miércoles, febrero 20, 2019

Viajar a la luna en el año 1901

La temática de este artículo no casa para nada con la generalidad a la que se dedica este blog, salvo, quizá, en esa línea que abrí en su tiempo y por la que quería tratar diversos aspectos de la conquista del espacio. Pero ni aún así. 

Sin embargo, ¿por qué no hablar un poquito de cómo veían nuestros bisabuelos y tatarabuelos eso de los viajes espaciales, de lo que tenía poca Ciencia y demasiada fantasía? La culpa no es de nuestros ancestros pues, por aquel  entonces, no había pruebas que refutaran certeramente la inexistencia de vida en la Luna o de una vibrante civilización en Marte (o si no, que se lo digan a Percival Lowell).

En el año 1901 se inauguró en Buffalo (Nueva York, Estados Unidos de América) la Feria Pan Americana. Como se precian dicha clase de eventos, pretendió llevar al público a un pequeño mundo, casi en miniatura, recluido en los límites que se había concedido. Dar a conocer maravillas tanto técnicas como antropológicas de los cuatro vientos a los más curiosos, siempre con ese halo de puro espectáculo. Y es en dicha feria donde tendremos una primitiva oportunidad de viajar a la luna, ni más ni menos; no en un proyectil de artillería, como imaginó Verne, sino en un navío de amplias alas capaz de cargar hasta a 50 pasajeros. Dicho vehículo, de nombre Luna, fue una enorme góndola en el considerado como primer tren totalmente eléctrico de atracción, al que uno se podía subir por el precio nada barato de 0,50 $ (unos 16 € de hoy día). Pero la nave no era más que el primer escenario de una obra de ingeniería, atrezzo, vestuario elenco (200 actores) e imaginación casi sin precedentes, pues se pagaba el pasaje y visita del reino de la Luna (que, sin que quepa duda, inspiró el filme “A trip to the Moon”, de 1902), todo ello en un espacio de más de 12.000 m2 de superficie y 25 metros de alto, siendo que el coste de construcción ascendió a 84.000 $.

El mérito de esta atracción se la debemos a Frederick W. Thompson y la sola descripción de la misma puede dejarnos, como poco, alucinados.

Representación artística de la nave Luna
Los espectadores accederían a la nave en turnos de media hora. Su experiencia comienza en la propia cubierta, sentados en sus butacas; cuando un gong da la señal del soltar amarras, una serie de efectos hacía que tuvieran la sensación de estar volando y alejándose del suelo, donde se vería una ciudad haciéndose más y más pequeña, hasta ver el planeta a sus pies. En cambio, la luna se haría más y más grande y, tras superar una tormenta eléctrica considerada espectacular, los pasajeros desembarcarían en un cráter para recibir la bienvenida de los selenitas, que ejercerían de guías por la Ciudad de la Luna, donde abrían sus puertas tiendas de regalos y productos “típicos” de nuestro satélite, pero también ambientaciones de cuevas y salones.

El regreso a la Tierra se hacía a través de una escalera, previo pase por la boca de una enorme criatura de difícil descripción.

Mientras la feria estuvo abierta el público, visitaron la atracción más de 400.000 curiosos, algunos hasta de cierto renombre, incluido el propio presidente de los EEUU, el infame William McKinley, o el no menos censurable, aunque genial por su lado, Thomas Alva Edison.

Los extraños selenitas

En el Palacio del reino de los selenitas

Salida y regreso a la Tierra

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