Título original: Childhood's End
Ediciones Minotauro, Barcelona
Segunda edición: Agosto de 2010
226 páginas
ISBN: 978-84-450-7677-4
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Fácil de leer, «El fin de la infancia» es una obra corta que plantea una posibilidad futura nada remota y, en mi opinión, nada halagüeña
Mis anteriores encuentros con Arthur C. Clarke fueron duros y sesudos (a excepción de aquellos deliciosos cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco); mediante títulos en los que la ciencia especulativa pasaba a ser ciencia pura, debiendo trasegar párrafos incomprensibles para alguien de Letras.
Hace nada llegó a mi conocimiento la existencia de «El fin de la infancia», mentado en infinidad de ocasiones durante mis estudios acerca de la figura y obra de David Bowie; una novela que, como ejemplo, inspiró piezas como «Oh! You, Pretty Things» y que fue libro de cabecera para muchos músicos de la época.
Por culpa de esa curiosidad felina que se revuelve en mi seno cada dos por tres, tomé la firme decisión de leerla, con la esperanza de que su lectura fuera ligera, aún con toda la carga filosófica que anunciaba y se confirma con el paso de las páginas. No es tan sabrosa como los cuentos de aquella taberna, pero no es tan seca como la novelización de 2001.
Publicada en 1954, «El fin de la infancia» advierte que los hombres serán capaces de crear ingenios que alcancen las estrellas gracias a los mismos ingenieros que participaron en el desarrollo de las bombas volantes V-2 de von Braun; un proyecto que se hará realidad unos treinta años después del fin de la segunda guerra mundial con dos enormes máquinas, una en los EEUU y otra en la URSS, que, al menos a mí, recuerdan al Saturn V. Sin embargo, cuando todo está listo para que se den esos cortos pasos fuera de la Tierra, el planeta es visitado e invadido de forma pacífica por una fuerza extraterrestre (con un modus operandi que sería plagiado durante los primeros y tensos minutos del capítulo primero de la mítica serie televisiva V, aparte de otros aspectos fisiológicos de los alienígenas).
Liderados por un tal Karellen, los Superseñores poseen unos conocimientos tan vastos que abruman a los humanos, quienes no tardarán mucho en someterse a tan benigna mano, aún cuando no se muestren a ojo alguno para evitar un impacto psicológico tan brutal que hará falta que transcurran cincuenta años para que se exhiban como lo que son: una raza extraterrestre con el aspecto de demonios medievales de más de dos metros de altura, cuernos, alas y cola. Una mano que alcanzará a todos los mecanismos humanos, derribando barreras físicas, políticas e ideológicas que separan a los hombres, desde los países, que pasarán a ser meros distritos postales, hasta la segregación social y racial, mientras la guerra es desahuciada a medio de veladas amenazas.
La Humanidad alcanza la utopía.
La historia es narrada desde la óptica de distintos personajes que irán interactuando con los Superseñores a lo largo del siglo y medio que habitarán en la Tierra. Una edad de oro en la que no habrá hambrunas, tampoco preocupaciones, abandonándose los seres más inteligencias del planeta a vivir en una jaula dorada bajo la constante y benévola mirada escrutadora de una raza superior, conocedora del secreto de los viajes espaciales y dotada de una longevidad prácticamente antinatural. Y a medida que los personajes se van sucediendo se va revelando un plan que Clarke presenta como el siguiente paso evolutivo o como la extinción de homo sapiens, pues termina siendo algo radicalmente distinto y nuevo (recordándonos un poco al final de 2001); algo trágico en verdad para los humanos y los Superseñores, quienes descubren que son unas marionetas estériles en los designios de una mente cósmica superior.
El mundo futuro que Clarke describe en «El fin de la infancia» (recordad, año 1954), no puede ser más parecido al que vivimos en la actualidad. Este señor sabía bien de lo que escribía y, por ello, no le costó esfuerzo llegar a la conclusión de que llegaríamos a una sociedad tecnificada, en la que estudia y hasta trabaja por placer y no por necesidad (algo de lo que discrepo en parte, porque niega la posible existencia de “ni-nis”), cuyos integrantes se verán incapaces de tener tiempo para llegar a cubrir una ínfima parte de la oferta de entretenimiento televisivo que se le ofrecerá (burbuja de plataformas digitales) y terminarán practicando deportes como si de una élite mundial olímpica se tratara (incluso deportes potencialmente mortales para dar un sentido o una emoción a su vida). Como broche, la última generación quedará separada de sus progenitores, encerrada en su propia habitación, en su propio mundo, mientras alcanza una colectividad mental común (¿Internet?).
Fácil de leer, «El fin de la infancia» es una obra corta dividida en tres partes y en muchos capítulos con sus correspondientes descansos. Una prosa sencilla, sin la introducción de términos científicos ni traslación de fórmulas para disgusto de aquellos que sean amantes de la Física. Clarke quería plantear una obra seria, especulativa, pero al alcance del mayor número de potenciales lectores, con independencia de que les gustase o no el género de ciencia ficción, y que plantea una posibilidad futura nada remota y, en mi opinión, nada halagüeña.
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