirles entrar en las aulas de Lejona, donde entonces se podía cubrir en directo cargas policiales como práctica de primer año. Y la cosa no les salió bien pues solo recuerdo que mi compadre David García (¿dónde estarás tras tanto silencio?) fue el único quinto que, tras superar la dichosa, saturada y ridícula prueba de acceso, encaminó su futuro hacia ese mundo de dar a conocer al mundo lo que mismamente sucede en su seno.
Durante meses y meses, tuvimos que dedicar las horas de Lengua y Literatura no a Cervantes, Lope, Pardo Bazán o Sender, sino a los artículos de opinión de Javier Marías o a Arturo Pérez-Reverte (imaginaos hacer eso ahora, con la corriente feminazi campando entre las arrugas del profesorado). Estudiamos hasta la náusea las cinco Ws del Periodismo, analizamos la estructura de un artículo periodístico, etc. Incluso leímos «Territorio Comanche» para, como trabajo final, redactar la noticia de la voladura del puente que ocupa a los dos protagonistas durante un buen rato, y que se combinaba en el texto con anécdotas de reporteros de guerra y autobiográficas, que nuestras imberbes mentes adolescentes no terminaban de cuadrar.
Sí, me hubiera gustado ser periodista. Incluso, si el calendario y el bolsillo lo dispusieran, me matricularía en alguno de esos atractivos másteres de Periodismo para licenciados en Derecho. ¡Claro que sí!, pero querer no es poder al 100% de las ocasiones, o puede que me esté dejando ganar por la podredumbre golosa de dejarme resecar al sol.
Y ahora, tras mi habitual y corto striptease personal, que muchas veces esconde la llave de porqué me he tomado la molestia de leer tal o cual volumen, paso a hablaros de «Donde la tierra arde», cuya presentación por parte de Norma es un tanto interesada, tirando del hilo de Pérez-Reverte, de quien hacen uso de un epitafio dedicado a Julio Fuentes, quien aparece en el cómic y que resultó asesinado junto a Maria Grazia Cutuli, auténtica protagonista del libro, el traductor Homuin, el camarógrafo australiano Harry Burton y el fotógrafo afgano Azizullah Haidari, de camino a Kabul el 20 de Noviembre de 2001. Tal y como se escribe la contraportada, se llega al error de que Julio Fuentes centra un binomio estelar, cuando no es así, por mucho que tenga un peso relevante del que carecen otros muchos personajes; quizá por el destino compartido. Entre la sinopsis y las sentidas palabras de Pérez-Reverte dedicadas al compañero caído, se llega a confundidas conclusiones, hasta que se da con el título original en italiano: «Maria Grazia Cutuli. Dove la terra brucia».
Este cómic, narrado en primer persona, retrata a Maria Grazia, una joven periodista siciliana de 39 años, cuya mayor aspiración debería común a todos los del gremio: estar allí donde ocurre aquello a lo que el resto del planeta da la espalda por ignorancia o por lejanía. Y, ¿qué se ignora más o está más lejano para un occidental que la guerra? Nos hemos acostumbrado a la divina paz y a ver el terror y la miseria por la pantalla, perdiendo el sentido y el valor del sufrimiento ajeno. Pero, ¿qué sería de nosotros si no hubiera alguien en el lugar preciso, en el momento justo para contarlo en una crónica?
Por desgracia, el periodismo de raza está en peligro de extinción. No abundan precisamente los Leguineches o de la Quadra Salcedo que se plantan en suelos cubiertos de cristales y a los que nada les une a unos colegas afuncionariados y cotillas. Y María Grazia Cutuli y otros tantos ya no están, aquellos que sí estuvieron en Camboya, en Somalia y, en el hilo del cómic, en la zona talibán, presionados los terroristas por el ansia combativa y revanchista angloamericana y de la Alianza del Norte. María Grazia trata de comprender el país; con ella lo intentamos nosotros también.
Éste no es un cómic de sucesión de viñetas o de pensamientos de la narradora; es un análisis de la Historia, males y futuros de Afganistán, que los europeos tendemos a simplificar hasta extremos absurdos. Profundizaremos en el crisol tribal, en el terror talibán, en el papel de la mujer en el Corán y en la estrechez de miras de los fanáticos; en el cómo la guerra ha destrozado la región y cómo ningún concepto occidental podrá agarrar en la roca cultural y social de los afganos, unidos y divididos al son de un AK-47.
Permitiéndonos leer un diario personal, acompañaremos a María Grazia desde Pakistán a Afganistán y, por medio de sus recuerdos siempre de conflicto, a otras guerras; entre un horror en el que ella se sentía cómoda y en la obligación de permanecer por ser su pasión, despreciando a aquellos reporteros que, aún en el lugar, se encerraban en sus habitaciones de hotel, sin mancharse las retinas. Y también conoceremos el gusto no siempre dulce de la ecléctica camaradería internacional.
La sensación de la lectura de las últimas páginas no puede ser más desazonadora, pero es el precio que pagan aquellos con los que la Parca ha de cumplir con la terrible estadística. El texto, a medio camino entre el cómic y el artículo periodístico, nos mete de lleno dentro de Cutuli, en su carácter y en aspectos personales clave, hasta el punto de tener la convicción de que la has conocido en carne y hueso, que has estado con ella, que la has escuchado; que te ha transmitido su pasión, por muy extravagante que pueda aparentar en ocasiones. Y otro tanto pasa con el resto de nombres menores que jalonan las planchas.
Corremos tras la noticia y aprendemos con Maria Grazia algo del oficio. Compartimos con ella y los demás la extravagante felicidad que les embarga al entrar en (como al salir de) una zona de conflicto; así como la terrible broma del destino.
Por su parte, en el aspecto gráfico, se ha optado por el dibujo y sombreado a lápiz, con lo bueno y lo malo que esto trae consigo: potencia el aspecto personal de la obra, aunque es probable que hubiera ganado enteros si se hubiera entintando en blanco y negro. Por otro lado, encontramos viñetas demasiado pequeñas para un lápiz tan grueso como el empleado, colándose cabezones y formas extrañas en los cuerpos humanos. Hay belleza por un lado e impotencia o incapacidad por otro, lo cual nos conduce hasta una opinión partida, incluso ambigua; a lo que no ayuda haberse limitado en ocasiones a copiar fotografías de Cutuli.
Como «Territorio Comanche», «Donde la tierra arde» es una obra de obligada lectura para aquellos interesados en los reporteros de guerra, en esos locos que, con menor frecuencia (y no porque no haya conflictos suficientes para todos los gustos), ocupan, con sus cascos, chalecos antibala y palabras, los espacios de Internacional en telediarios y periódicos; por conocer una visión directa del Mal.
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