martes, septiembre 25, 2018

Guardia de televisión: reseña a la tercera temporada de «The Wire: bajo escucha»

Título original: «The Wire». 2004. Episodios de 59 minutos. Drama policíaco, investigación policial. Creador: David Simon. Dirección: VV. Guión: VV. Elenco: Dominic West, John Doman, Deirdre Lovejoy, Wendell Pierce, Lance Reddick, Sonja Sohn, Seth Gillian, Domenick Lombardozzi, Clarke Peters, Andre Royo, Michael Kenneth Williams, Jim True-Frost

Aunque «The Wire» se mantiene, se observa cierto cansancio. Viejos personajes que llevan en nómina durante tres temporadas apenas son un esbozo, mientras que los centrales no evolucionan, salvo quizá MacNulty

Es un cambio de ciclo. Da igual quien se oponga a ello. Las cosas han cambiado para todos, por mucho que Avon Barksdale opine lo contrario. El otrora gran narco de Baltimore, tras jugar como un gato perezoso y malicioso con la Ley, sale de nuevo a las calles tras cumplir una pena ridícula. Cuando la luz ya no crea sombras de barrotes en su rostro, se da de bruces con una realidad para la que creía que estaría preparado, pero no es así: los amplios pilares de su reino han desaparecido por acción de la bola de derribo, el mercado de la droga ha cambiado hacia un sistema cooperativo y ya no es el que más miedo infunde en las esquinas. Prácticamente es un don Nadie, una marioneta en manos de su lugarteniente Stringer Bell, quien ha hecho callar las pistolas y se aleja del típico gángster para entrar en el juego legal.

Sin embargo, poco ha cambiado en el lado de la Policía, con una unidad especial que, aún en horas libres, pretende cazar a lo que queda de organización con una especie de malsana obsesión revanchista. Nada hay aparte de eso para que MacNulty y los demás vuelvan a los asuntos de drogas cuando parecía que sería un aspecto secundario de la trama, cosa que no nos gustó durante la segunda temporada. El as de las citas de una noche y de borracheras interminables en las vías de tren, junto con sus compañeros, quiere terminar la caza, al igual que otros tantos personajes, como Omar, quien por fin alcanzará la redención, aunque se dé cuenta de que ha perdido más que ganado.

Y MacNulty se salta las reglas y la cadena de mando y la lógica. Es más incontrolable que nunca, sabedor que D’Angelo no se suicidó, sino que le “ayudaron” a colgarse del picaporte. Sospecha, aunque no lo haga por hacerle justicia a éste, sino para acabar con Barksdaley y Bell.

Y como siempre en «The Wire», existe un amplio espacio para esos personajes que aparecen y que, en un mundo de indolente inmovilismo, quieren que algo cambie a mejor y que obtienen por parte de sus iguales y no tan iguales críticas hirientes y desprecio. Un ex matón de la organización de Barksdale que, tras años en prisión, sale a la calle dispuesto a mejorar y a hacer que otros mejoren; un veterano comandante cansado de ver sectores de población agazapadas por la droga y para la que no hay ni preocupación ni respuesta política y policial, y que arriesga su carrera y galones en un experimento que tiene su lado positivo y negativo, pero que hace algo; y un ambicioso concejal que se levanta la venda y ve lo que de verdad le preocupa al ciudadano de Baltimore, anhelando la alcaldía para mover la gran roca administrativa del desinterés social, debiendo por ello traicionarse a sí mismo y a los suyos.

Quieren cambiar lo que les rodea y solo reciben golpes. Incluso el propio Stringer Bell puede entrar en esta categoría, quien pretende hacerse promotor inmobiliario y jugar en una división superior y legal, y termina siendo estafado por un conjunto de contratistas y políticos corruptos. O incluso Prez, quien se había encauzado en la unidad de Daniels y una noche demasiado oscura dispara y arrebata la vida a un oficial de policía durante una persecución.

Tomas la iniciativa, asomas el hocico por encima de la mierda y te devuelven a tu sitio de un buen mamporro.

Dios. Es que es la puta vida real.

Aunque «The Wire» se mantiene, se observa cierto cansancio. Viejos personajes que llevan en nómina durante tres temporadas apenas son un esbozo, mientras que los centrales no evolucionan, salvo quizá MacNulty, quien se convence, a bote pronto, de que no está llevando una vida digna o que su trabajo, por mucho que le apasione, no es tal como para amargarle la existencia. Los episodios se trufan de escenas que no conducen a nada y se termina en una espiral que advierte de cómo va a terminar todo con varios capítulos de antelación.

No pongo en duda que la calidad sigue estando ahí, sobre el papel. Pero nada como la primera temporada. ¿Nos hemos hecho demasiado exigentes? No lo sé, pero aún quedan otras dos temporadas

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