Título original: «Deutschland 83». 2015. Drama histórico. Alemania. Creadores: Anna LeVine y Jörg Winger. Dirección: varios. Guión: varios. Elenco: Jonay Nay, Maria Schrader, Ulrich Noethen, Sylvester Groth, Sonja Gerhardt, Ludwig Trepte, Alexander Beyer, Lisa Tomaschewsky, Carina Wiese
Cumple a la perfección como material de entretenimiento adulto, sin fuegos fatuos, sin exageraciones, pero también sin medias tintas. Un drama perfecto sobre una etapa histórica que todos vivimos de forma inconsciente
Cumple a la perfección como material de entretenimiento adulto, sin fuegos fatuos, sin exageraciones, pero también sin medias tintas. Un drama perfecto sobre una etapa histórica que todos vivimos de forma inconsciente
Durante el año 1983 la Guerra Fría se puso bien caldeada. Fueron unos meses de silenciosa incertidumbre en los que la población tuvo plena conciencia del peligro en ciernes y el convencimiento de un inminente holocausto termonuclear. El desastre estaba a la vuelta de la esquina; solo hacía falta una gota más para que colmara el vaso. La tensión entre bloques se igualó o incluso superó a la mítica Crisis de los Misiles de Cuba y, claro, con semejante panorama histórico, sumado a la enfermiza y vigente glorificación de la década de 1980 entre los que rondamos la cuarentena, año arriba año abajo, no había excusa que valiera para no producir una serie de televisión de espías y de una carrera a la desesperada por detener la cuenta atrás, aunque fuera con un regusto alemán al 100%.
Martin Rauch es un joven de Berlín oriental que sirve como soldado en la frontera y que es prácticamente secuestrado por los Servicios de Inteligencia de la RDA para infiltrarse en la cúpula de la OTAN en la vecina República Federal. Su nombre en clave será Kolibri y adoptará la identidad del teniente Moritz Stamm, debidamente retirado de circulación para mayor comodidad del forzado usurpador. Stamm será el nuevo ayudante de campo del general Wolfgang Edel, una de las primeras cabezas de la Defensa de Alemania occidental.
Desde el primer instante se juega con la voluntad de Martin, siendo su propia tía Lenora quien ejerza de gato con él por medio de su madre, necesitada de un urgente trasplante de riñón, y garantizándose así su lealtad. Como Moritz Stamm, Kolibri comenzará a trabajar tras un curso intensivo de espionaje impartido por Tobias Tischbier, agente infiltrado del HVA como profesor de Derecho en la Facultad de Derecho de Bonn y líder de uno de los movimientos pacifistas y anti-OTAN, pero durante sus evoluciones, Kolibri actuará con escrúpulo, nunca como un ente carente de sentimiento, necesidades a cubrir y capacidad de raciocinio por encima de lo que aseveren los mandos superiores. Se hace amigo de Alexander Edel, hijo del general al que asiste y a quien salvará de más de un apuro; se enamorará de Linda Seiler, la secretaria de un alto funcionario de la OTAN, a pesar de conservar idénticos sentimientos hacia Annet Schneider, su novia de siempre, la cual le espera en Berlín oriental con un hijo creciendo en su interior; llegará al odio homicida contra un terrorista que comete un atentado en Berlín occidental y que podría ser el infame Carlos, etc. Kolibri no es un espía frío como nos ha acostumbrado la pantalla; es un muchacho de veinticinco años, leal y buena persona, por encima de cualquier ideología, que busca vivir aún enfrentándose a sus amos, sordos a sus gritos desde el otro lado del Muro.
La serie es brillante, de ocho capítulos de una duración aceptable (44 minutos aprox.) y una cuidada ambientación al menos en cuanto a mobiliario, vestuario y vehículos, más una selección de piezas musicales del año de gracia. Cumple a la perfección como material de entretenimiento adulto, sin fuegos fatuos, sin exageraciones, pero también sin medias tintas, aunque no cueste gran esfuerzo adelantarse a los guionistas en el devenir de las desventuras del joven Martin.
Lo que sí es criticable es la nula repercusión que tienen la muerte violenta de varios personajes relevantes en el propio transcurso de la misión de Kolibri y que no parecen salpicarle ni el bajo de los pantalones. Puede que la mentira sobre la “verdadera” identidad de Linda Seiler permitiera pasar por encima de muchas cuestiones, pero, ¿en serio que el suicidio del analista Mayer y la muerte a tiros por la policía del oficial Kramer, único apoyo de Kolibri, no tuercen la historia si quiera unos grados? Es como si el agujero de la bala fuera uno negro que lo absorbiera todo, incluso la existencia previa de esos nombres. No resulta una sorpresa el que Alex Edel sea homosexual, pero llega a la comicidad el que sea capaz de perpetrar uno de los secuestros más patéticos jamás filmados o el que entre por la puerta principal de la misión diplomática de la RDA en Bonn para ofrecer sus servicios como espía y, de vuelta y media, se calce el uniforme como si tal cosa.
Como suele suceder en obras de este tipo, los personajes encarnados por actores más veteranos son los de mayor peso. En mi opinión el mejor es el tiránico y rígido general Edel, cuya némesis aquí sería el teniente coronel Walter Schweppenstette, cuyas motivaciones acerca del ejercicio Able Archer-Rjan son tan oscuras que llega a ser siniestro.
Mientras Kolibri anda libando de flor en flor se desarrolla a su alrededor el drama familiar de los Edel, una familia en plena desintegración desde mucho antes de que Moritz Stamm entrara en sus vidas, pues Martin no puede ser testigo de lo que sucede en su propia casa, en Berlín oriental, con su enferma madre, Ingrid, su suspicaz novia embarazada y la extraña relación de ambas con Thomas, un amigo común.
El cierre de la serie da cierto aviso de que a los productores les rondaba la idea de hacer una segunda temporada; en el aspecto personal hay ciertas cuestiones a resolver, aunque resultaría harto difícil volver a plantar a Martin Rauch en Occidente y seguir con la línea argumental… Pero ya veremos en qué queda su secuela, que gira con el título de «Deutschland 86», previéndose hasta una «Deutschland 89», con caída del Muro incluida. A saber qué sale de todo esto.
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