jueves, abril 04, 2019

Guardia de cine: reseña a «Ready Player One»

2018. EEUU. Ciencia ficción. 2 h. y 20 min. Dirección: Steven Spielberg. Guión: Zak Penn, basándose en la novela de Ernest Cline. Elenco: Tye Sheridan, Olivia Cooke, Ben Mendelsohn, Lena Waithe, T. j: Miller, Simon Peg, Mark Rylance

Por si no teníamos suficiente ración con «Stranger Things» y su Frankenstein argumental setentero y ochentero, Steven Spielgberg se sube a la ola de la nostalgia y produce y dirige «Ready Player One», adaptación de la novela homónima de Ernest Cline (Crown Publishers, 2011), atacándonos ahí donde más duele

Cuando vi por primera vez su tráiler concluí que nunca había quedado tan mal la canción «Jump», de Van Halen, en un montaje. ¡Maldita sea! Mira que es complicado decir que «Jump» queda mal en alguna parte… Pero fue así. De aquella penosa experiencia solo quedó el apunte de que sería interesante el visionado de la película, más que nada para echarse unas risas con lo que parecía un cajón desastre de referencias de esa “década prodigiosa” que ya comienzan a ser cansinas, molestas y hasta aborrecibles.

La cinta nos traslada a un futuro no tan lejano (año 2045), con ciertos tintes distópicos donde campa una sociedad empobrecida y sobrada de habitantes, sin que por ello el guión se moje a la hora de razonar las corrientes y causas sociales, económicas y políticas que han llevado a la Humanidad a tal punto. Parece que poco importa para lo que nos tenemos entre manos y se centra más bien en presentar una especie de droga blanda virtual que sirve como remedio a las desgracias comunes: la totalidad de la población (o al menos eso parece), se refugia en Oasis, una especie de Second Life nada cutre que es un vasto universo de mundos de Internet, permitiendo una inmersión profunda, “real” y espectacular; una interfaz creada años atrás por un genio de la informática que representa, en sí mismo, el mensaje nada oculto de este argumento. Este informático, Halliday (Mark Rylance), dispuso para después de su muerte una serie de pruebas para los usuarios de Oasis, cuyo premio final es la propiedad del programa. En este juego, casi una guerra, se enfrentan muchas personas que han tenido que desentrañar los misterios de la vida de Halliday, a través de sus diarios, recuerdos grabados, gustos, etc., lidiando con su nada despreciable carga sentimental; la mayoría son simples ciudadanos de a pie, gunters, otros son profesionales al servicio de empresas como IOI, que aspiran al control total de Oasis y a imponer en su seno un ultracapitalismo, con unos engranajes en los que se permite el régimen de esclavitud.

El protagonista es Wade Watt, Parzival en Oasis (Tye Sheridan). Es el primer personaje que conoceremos (narrador en primera persona como sería Deckard en «Blade Runner») y casi el único con un fondo personal, a excepción de Samantha, aka Art3mis (Olivia Cooke), que permita escucharle como un ente de carne y hueso y uno como un cuerpo hueco y vacío (como el resto de personajes a pesar de su importancia en la trama). Reside en Oklahoma City, en un barrio llamado Las Torres, que son remolques compuestos a modo de edificios, con su tía y el psicópata de su novio (referencia a un vínculo familiar un tanto inestable y ponzoñoso que ya copiaría J. K. Rowling para su Harry Potter (Wade incluso lleva gafas)), y es una especie de Peter Parker, para que nos entendamos. Su conocimiento de la cultura pop y de la biografía de Halliday es lo que le permitirá descubrir el significado de las distintas pistas que lleven a las correspondientes llaves. Wade obtendrá la primera llave y se ganará el sincero respeto de los gunters y la abierta enemistad de Sorrento (Ben Mendelsohn), exbecario de Halliday y director de IOI, en una demencial carrera de coches que, válgame Dios, no me ha mareado; al contrario, me ha maravillado, quizá porque comienza con el «I Hate Myself For Loving You» de Joan Jett (y es que la música es muy importante en este filme, no solo por referencias en el guión, sino en su banda sonora, siendo que se alcanza el clímax con un himno metalero ochentero como «We’re Not Gonna Take It», de Twisted Sister).

Aunque la trama no es para echar cohetes, la producción de Spielgberg y el propio Cline tienen algo de lo que no pueden presumir muchas otras: es sumamente entretenida, te engancha a la butaca y en ningún momento da tregua (y eso que dura 2 horas y 20 minutos, que no es poco). ¿La culpa la tiene la nostalgia lacrimosa por esos años tan sencillos? Puede que sí, sobre todo cuando esbozas una sonrisa cómplice ante el DMC o una vergonzosa ante la música Disco en falsete de Bee Gees. Estos homenajes están muy bien realizados, obteniendo la matrícula de honor la segunda prueba dedicada a la película «El Resplandor» (sublime).

El mensaje de «Ready Player One» es fácil de captar: debemos liberarnos de las cadenas, de agostarnos entre los barrotes de un ostracismo autocomplaciente, dejar de tener miedo al mundo real, de sentirnos incómodos con lo que nos ha tocado vivir y enfrentarnos a todo ello de forma positiva, aunque no tengamos como contraprestación necesaria el vernos obligados a renunciar a la tecnología social. En dicha clave, no es una guiño original, pues ya la vimos en otras películas como «Midnight In Paris», de Woody Allen, entre otros.

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