martes, abril 02, 2019

Guardia de cine: reseña a «Zona hostil»

2017. España. 1 h y 33 m. Bélico. Dirección: Adolfo Martínez Pérez. Guión: Luis Arranz, Andrés Koppel. Elenco: Ariadna Gil, Raúl Mérida, Roberto Álamo, Antonio Garrido, Ingrid García Jonsson

«Zona hostil» es un film que me ha encantado como espectador (para ser un producto del cine español, ya es mucho decir)

El sol se encuentra en su cenit y la única calle del triste poblacho es posesión de un lánguido y tórrido vientecillo del Este. Los honestos y cobardes ciudadanos se han guarecido en sus casas y observan el desarrollo del duelo tras la protección de los encajes de las cortinas que visten las ventanas. Y tú, con los gayumbos marcados por el miedo, “tocas el piano” en el vacío existente entre tus dedos y la pistola que llevas despreocupadamente al cinto. Enfrente está un tipo duro, un cartel de cine español. Ese es un duelo del que se puede salir muy mal parado, forastero.

«Zona hostil» trata del incidente sucedido el 3 de Agosto de 2012 a 50 kilómetros al norte de Bala Burghab, tras el ataque a una columna hispano-norteamericana y a la caída del Superpuma Medevac HD.21-12 (“¿se nos ha olvidado aparcar?” si seguimos con la coña del comandante Ledesma); una versión patria y desclasificada de nuestro black hawk derribado, pero en Afganistán y con acento de Despeñaperros para abajo. Sin riesgo de quemarme las pestañas, es un filme más entre la pléyade de raras producciones que han visto la luz, destinadas a dar a conocer el día a día, esfuerzo y peligros a los que se enfrentan los hombres y mujeres de uniforme. Hasta la fecha habíamos contado con productos de distinta potabilidad como docurealities tales como «Policías en acción», «Comandancias» y «Control de fronteras: España» o series de televisión como «Olmos y Robles» y «Servir y proteger»; así como con la potenciación y publicidad de eventos de confraternización del estamento militar con la sociedad civil y viceversa; pequeñas dosis corticoides para ir terminando de una vez con esa urticaria antimilitarista propia, cada día más galopante aún cuando ya han transcurrido más de cuarentas años desde el instante en el que Paca la Culona pasó a otro plano. Debe ser que muchos andaban calientes y empalmados por entonces, unos nostálgicos del rollito hipócrita y setentero de corte ideológico comunista soviético (de esos que lo petaban en lugares en los que la mili duraba hasta cuatro años) y fanáticos de aquello tan de moda que es reducir un conflicto fratricida a la lucha entre militares y milicianos, lo cual es vergonzosamente incorrecto y simplista. Claro, solo así de bobalicones; nos van las pijaditas y vamos de pacifistas anunciándolo a gritos y ofreciendo a quien se ponga al alcance un par de hostias bien dadas, de esas que te borran los pecados, el sentido y hasta las tablas de multiplicar. Pero estas son opiniones mías, ¿y qué?, por lo que hago también mías las palabras del director Adolfo Martínez a la insidiosa y parcial pregunta lanzada, como balón pinchado de voleibol, por el señor Andreu Buenafuente, alarmado porque en España —o ese terruño existente entre la frontera portuguesa y el sur de los Pirineos cuyo nombre no se puede pronunciar como el del malo maloso cara de oso de Harry Potter—, alguien tuviera el descaro, ¡horror!, ¡joder!, ¡tetas-culo-pis!, de filmar una película bélica: “Los pacifistas son los propios militares, que son los primeros que marchan a luchar y mueren siguiendo las órdenes que les dan los políticos que tú y yo votamos”. ¡Toma ya! Y más o menos Martínez dijo esto pues me vino el soplo por terceras lenguas y ya se sabe. 

Y cierto es que, de los que estamos rondando a esta morena, ¿cuántos sabemos a qué huelen las nubes en Afganistán?, ¿nuestros deditos saben lo que es apretar un gatillo cubierto de grasa, sangre y polvo? Y es que es muy fácil ir de bocazas desde aquí a Tolerdo, sobre todo a esos que se creen que viven en el país de Jauja y que todo es paz y armonía, al menos, para los blanquitos occidentales, qué monos ellos.

Pero me estoy dando cuenta de que estoy soltando lastre a lo loco y sin faldas y apenas he comentado una película que, como bélica, da el pego a la perfección, trasladándonos al polvo talco afgano, rodeándonos de disparos, a estar hombro con hombro con esos hombres y mujeres que son perfectas copias de cualquiera de nosotros: tienen miedo al fracaso (en su caso, supone la muerte), dan muestras de intolerancia, prejuicios, pero también de cercanía simpaticona, de tristeza que se enrabieta contra el optimismo y la debilidad de espíritu… Todos ellos son personajes con derecho a una redención, a luchar por vivir un día más, aunque cuenten, en este caso, con un guión pobre. Una cosa es ser espartano en lo militar y otra es pasarse de rosca delante del procesador de textos, pues apenas hay metraje para conocer más a fondo a esos soldados; unas pinceladas aún incluso si estamos hablando de los protagonistas.

Desconozco la dinámica del incidente y operativo de rescate del Medevac y qué se ha sacrificado por el buen hacer cinametográfico; tampoco los gazapos que pueda haber (siempre los hay), pues no he tenido la oportunidad de visionar la película cerca de ningún miembro de las FFAA que me ilustrara con sus carcajadas, gritos contenidos o aplausos de palas. No lo sé. Estoy ciego, por lo que sabiamente me contendré y diré que es un film que me ha encantado como espectador (para ser un producto del cine español, ya es mucho decir), aún cuando los actores siguen guardándole tirria a los micrófonos y a hablar alto —debiendo uno ha de ponerse cerca de los altavoces con los oídos limpios de cera para enterarse de lo que dicen—. «Zona hostil» cuenta con la acción suficiente y cumple con las expectativas anunciadas: honrar a los uniformados desplazados al extranjero (y a los que no), cuya divisa máxima es el sacrificio; sobre todo honrar a los que no regresaron a sus hogares con vida.

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