Título original: «Circus Wolrd». 1964. 135 min. EEUU. Drama. Dirección: Henry Hathaway. Guión: Ben Hecht, Julian Halevy, James Edward Grant (basándose en una historia de Philip Yordan y Nicholas Ray). Reparto: John Wayne, Rita Hayworth, Claudia Cardinale, John Smith, Lloyd Nolan, Richar Conte, Wanda Rotha, Kay Walsh
Una tragedia familiar enmarcada por un colorido marco, pero cuyo guión abusa del espectador por su longitud y que le priva, por el contrario, de puntos de apoyo para comprender ciertos detalles en su fase final
El circo nunca fue un entretenimiento que me gustase o por el que haya sentido devoción, incluso durante mi más tierna infancia. Puede que sea debido al exceso de colores, a su estridencia y algarabía. Siquiera recuerdo haber estado alguna vez bajo una carpa; aún así, guardo bastante respeto por esos últimos representantes de tan nómada forma de arte en peligro de extinción; por ese mundo hermético que conforma una sociedad radicalmente aislada del común.
Y dentro de la filmoteca de John Wayne sorprende verlo en un drama de Samuel Bronston, hecha superproducción de Hollywood, entre payasos y saltimbanquis, sin que el polvo del desierto se le adhiriera a la piel en otra historia de aventuras o venganza en el Salvaje Oeste. La curiosidad pudo con el gato más monástico, así que una copia en DVD pasó por la bandeja del reproductor de casa y terminamos visionando «El fabuloso mundo del circo», entendiendo al instante el porqué de la presencia de Wayne cuando no hay escena sin sombrero de ala ancha tocándole la cabeza o cuando forma parte de números circenses de diligencias atacadas por bandidos o indios. Es que el hombre parecía incluso resistirse a vestirse algo que no fuera de vaquero.
«El fabuloso mundo del circo» es la narración del descubrimiento de un secreto que nace de una muerte trágica en la pista y una desaparición, dejando huérfana a la pequeña Tony (Claudia Cardinale) y a cargo de Matt Masters (Wayne). Pasados los años, los ecos del pasado llegarán con fuerza hasta un circo americano de principios del s. XX que quiere dar el salto a Europa y consagrarse como de fama mundial. Eso último es lo único que persigue Masters, aunque parece que todo se le pone en contra, más que nada ante la manifiesta posibilidad de que Tony termine por saber la verdad que se esconde tras su propio drama familiar, que no es otro que un triángulo amoroso en silencio durante más de una década.
Por suerte para los protagonistas todo saldrá a pedir de boca tras unas serie de desastres que abusaran del espectador, tanto la exagerada largueza de algunos números circenses como la mala suerte de Masters (pasándose de rosca el guión con el hundimiento del barco en el puerto de Barcelona, escena cuyo montaje debió costar un dineral).
Salvo por alguna excepción, el metraje se alarga en detrimento de la narración, llegando incluso a privarnos de puntos tan necesarios como la identidad del anónimo individuo que siembra en Tony la desconfianza hacia Matt y Lily y acerca de la verdadera naturaleza de la muerta de su padre. ¿Quién mete toda esa verdad a medias en la cabeza de la muchacha y de tan cruel forma? Pues no se nos dice nada. Luego, todo se arregla con otro inesperado incendio de oscuro origen, que conduce a una reconciliación materno-filial un tanto forzada por falta de información, por falta de unos minutos para que presenciemos a Lily y a Tony poniendo las cartas sobre la mesa, conociendo la chica hasta el último de los detalles.
La historia en sí merecía un mejor tratamiento al guión, quedando, en cambio, mutilado por el excesivo brillo del espectáculo circense.
No hay comentarios:
Publicar un comentario